Tchaikovsky: Obertura 1812 op. 49; Cantata Moscow; Marcha Eslava op. 31; Marcha festiva de la Coronación; Obertura festiva sobre temas del Himno danés.
Lyubov Sokolova, mezzosoprano Alexei Markov, barítono. Mariinsky Chorus & Orchestra. Dir.: Valery Gergiev.
MARIINSKI 0503 1CD SACD 64:17 2009
Mariinsky
Como la mayoría de orquestas de categoría internacional, la Orquesta del Teatro Mariinsky al frente de su titular, Valery Gergiev, inició en 2009 la expansión comercial de su propio sello de grabaciones. Para facilitar la difusión, el presente disco fue uno de los primeros. La edición es acertada, de estética y diseño cuidados y sobrios. Cabe destacar la traducción del libreto en cuatro idiomas (ruso, inglés, francés y alemán) en lo que es una coherente apuesta para acceder al mercado europeo, especialmente tras giras por el continente como la ofrecida durante la temporada pasada.
El repertorio lo configuran obras de Tchaikovsky, autor del que hace algunos años Gergiev grabó sus últimas sinfonías. Pero lo presentado son piezas de espectacularidad sin tapujos y por las que su autor no sentía una especial simpatía a pesar del despliegue de oficio y funcionalidad de éstas.
El caso más paradigmático es la Obertura 1812 cuya popularidad es incuestionable. En este nuevo registro, la obra le dura a Gergeiv 14’ 27”, un minuto y diez segundos menos que en su registro con la orquesta del Kirov (Philips) y se posiciona en la media de las versiones orquestales. Las que añaden coro tienden a ser más largas: compruébese la lectura de Karajan (DG), Järvi (DG) o la espectacular, refinada y acertadísima –y relativamente reciente- de Pappano (EMI), que es una referencia absoluta no sólo por la propia realización sino por la particularidad de incluir coro incluso donde no se incluía (las danzas folclóricas).
Gergiev huye, pues, del estiramiento, casi podría hablase de lifting en lo pathetico, de pasajes como las habitualmente hiperdramatizadas exposiciones del himno Dios, protege a tu pueblo, tanto en el inicio de la obra como en el final en medio del clamoreo de las campanas (a partir de 12’09”). El pulso de este pasaje es similar en ambas lecturas con unos resultados menos épicos con la orquesta del Mariinsky pero más angustioso que con la orquesta del Kirov que es más melancólica en el inicio. Y es que salvo momentos puntuales, la concepción de la obra es familiar aunque, en el presente registro, Gergiev opta –con cierto desinterés- por una lectura directa, sin particularidades ni una personalidad significativa. Tampoco es tediosa. Ello se aprecia notoriamente en las danzas (en 7’44” y 10’27”) cuyo pulso es rápido, sin detenerse en la contemplación melancólica de tantos directores ni en la creación de ambientes algo más populares, campestres o como quiera llamarse. Más bien las presenta como meros –aunque refinados- interludios bailables. Y es que Gergiev transita por la obertura sin recrearse en exceso en la batalla.
Detalles? En ambas versiones cierra del mismo modo la sección anterior a la primera aparición de La Marsellaise (Allegro giusto), en lo agógico del diminuendo de los violines y el silencio con fermata (4’29 a 4’31”). También cabe citar la relativa pobreza de los cañones; el leve crescendo del tutti orquestal antes de la tensión de las cuerdas en las que aplica muy claramente la indicación de Poco a poco rallentando (de 11’20”a 12’08”). Así como el uso de campanas pequeñas que sin llegar a parecer cencerros (qué pobreza la de la grabación de Pletnev!- distan de la supremacía de Dorati y su fabulosa demostración de sonido en el histórico registro con Minneapolis Symphony Orchestra. Por su parte, el famoso Allegro vivace (a partir de 13’19”) en Kirov suena más uniforme mientras que aquí el peso de la caja, el bombo y los timbales le da un carácter de desfile, pesante, de artillería, muy rico. Y además, los platos no tienen el mismo balance marcando el contratiempo, con lo que se evita -cuanto menos se diluye-, el, por otro lado escrito, efecto “chis-poom” que, en realidad es “poom-chis”. Recuérdese que los platos suenan en el tiempo débil aunque en la escucha no lo parezca. La ejecución tampoco añade campanas en ningún otro pasaje que no esté escrito como en ocasiones ha sucedido en la larga coda de acordes, ni se cierra con un cañonazo o con una brutal fermata de los metales (como Järvi). Todo en su sitio y el calderón dura lo proporcional a la lectura.
Otra obra de circunstancias políticas es la Marcha Eslava Op. 31. Aquí se aprecia igualmente la inteligibilidad en la articulación, el trabajo de texturas y, por ejemplo, el carácter de marcha fúnebre inicial no es el de Karajan que optó por construir la melodía con más legato, tintes pesarosos y dolientes y con mayor variedad de color en los giros harmónicos. Gergiev la presenta como una cantilena algo tosca y detalles de precisión como la llamada de de trompetas (corchera, tresillos de negra). El discurso progresa con acentos marcados, levemente pesantes y cierta vaguedad de carácter pero con un sonido ligero muy en la línea del Gergiev de los últimos años. La concepción es bastante uniforme también coloreada e incluso vistosa, en una pieza que difícilmente no puede ser así. Merece destacarse la persistencia rítmica desde el 3’32” como base de un canto más popular y festivo de las maderas y trombones con trompetas y su posterior aparición, aunque sin perder el carácter marcial. Merece citarse que Gergiev no llega a extinguir en ppp el calderón de chelos y contrabajos antes del Più mosso Allegro que encamina la obra hacia el final (7’47”) con la nueva marcha, aunque cierra bien esa sección con el silencio (7’50). El ataque del golpe timbal y la misma cuerda grave siguiente cumple con el marcado forte y el progresivo diminuendo que los clarinetes transmutan en un claro desfile de fuerzas victoriosas. El carácter de este tramo es más festivo que solemne y Gergiev se permite licencias aceptables como un ostensible ritardando (de 8’49” a 8’57”) tres compases antes del cambio de tempo en el Allegro risoluto cuya repetición, a diferencia de Karajan, si es respetada. La elocuente potencia y opulencia orquestal es óptima aunque sin excederse cuando los tutti requieren de fff.
