El Siglo de oro de la Zarzuela
José Luís Temes
Ediciones Siruela. Madrid, 2014 (504 págs.)
ISBN: 978-84-15937-62-3
Siruela Ediciones
Tras la ingente labor de centros, investigaciones y tesinas en los últimos cinco lustros, la historiografía musical española aún sigue necesitada de obras de referencia que amplíen las bases de la investigación tan apurada ella por culpa del anémico aprecio que le manifiestan las autoridades políticas y la escasa atención que le otorgan algunas de las académicas, mucho más obligadas éstas a fomentarla. Para ser un país moderno como pretendemos, debemos contar con obras generalistas que agrupen los datos de nuestra historia musical, como han hecho con mayor o menor tino otros países colindantes y algunas instituciones, pero también obras que se atrevan con temas de ámbito internacional. He aquí un ejemplo cumbre de lo primero: El siglo de la zarzuela (1850-1950) que Ediciones Siruela lanzó al mercado a principios de 2014. Un título que es otra demostración de la enorme capacidad de trabajo del musicólogo y director de orquesta José Luis Temes. Una monografía que, lejos de llover sobre mojado, cubre uno de los huecos más graves del panorama español en cuanto a memoria cultural, comprensión musical y aportación comercial.
Como sabrá el lector, al margen de lo publicado por ICCMU en su amplio contexto de estudios e investigaciones musicales hispánicos e hispanoamericanos, se ha escrito bastante sobre zarzuela. Biografías, historias, crónicas, diccionarios, volúmenes enciclopédicos, aproximaciones al repertorio,… todo configura un poliédrico listado[1] -cuya amplitud, variedad e incluso ocasional parcialidad- queda eclipsado por la presente labor de Temes. Ninguna referencia, salvo aportaciones como el Diccionario de la zarzuela en España e Hispanoamérica u otras enciclopedias, tiene el carácter global y sintético de ésta. Se trata de un libro confeccionado a partir de mil subtemas, estudios parciales y ciencias auxiliares como reconoce el autor, y que tiende más a lo ancho que a la profundidad, pero en el que todo es sustancial. Todo es contenido. No hay nada sobrero en una redacción fluida, estructuradísima, utilitaria y sin atisbos de retórica en la línea que nos tiene acostumbrados, por ejemplo, en las notas de carpeta de sus no menos fundamentales exhumaciones discográficas para el sello Verso.
El suyo no es exactamente un libro de autor: hay poco de opinión y mucho de lo investigado en las últimas décadas, incluso de estudios muy recientes así como informaciones de primera mano. Con ello reescribe la historia de la zarzuela y ofrece un trabajo largo, denso y escrupuloso; bien trazado en lo general y preciso en lo concreto; con un sinfín de matices de indudable calidad. Es un compendio de historiografía, historia social y sociología servido con una erudición encaminada a la divulgación.
Temes integra todos los datos con claridad logrando un sinfín de frases que son una suma de conceptos e ideas que se leen con naturalidad. Su capacidad de reconvertir un argumento y reconducir la posición de observador ofrece giros sumamente atractivos. Lo logra desde un posicionamiento humilde que no esconde hasta donde y cuando no le ha sido posible saber más. Su estilo en tercera persona refiere lo mucho que ha leído y conoce, sin que deje de posicionarse como estudioso cuando se enfrenta a un planteamiento equivocado o perfectible. El caso más evidente es el capítulo 3, el de la periodización.
