Bruckner: Sinfonías núm. 3 i 4
Royal Concertgebouw Orchestra. Mariss Jansons, director.
RCO Live. RCO 09002 2CD SACD
RCO Live
El firmante detesta las introducciones históricas en reseñas de obras de repertorio como las presentes, cuando no justifican las percepciones de la interpretación –a menudo, sucede que unas sustituyen a las otras-. No obstante, como confieso ser poco bruckneriano como comentarista –como melómano, la situación es mucho más saludable– considero oportuno hacer una excepción y recordarla problemática bruckneriana a los despistados o a los recién llegados a la parroquia. Esto es, la de las distintas ediciones críticas de sus obras y para el caso, de la Tercera y la Cuarta.
De las tres variantes que dejó de la Tercera sinfonía, la versión original fue presentada a Wagner en Bayreuth en 1873 y contiene las citas de su obra y que Leopold Nowak editó en 1977. Hace pocos años Jonathan Nott realizó una de las mejores grabaciones de esta edición con la Bamberger Symphoniker para el sello Tudor. La Tercera sufrió una primera revisión en 1877 en la que Bruckner eliminó las citas wagnerianas, alteró el Scherzo y el Finale suprimiendo la Coda de aquél. La partitura fue publicada por Fritz Oeser, de la antigua Sociedad Bruckner, en 1950, y por Leopold Nowak, de la nueva Sociedad Bruckner en 1981, con resultados casi idénticos de los que sólo cabe matizar que Nowak recupera la Coda del Scherzo. Es la versión seguida –con la referida coda o sin ella- por la mayoría de maestros desde Horenstein, Haitink, Barenboim y Kubelik hasta Sinopoli y Solti. Finalmente, Bruckner realizó una segunda revisión en 1889, con la ayuda –entiéndase presión y tijeretazo- de Franz Schalk. Se suprimieron algunos pasajes y modificó la instrumentación (partitura publicada por Leopold Nowak en 1959) y que es la seguida por directores como Celibidache, Chailly, Jochum, Karajan, Wand, Tennstedt, Böhm, Sanderling. Jansons se suma al uso de la segunda revisión de la partitura, es decir, la tercera de las versiones y la cuarta de las ediciones de la obra. Curiosamente, éste es la edición menos concurrida en los últimos años debido a un descrédito creciente ya sea por el contagio de tendencias historicistas y restauradoras, o quizá sea por el exceso de legitimación que ha supuesto su preeminencia a lo largo de la historia.
Por otro lado, la problemática de la Cuarta sinfonía es más sencilla, más concisa. Dos son las versiones fundamentales de la obra. La original de 1874 (publicada por Nowak en 1975) y la versión revisada entre 1878 y 1880 (partitura publicada en 1936 por Robert Haas y por Nowak en 1953, con escasas diferencias entre ambas siendo la más remarcable la reaparición del tema inicial de la trompa al comienzo de la obra en los compases finales de la sinfonía en la edición Nowak, basándose en una corrección de la partitura que Bruckner realizó en ocasión de la ejecución de la obra en Nueva York en 1886).
Somos varios, entre ellos José Luís Pérez de Arteaga de quien se ha tomado toda esta documentación precedente y su claridad metodológica, los que creemos que el presente es un lanzamiento aislado, cuanto menos sin voluntad de iniciar una integral. Un hecho que tampoco sería una opción descartable tras la regularidad de los acercamientos de Jansons al sinfonismo bruckneriano en los seis últimos años. Aún así, la intuición nos lleva a pensar que no es más que la oportuna edición de uno de los programa de una de las Big Ten. Por esto, el presente compacto no difiere de la línea de los editados por el sello de la Royal Concertgebouw de Amsterdam en los últimos tres años: recuérdese la Alpina y Ein Heldenleben de Strauss; la Quinta de Mahler o La consagración de la Primavera de Stravinsky; por citar algunas de las más vendidas y mejor ponderadas por ciertos sectores de la crítica especializada que empiezan a idealizar a Jansons convirtiéndolo en un intocable. Algo parecido a lo que sucedió –y todavía sucede!- con Barenboim como director. Dudar de las habilidades del director letón sería de necios, pero es evidente que sus últimas labores discográficas para el sello de “su” orquesta holandesa no exceden el nivel -el alto nivel- de lo que son excelentes sesiones de concierto pero estériles en el formato discográfico. Es decir, una aportación sin idiosincrasia y que sólo llena estanterías y agranda el binomio artístico formado por la RCO y Jansons.
