Rompió el hielo de un Liceu al completo y expectante el conseller de Cultura, Ferran Mascarell, amigo y admirador de la soprano: "Siempre hemos tenido la suerte de tener la mejor Caballé. Gracias por la cantidad de belleza que has construido con tu voz". Tras lo cual, ni corta ni perezosa, la diva catalana ofreció una voluntariosa interpretación de la célebre habanera de Carmen: "Nunca la había podido cantar en el Liceu". Su intención, no obstante, era no dejar pasar la ocasión de dar a conocer a cantantes jóvenes "a los que he transmitido la arquitectura del sonido". La coreana Ji Young Jo le hizo de álter ego al interpretar Casta Diva, pero quien convenció especialmente fue la soprano sudafricana Pretty Yende, ganadora de su concurso, con I Puritani.
¡Ah! La noche iba a ser de escándalo, con orquesta y coro del Liceu incluidos, dirigidos por José Collado y José Luis Basso. Pero la cosa fue a mayores con la aparición inesperada de Juan Diego Flórez, que sigue en Barcelona con Linda di Chamounix, y que dejó al respetable clavado en sus butacas cuando arrancándose por rigolettos cantó La donna è mobile. ¡Qué gran Liceu!
Olvídense de lo que se entiende por un homenaje. Olvídense de lo que significa ser público aficionado. El recital de Montserrat Caballé & friends, anoche, en el Liceu, se convirtió en la más sincera manifestación del idilio que tantas personas viven con la ópera, de gratitud por la dedicación de Caballé al teatro barcelonés y de euforia por lo que su arte hizo sentir en momentos de gloria.
Josep Carreras le cantó T'estimo y Plácido Domingo se lo dijo en un vídeo de felicitación. "Tantas emociones a mi edad no me convienen", bromeó ella, bastante fatigada, sosteniéndose en una muleta que había forrado en negro para conservar la elegancia. Se guardó para sí la traca final, Le Roi de Lahore, en homenaje a Massenet, y redondeó con la hermosa marcha de la paz de Vangelis y el teatro puesto en pie.
En fin, nada que pudieran empañar los ajustes económicos del president Mas, presente en la sala, y los que ojalá no traiga el flamante secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, cuya figura con aire intelectual –todo hay que decirlo– encajaba particularmente bien ayer en los salones del teatro de la Rambla. ¡Ópera forever!
La fiebre no era, en todo caso, exclusiva del público barcelonés. La efeméride había atraído a fans de toda Europa, enamorados de la Caballé o de su recuerdo, hasta un noche de alto voltaje sentimental. Aquí descubrieron que la diva, cuya voz ha estado presente desde su Donna Elvira de Don Giovanni (1962) hasta la Catalina de Aragón –que no Maria Estuardo como se dijo ayer por error en estas páginas– de Enrique VIII, en el 2002, ha sido para el Liceu mucho más que una artista extraordinaria de incuestionable proyección internacional.