Cada capítulo aborda un tema en una macroestructura caleidoscópica pero sin perfil de miscelánea. Más bien encaja el libro a la manera de puzle partiendo de una desconstrucción de los ejes del género. Así el primero lo dedica a doce cuestiones previas en las que analiza doce puntos fundamentales que corresponden con las dudas habituales. De un plumazo ya desmonta algunos tópicos. El segundo se erige en función del porqué, el cuándo y el dónde de los orígenes modernos y sus condicionantes. El tercero es la citada periodización: significativa y bien argumentada, divide en cuatro segmentos cronológicos y no en los tres recurrentes. Sin entrar en matices, por ejemplo, desconstruye posicionamientos de numerosos comentaristas que consideran como primera zarzuela moderna Los enredos de un curiosos (1832) con texto de Castillón y música de Carnices, Albéniz (Pedro), Saldoni y Piermarini, estrenada en el entonces recién inaugurado Real Conservatorio de Madrid. El cuarto capítulo es una síntesis de las causas de la agonía de la zarzuela y, de este modo, hasta doce, va configurando una piedra angular en la que, si cabe, algunos capítulos son imprescindibles[2].
En ellos analiza una amplísima variedad de aspectos, causas y consecuencias. Trata los epifenómenos que se generaron alrededor de la zarzuela (público, ediciones, bandas, economía, diseño gráfico, crítica) y, por supuesto, de lo idiosincráticamente teatral y musical (libreto, ambientes, coro, voces, instrumentación, danza). Se atreve incluso a ofrecer apartados de perspectiva socioeconómica como el dedicado a los dineros que movió el espectáculo. En esta lúcida disección es muy cuidadoso de no repetir información ya servida en otro apartado. El uso de conectores discursivos como el “ya referido”, “como hemos dicho antes”, o la redacción distinta del mismo dato ayudan al lector a relacionar ideas sin agotarlo, ni perder la frescura y agilidad del relato. Una observación metodológica: las notas al pie de página son todas oportunas, lo que ya es indicativo de la solidez metodológica y discursiva.
Y es que Temes demuestra conocer la regla y la excepción. Además, en su talante de historiador no falta la exposición de problemáticas para el estudio como la ausencia total de documentos gráficos entorno al público (pág. 136-137), protagonista también de las noches y una vida teatrales estudiadas. Ésta es una limitación que supone fiarse de quiénes lo vieron con sus ojos y lo vivieron en primera persona pero que, debido a ello, los testimonios posteriores están manifiestamente adulterados por los tópicos y la tradición o por la mera invención del escritor. Algo que es extensible a muchos otros campos de las humanidades. De este punto, referido al público, cabe destacar el variopinto listado de sucesos, actitudes y otros ademanes sobre la realidad de las funciones que por sí solo ya valdría la compra del libro.
Igualmente meritorio es presentar (capítulos 7 y 8) a los compositores y libretistas en un repaso biografiado que apenas emula los esbozos enciclopédicos. Además matiza las no siempre esclarecidas –salvo monografías muy recientes- relaciones de compositores como Albéniz, Granados, Falla, Rodrigo y, especialmente Turina, con la zarzuela. Otro punto capital es el de la zarzuela en América y la zarzuela americana por su novedad, por el esfuerzo de investigación y por ser una excelente matriz para abordar lo inabordable debido a la falta de documentación. Al margen de lo que expuesto por el autor, ésta fue una relación que también se benefició en una reciprocidad lógica del movimiento coral que llevó, por ejemplo, a la fundación de entidades como el Orfeó Catalá en Buenos Aires, Méjico y Filipinas como recuerda Jorge de Persia en sus Ecos de músicas lejanas.[3] Sólo falta un estudio de la presencia de la zarzuela en las principales capitales europeas. Éste es un tema que, como reconoce el propio Temes, aún está en ciernes.
No menos significativo es el capítulo 10 dedicado a la zarzuela y las, por entonces, nuevas tecnologías –de masas- como las pianolas, el cinematógrafo, las grabaciones y la radio. Entre lo mucho a destacar cabe citar los ejemplos fantásticamente razonados, el comentario de los organillos frente las pianolas, ciertos apuntes lingüísticos y los párrafos dedicados a Ataulfo Argenta. También es de obligada lectura el capítulo entorno la SAE –futura SGAE-, muy citada en fuentes y monografías sobre zarzuela pero raras veces tan bien desgranada y contextualizada, incluso en los antecedentes internacionales de una lucha por los derechos de autor que fue la propia de un período de reivindicaciones obreras y sociales. Tampoco falta un listado terminológico ordenado alfabéticamente entorno a los tipos de obras y géneros que constituye un broche idóneo para que el aficionado común hable y reconozca con propiedad. Algo que, incluso ciertos profesores universitarios, metían en un saco donde todo venía a ser lo mismo. Por cierto, determinadas definiciones chocan con las expuestas por Alberto Romero Ferrer en su libro Antología del Género Chico (Catedra 2005), lo que reafirma el esfuerzo de Temes por escrutar y sentar las bases desde una óptica completa.