Técnicamente la toma de sonido está a la altura de lo mejor del mercado junto a las ediciones de sellos como CSO-Resound, algunas de Tudor, Opera Rara y, salvo excepciones, LSO Live. Dentro de la tendencia generalizada de las grandes orquestas, las matrices proceden de distintos live (7 y 8 de febrero de 2007 y 28 de agosto de 2008 para la Tercera sinfonía; 17, 18, 19 y 21 de septiembre para la Cuarta). Ello justifica la presencia de sonidos ambientales o del propio director ante los que (nótese, por ejemplo, en el cuarto tiempo de la Tercera a los 4’04”) cuya presencia no es un demérito ante la buena planificación espacial, tímbrica y dinámica de la grabación –ésta última, algo suavizada en sus extremos-. Por cierto, no se han incluido los aplausos. La apuesta de Jansons no difiere de lo ofrecido en sus anteriores discos. Huye de la opulencia sonora (los ff y fff nunca son opresivos). Rechaza la monumentalidad (en comparación con otros directores, las Codas, sabiamente construidas, pedagógicas y diáfanas se antojan modestas, falsamente modestas). Como el último Haitink (CSO RE-Sound) construye por la via da levare alejándose del tradicional tendencia de lo ciclópeo y lo abrupto. Ambos comparten la disección y el detallismo, la bien calculada matización dinámica, un notable impulso y una manifiesta habilidad para los contrastes lírico-dramáticos que en Jansons no pasa de suficiente. Por eso, en parte, Haitink logra un carácter abrupto y turbio que Jansons no. Tampoco se busque el misticismo de Knappertsbusch o la luminosidad de Schuricht aunque pueda inducirnos a ello.
Si Haitink siempre ha sido el más elocuente en el equilibrio de los planos sonoros y Wand ha quedado de los más conciso y directos, con Jansons la música parece explicarse a sí misma sin imposiciones externas aunque sin llegar a ser enteramente explícita. Es decir al contrario que Böhm o Knappersbusch donde todo parece responder a una cuestión ontológica de la obra, contemplada desde distintas perspectivas en base a una afirmación, una verdad inamovible. Jansons parece tener un espíritu más escéptico, algunos dirán más laico en el fervor religioso. Para los interesados en las pausa agógicas puede decirse que los bloques aparecen íntimamente ligados, sin que se resienta la coherencia estructural.
Como en Karajan, en estas lecturas se destacan el sentido de la arquitectura y la transparencia de texturas, así como la belleza de tono hermoso y noble. Términos, es cierto, aplicables a la mayoría de los directores pero que en Jansons parece un fin en sí mismo (primeros y segundos movimientos) y no un medio. Justo al contrario de lo estimable, más si la comparativa es con Karajan considerado el maestro de la “belleza sin forma, del sonido sin significado, del poder sin la razón y la razón sin alma” según el ilustre crítico británico David Crains. En cualquier caso, se puede hablar de “sonido Jansons” y de una progresión musical basada en el fraseo natural, la organicidad de las ideas y la cantabilidad. Prima el lirismo contenido, sin cargar jamás las tintas y unas texturas de enorme claridad. He ahí la elocuencia de los movimientos lentos, sin ápice de sentimentalismo aunque cabría pedir mayor sinuosidad e inquietud. Se dan aquí instantes de considerable belleza diluyendo muchas progresiones con la justa retención del tiempo. Mejores son los Scherzo llevados a buen pulso y cuyas secciones centrales son dibujadas con notable fantasía. Lástima que el referido exceso de claridad diluya, por ejemplo, el carácter agreste del tema principal del Scherzo de la Tercera. Memorable resulta la gracia con que delinea el tema en polka en el Finale de esta sinfonía y la manera de tratar los corales finales en un detallismo afortunadamente poco narcisista de señalar las células musicales en cada familia de metales.
La ejecución de la Cuarta comparte los preceptos generales de la Tercera y si bien goza una ejecución más expresiva, plácida, igualmente carece de la entidad para convertirse en un testimonio de primera magnitud. Es decir, interpretación correcta, emocionante en ciertos pasajes, brillante en otro, nada más. Estamos lejos de Furtwängler, Wand, Schuricht o Klemperer en su categoría de maestros brucknerianos, no tanto en la percepción y realización de cada uno sino en la maestría de ser una referencia en este repertorio. En consecuencia, ¿está justificada la adquisición de este compacto? La respuesta es la típica de discos que discurren por los cauces señalados: no y sí. No, por el plus que le falta. Sí, para los feligreses de la referida parroquia bruckneriana; para los admiradores del director o para quienes puedan permitirse un doble compacto con dos lecturas que en pocos años quedarán superadas por mayor profundidad discursiva del propio Jansons, seguramente sin apenas desviarse de lo aquí ofrecido.