Por cierto, Gergiev es de los que aplica un moderado ritardando en los acordes verticales de los dos últimos compases de la obra alejándose del, por otro lado, muy efectista pero ciertamente persuasivo molto ritardando aplicado por Karajan y, del más todavía enfático, Pletnev. Por consiguiente, la lectura de esta Marcha serbo-rusa es más cercana al carácter oficial del encargo realizado por Nicolai Rubinstein y no tanto al carácter apasionado de lo que fue el paneslavismo finisecular. No se busque la idea de urgencia definida de Karajan, ni el carácter sensiblemente melancólico de Abbado o el exacerbado virtuosismo de Barenboim. Tampoco se busque la estilización elegante y lírica de Ormandy ni el mismo estilo –en lo idiomático y detallista- de Pletnev. En general, la obra no parece despertar un especial interés en Gergiev. Por ello es una lectura correcta, no particularmente intensa ni sustanciosa más allá de lo estrictamente musical y lo estándar en el director. Es decir, sin verter una especial fantasía o implicación. Es una opción “militarista” diferente a la estética severa, austera e implacable de Mravinsky. Aunque puestos a colgar banales etiquetas, sería más acertado usar términos como funcional y oficialista.
Sirva lo dicho para la igualmente hábil en la escritura y todavía más colorista y circunstancial Obertura festiva sobre el Himno Nacional Danés Op.15. Gergiev la traduce con idiomatismo, menor espectacularidad y variedad expresiva si se compara con el registro Pletnev la Orquesta Nacional Rusa (DG). Por cierto, entre ambas lecturas hay una diferencia de minutaje de más de un minuto y medio siendo Pletnev el que estira el tempo en el majestuoso final de la obra aunque en Gergiev se percibe la aplicación de tempi urgentes con arranques y ataques secos, contundentes y acordes a una obra que apenas admite multiplicidad de traducciones contenidas o alternativas. El trazo es grueso, para algunos groseros pero donde lo interesante es la propia música y por eso hay cierta trabajo tímbrico en la sección central y la que conduce al final que no deben pasarse por alto. Por eso mismo, la aparición del himno es un evidente pasaje vacío, casi grosero, rápidamente callado por una coda urgente y vertiginosa. No obstante, el carácter extrovertido de Svetlanov sigue sin parangón en la forzosamente escueta historia de esta página menor. Tampoco la Marcha de la Coronación en honor a la subida al trono de Alejandro III merece extenderse en detalles. Convincente prestación orquestal, intensidad en la ejecución y opulencia por doquier en una obra de la que sólo hay que preocuparse de la arquitectura y del segundo tema, más melódico.
Finalmente el mayor interés por el compacto lo genera la Cantata Moscow, que no debe confundirse con la Cantata para la inauguración de la exposición politécnica de Moscú en la que, por cierto, Tchaikovsky utiliza el tema conclusivo del último movimiento de su Primera sinfonía. La ejecución comparte los rasgos más favorables de lo ofrecido en las obras que configuran el disco con el añadido del coro que desde el primer número de la partitura demuestra calidad ejemplar. Por ello remito directamente al breve tercer movimiento y al último para percibir la potencia, la densidad y la convincente dicción del coro del Teatro Mariinsky en un pasaje, cierto es, que la tonalidad de Re mayor le facilita el carácter. Su color orfeónico acentúa el carácter moderadamente grandioso y laudatorio de una obra de considerable enjundia como revelan los dos Arioso de la mezzosoprano y el del bajo-barítono. La primera, Lyubov Sokolova posee un timbre carnoso, oscuro y aunque no es especialmente bello cumple en la expresividad y la técnica salvo algunos agudos que no resuelven y se antojan calantes (corte 5, a los 2’35”, por ejemplo) en una partichela muy central, sin exigencias de tesitura. Por su parte, Alexei Markov posee una voz igualmente recia, con un canto también expresivo que defiende en su intenso monólogo. Frente a los registros de Rozhdestvenski o Cherkasov, Gergiev es vitalista y parece menos centrado en el mensaje de la obra en pro de un narcisismo sonoro, ciertamente singular –cuanto menos reconocible y asociable a él- como si fuera la única alternativa posible en la hermenéutica de la partitura que, en lo meramente plástico y técnico, convence y la equipara a las dos referencias citadas como opción lícita.
En resumen, tras este caprichoso comentario de extensión desproporcionada respecto al interés del disco, cabe señalar que el mérito de la grabación y su interés son limitados. Sólo deberían hacerse con el productos quienes estén mediatizados por las campañas de promoción y conciertos de los ciclos lujosos que han convocado al director y a esta orquesta, tan presuntuosamente declarada de las mejores del mundo. A su vez, quienes sean unos apasionados de Tchaikovsky descubrirán unas correctas y eficaces interpretaciones de todas estas obras así como que aún en el desinterés compositivo del autor hay oficio. Y finalmente, a quienes no conozcan la Cantata Moscou, porque la lectura es muy notable al margen que difícilmente encontrarán la de Rozhdestvenski o la de Cherkasov (u otras grabaciones que desconozco).