Finalmente, como último capítulo, hay un glosario terminológico –no exhaustivo- que refleja la chispa y vitalidad de lo que sociológicamente fue la zarzuela. A la disparidad de términos expuestos que van de lo básico y concurrido a lo específico e histórico, les acompaña una brevísima explicación y una frase testimonial que los ejemplifica en su uso. El apéndice presenta una selección de cien títulos seleccionados por su importancia histórica, musical, de casi cada año. Con ellos configura un cuadro de honor convenientemente justificado y seguido de la misma relación ordenada alfabéticamente con una sucinta ficha técnica y sinopsis. Esto no es baladí ni tópico: Temes lo aprovecha como herramienta para extraer unas conclusiones casi estadísticas que desmontan tópicos e imágenes equivocadas de lo que fue la zarzuela. Sin duda, brillante.
En conjunto y al margen de posibles puntualizaciones críticas señaladas más adelante, con esta monografía los estudiosos españoles y extranjeros estamos de enhorabuena porque contamos con una excelente síntesis de datos, descubrimientos e investigaciones. Esto es algo que todo buen historiador necesita para no errar en su trabajo de interpretación y ampliar el sendero del conocimiento ya recorrido. No dude el lector que, al margen del merecidísimo Premio Príncipe de Asturias (2009), si no lo ocupaba ya, Temes tiene su lugar en el panteón de los grandes de una generación que ya figura en los libros de historia musical española que ella misma y las nuevas generaciones vamos trazando.
La edición es estándar dentro de las líneas comerciales: cubiertas rústicas con solapa y tipología de letra nítida y legible. Algo esencial para un título que exige paciencia y horas. Ha de leerse entero y bien. Es un producto de calidad y práctico, idóneo tanto para el aficionado y el neófito como para el historiador y el especialista. Y no pretendo el elogio tópico: no se puede contener el entusiasmo ni el agradecimiento ante esta nueva referencia de cabecera sobre zarzuela. Libros así son un goce y un orgullo. Es el libro que hace años esperábamos y que más de uno hubiéramos querido llegar a escribir. Bravo, maestro. ¡Bravo!
Errores, puntualizaciones…
Naturalmente en una labor tan compleja y larga, señalar los errores de tecleo es una pedantería. No obstante indico uno que no se resuelve fácilmente: en la página 270 indica que el fallecimiento de Tamayo y Baus fue en 1998 y no en 1898 (podría ser 1888, 1889, 1899). Hay otros descuidos igualmente perdonables ante el ingente alud de datos pero que condicionan la información de las frases que les siguen. Es el caso del de la página 317 que apunta 1845 como el año en que Fernández Caballero, con sólo diecisiete años, optó a la plaza de maestro de capilla en Santiago de Cuba –finalmente denegada. Por esas fechas el compositor contaba 10 años. El año correcto es 1852, cuando realmente tenía 17. Por este motivo su primer viaje a Cuba no lo realizó veinte años después como escribe más abajo, si no doce. Otro ejemplo similar se halla en la página 391 en que anticipa en cuatro años el estreno de El anillo de hierro de Marqués por lo que no son tres los años que separan la obra de Los hijos de costa (1871), son siete[4].
