Elena Romero: Integral para piano
Alberto Portugheis, piano.
Anima DDD 2CD 112 min 2010
Anima
Lo primero es pedir disculpas a la promotora de la grabación por la demora en abordarla. El tópico de que lo urgente aplaza lo importante parece ser una constante en nuestros días, sobre todo si se tiene -o se pretende- una amplia variedad de intereses. Dicho esto, el melómano que escuche este doble compacto hallará el esfuerzo de unos músicos y una iniciativa en la actual línea en cuanto a proyectos de recuperación y divulgación musical que no pueden ser canalizados por los sellos españoles e instituciones académicas del entramado “oficial”. Es decir, estamos ante un disco sin apoyo institucional –por lo menos no figura ni el logotipo ni los agradecimientos a ninguna entidad- y editado por un sello “independiente” como el francés Anima. Además, tampoco ha entrado en el circuito de distribución principal por lo que el melómano español sólo puede encontrarlo en tiendas como El Argonauta y en el omnívoro Amazon.
Lo segundo es recordar cómo a lo largo del siglo XIX las compositoras españolas fueron abriéndose paso en el panorama profesional, publicando obras y finalizando sus estudios incluso con premios de honor en el Real Conservatorio Superior de Madrid. Esto representó un camino importante en el que fundamentar con firmeza la gran riqueza que el siglo XX iba a ofrecer en nuestra creación musical femenina. Eso sin contar la labor fundamental de transmisión y formación en la música culta que ofrecieron en la enseñanza tanto pública como privada. El siglo XX, poco a poco, corrigió esa absurda limitación gracias a las fuertes presiones de grupos feministas y hoy tenemos un brillante y numeroso plantel de compositoras. La generación nacida en la década de los 51-60, por ejemplo, cuenta con personalidades tan notables como Teresa Catalán, la prematuramente desaparecida María Escribano, Zulema de la Cruz, Marisa Manchado, Alicia Santos, Consuelo Diez, Teresina Jordá, Margarita Soto, Consuelo Giner, Carmen Miró, etc.
El de éstas es un camino allanado por figuras como Elena Romero (1908-1996), formada con Franck Marshall, Ricardo Lamote de Grignon, Joaquín Turina y Julio Gómez, entre otros. Romero tuvo una carrera activa como compositora, pianista y directora de orquesta: fue una de las primeras –si no la primera- en dirigir una orquestra sinfónica en España (la OSRTVE y la OCB). Su catálogo incluye música sinfónica, de cámara y para la escena, así como piezas pianísticas atractivas como Canto a Turina (1950), una bella y personal evocación del estilo nacionalista, con una breve cita a la Sinfonía sevillana y la única que nos constaba grabada hasta el momento (Compositoras españolas del siglo XX. Marta Knörr, mezzosoprano. Aurelio Viribay, piano. Columna Música, 1CM0138).
Una obra que, por cierto, contrastando la información del libreto junto a alguna de las escasas fuentes documentales sobre la compositora nos trae algunos problemas de datos: en unos lugares se indica que es de 1949, el mismo año del fallecimiento del compositor y en otros data de 1950. Similar desacuerdo hallamos en la fecha de nacimiento: unos indican 1907 y otros 1908. Daremos por válido lo aportado en los textos de carpeta de Blanca Alfonso Salas por ser una de sus recientes estudiosas y por haber trabajado las partituras directamente. Tanto es así que, por ejemplo, la Danza del Clown perteneciente al ballet Títeres (1950) ha sido reescrita en su versión para piano puesto que la original se encuentra perdida.
En consecuencia este doble compacto con la integral pianística es una referencia musicológica de gran importancia, de las que sintetiza y reúne para que trazar estudios de envergadura. No obstante, parece que faltan las 12 variaciones tonales de 1992. Por otro lado, la fecha de las composiciones no figuran en los inlays ni todas estas aparecen referidas en las notas de carpeta. Unas notas en tres idiomas (francés, inglés y castellano) que incluyen una somera descripción y contexto de las piezas, así como un perfil biográfico de la compositora mucho más completo que en algunas fuentes documentales. Tampoco faltan los currículums de quienes han luchado por llevar a término este proyecto: el pianista Alberto Portugheis y la musicóloga y también pianista Blanca Alfonso. Algo que brilla por su ausencia en muchos de los cedés de los últimos años.
A grandes rasgos, el de Elena Romero es un arte personal bajo el signo de la elipsis ocasional, de la brevedad, de la elegancia en la forma y en la estética, marcado por una expresión melódica sin añadidos inútiles y basado en una armonía flexible que transita por derroteros impresionistas, neoclasicistas, nacionalistas e incluso atonales. Estos ejes discurren en distintas etapas como señala Blanca Alfonso dentro del periodo de creación que abarca de 1942 a 1991. Una primera etapa de raíz tonal en la que la huella de sus maestros (Granados, Bacarisse, Turina) es muy presente a la par que un influjo francés debussysta y de lo que fue la Schola Cantorum, siempre tamizado por la maestría de Turina (Dos preludios de invierno). Otra etapa, breve y de corte neoclásico en la que destacan obra de importancia formal como las dos sonatas, en Re (1947), con raíces en Bach pero también en Scarlatti y el Padre Soler, y en Sol menor, fundamental ésta y que remite a los cánones ortodoxos de la forma sonata. Un tercer periodo revisita el nacionalismo con obras como el ya citado Canto a Turina o De noche en el Albaicín (1955) para, finalmente, a partir de 1970, tender hacia un atonalismo muy libre y una experimentación formal y harmónica más evidentes.
Esta amalgama estilística y técnica no fue extraña en una primera mitad de siglo XX español en la que se advierten aspectos complementarios y opuestos que centraron los debates del momento como la importancia de la sede musical (Madrid frente Barcelona, por ejemplo), el exilio de compositores por la Guerra Civil y la dictadura, y el propio concepto de músico “completo” -intérprete, compositor y pedagogo- frente al de “creador”. Algo de lo que la compositora participó a lo largo de su trayectoria. Así pues, vanguardia, tradición y un cierto eclecticismo son puntales en distintos periodos de su carrera amparada en un ideal de música cuya comprensión universal no debía afectar a los rasgos concretos, tipificados en una identidad. Es decir, cuando aparece algún elemento específicamente español en sus composiciones lo hace con naturalidad, sin exotismo ni necesidad de ser subrayado.
Esta variedad discurre por un abanico de recursos que devela mundos basados en la desnudez y cierto esencialismo como en las miniaturas Cancioncillas para piano; en la elaboración motívica como en Canción y danza sobre tres notas (1960); en los juegos pentatónicos como en el segundo de los Tres movimientos para piano u órgano; en las guitarrerías, lo andaluz y de Falla en Fuga sobre una “falseta” para guitarra y Dos movimientos temáticos para piano; o en un plus de abstracción y contraste de registros en los usos de los clústers como en la tercera de las Tres piezas breves para piano (1970) y Sugerencias (1992).
Gran mérito de percibirlo así se debe al pianista argentino Alberto Portugheis que extrae un mundo expresivo y da unidad a este corpus pianístico destacando su fantasía, y, especialmente, un límpido vuelo poético que deja fluir la música por encima de los contrastes o las sutilezas propias de cada composición. En conjunto realiza un buen trabajo técnico que marca adecuadamente el camino estético de las piezas. Nótese en el control rítmico (rondó de la Sonata en sol, Danza del Clown); en los delineados contornos melódicos (Danza rústica) y en la creación de atmósferas y paisajes (Dos preludios de invierno, De noche en el Albaicín) ofreciendo una lectura excelente como primer acercamiento a estas obras.