Un matiz de contenido podría darse a que la inclusión de Vives dentro de la búsqueda de un repertorio nacionalista catalán fue dudosa (pág. 437). En el campo de la zarzuela sí, inexistente, pero ahí están dos de sus óperas Arthús (1897) i Euda d’Uriach (1900) justo antes de asentar-se en Madrid. En la misma página da a entender que Clavé y Vives tuvieron una íntima amistad, algo que resulta imposible dado que éste nació en 1871 y aquél murió en 1874. En el capítulo dedicado a la zarzuela catalana cabría citar el precedente de las tonadillas escénicas en lengua catalana. Del mismo modo, el movimiento coral catalán también contribuyó a la difusión de zarzuela. En la página 379 en la nota al pie número 50 indica que en 1924 Teobaldo Power y Pedro Badía habían puesto música a TSH o Los pollos de las ondas. No se confunda el lector, se refiere al hijo del pianista, pedagogo y compositor Teobaldo Power (1848-1884), cuyo nombre era José Teobaldo Power Reta (1876-1964) y que suele encontrarse como José Power.
Por otro lado, en el apartado de los compositores españoles que viajaron a América (9A.2) echamos de menos unas líneas dedicadas a Enric Morera (sí incluido en el apartado 7B, como sucede con Gaztambide o el citado Fernández Caballero). Morera recibió allí su formación de joven y participó de la acogida de Los Pirineus pedrellianos en 1910 en Buenos Aires, tras volver a Argentina en 1909. Allí estrenó La fierecilla domada sobre texto de Shakespeare arreglado por José María Jordá y Luís de Zulueta en el Teatro Avenida y la ópera Bruniselda en 1911 –previo estreno de ésta en el Liceo barcelonés en 1906-. El apunte es significativo porque Morera fue un incansable impulsor de proyectos teatrales en ambos lados del Atlántico, en un arduo esfuerzo teñido de numerosas sonrisas y muchas más lágrimas como se observa en sus memorias.
…y otras sugerencias
Hay cinco prioritarias a juicio del firmante. La primera correspondería a una ampliación del contenido específicamente musicológico aunque fuera de manera muy general (contrastes de tesituras, comentario de la evolución de la orquestación, evolución de las formas más características, etc.). La segunda: insertar puntuales cuadros sinópticos en casos como la relación de periodos y sus respectivos empresarios en la gestión de los teatros de La zarzuela y Apolo. En tercer lugar habría que incluir un listado onomástico y, opcionalmente dado el planteamiento seguido, uno bibliográfico de carácter esencial. Algo que engrosaría el número de horas invertidas y páginas impresas pero que resulta necesario en un despliegue documental y de información de esta magnitud. Especialmente para el uso del libro como fuente de consulta rápida. En cuarto lugar debería añadirse las voces “juguete” en el apartado 11B y “ripio” en el 12, así como reescribir la de romanza -también en el 12-, ya que en zarzuela su uso sociológico no siempre designa su estructura musical. Por último, Siruela podría haberse esmerado en la edición y ofrecer una faja exterior, cubiertas duras, un repertorio variado de imágenes y gráficos como si cuentan otros títulos musicales de su colección.
Prescindo de sugerir un listado de grabaciones (en cualquier tecnología, especialmente la discografía con sus antecedentes y consecuentes) porque sería un exigir tópico laboriosísimo[5]. Con todo lo apuntado en este último apartado, no piense el lector que el libro pierde rigor e interés. Lo señalado es peccata minuta. Lo contrario de lo que ha logrado Temes: una obra de consulta y lectura obligada que tardará años en ser superada.
[1] El lector puede consultar un muestrario en http://lazarzuela.webcindario.com/Biblio/biblio.htm
[2] El tercero, cuarto, sexto, noveno, décimo, parte del undécimo y el duodécimo. Es decir, casi todo el libro.
[3] De Persia, Jorge. Ecos de músicas lejanas. Músicos catalanes en el exilio. Icaria Editorial, 2012.
[4] A excepción de ésta, en todas las ocasiones que Temes cita El anillo de hierro acompañado de su cronología no erra en la fecha, 1878.
[5] Existen listados muy completos documentados por aficionados y algún estudioso. Por citar uno de los que el firmante conoció hace años: el del Archivo Lírico de Salamanca a cargo de Félix Portales.