23/7/2011 |
Este domingo 25 concluye la programación operística del Festival Internacional de Aix-en-Provence con cierto sabor agridulce. En su 63 edición, la gran cita lírica del verano francés ha dado a lo largo de todo el mes de julio una de cal y otra de arena. Y eso que había mucha expectación por algunos de los montajes anunciados, empezando por la participación de la London Symphony Orchestra, que toma en relevo hasta 2014 de la Filarmónica de Berlín como agrupación residente del festival.
Poco dada al género lírico, la LSO se hizo cargo con valentía de dos de las piezas estelares del cartel. Por seguir la tradición mozartiana del certamen, el venerado Sir Colin Davis escogió para dirigir él mismo 'La Clemenza di Tito', su obra favorita del compositor de Salzburgo, en el marco histórico del Théâtre de l'Archevêché. Una ópera seria basada en un célebre libreto de Pietro Metastasio ambientado en la Roma imperial que, en la versión de Aix, tenía la gracia de que los personajes masculinos de Sesto y Annio estaban interpretados respectivamente por las mezzosopranos británicas Sarah Connolly y Anna Stephany. Gustó bastante, aún cuando el personaje de Tito hubo de ser asumido a último hora por el tenor de Illinois Gregory Kunde, tras la baja por enfermedad del inglés John Mark Ainsley, asiduo colaborador de la London Symphony Orchestra.
La sinfónica londinense puso su arte también al servicio de esa 'Traviata' que la soprano francesa Natalie Dessay ha paseado con buenas críticas por Tokio y Santa Fe pero nunca había ofrecido en Europa. Bajo la dirección de Louis Langrée, la agrupación británica ejecutó con no poca timidez la partitura de Verdi. El montaje escénico de Jean-François Sivadier, de tan depurado y minimalista (un muro, algunas sillas, unas telas que cuelgan...) tampoco ayudaba mucho. La crítica de Le Monde Marie-Aude Roux se preguntaba por qué la Dessay se ha empecinado en asumir el papel de Violeta. A su lado, el tenor estadounidense Charles Castronovo se contagiaba del desatino. Y sólo el entrañable barítono galo Ludovic Tézier arrancó ovaciones sinceras en el Archevêché, dando vida a Giorgio Germont, el padre de Alfredo. Menuda decepción.
A la sombra de estas dos obras digamos más populares, el resto del cartel del festival ha resultado más que interesante. Bajo la dirección del belga Bernard Foccroulle desde 2007, Aix-en-Provence sigue fiel a la doble vertiente que impuso el legendario Stéphane Lissner durante sus años de mandato: combinar su querencia por Mozart y por los grandes compositores italianos con el estreno de obras creadas especialmente para el certamen; mezclar los clásico y lo contemporáneo; invitar a participar en la gran fiesta lírica a creadores destacados en otros ámbitos artísticos; desarrollar la vocación didáctica del evento a través de la Académie Européenne de Musique... Logros a los que Foccroulle puede añadir su empeño personal por democratizar los espectáculos, poniendo a la venta entradas que van de los 350 euros con cóctel incluido en el entreacto a los 15 euros para estudiantes y menores de 28 años."Para mí, el público ideal es la mezcla de clases sociales y edades", ha dicho este notable organista barroco metido a gestor cultural.
Así, el Festival International d’Art Lyrique se mantiene vivo y en forma en el siglo XXI. Claro que en esta edición no hemos tenido joyas como aquel 'Janacek' de Pierre Boulez y Patrick Chéreau de 2007 o el 'Cosi fan tutte' del cineasta iraní Abbas Kairostami en 2008; ni siquiera un 'Idomeneo' como el que concibieron Marc Minowski y Olivier Py en 2009. Por contra, sí que ha vuelto a el director japonés Kazushi Ono, tras su triunfo del año pasado en el Archevêché con aquel 'Ruiseñor' de Stravinski que tan delicadamente puso en escena Robert Lepage.
Ono repitió asociación este año con la Orquesta de la Ópera de Lyon en el foso de ese Grand Théâtre de Provence construido para albergar grandes montajes escénicos e inaugurado en 2007 con la 'Walkiria' wagneriana. Interpretaron con gran éxito 'La nariz de Chostakovitch', un espectáculo venido del Metropolitan Opera de New York, con montaje escénico a cargo del surafricano William Kentridge, que el comentarista de 'Le Figaro' Christian Merlin calificó de genial, destacando la labor vocal y la vis cómica de los cantantes rusos Vladimir Ognovenko, Gennady Bezzubenkov y Vladimir Samsonov.
Kentridge, por cierto, ha sido el gran protagonista de este verano en Aix, a pesar de no cantar ni tocar instrumento alguno. El artista de Johannesburgo no sólo se ha responsabilizado de los decorados constructivistas y las acertadas proyecciones del Grand Théâtre de Provence para la función operística, sino que ha inaugurado en la Cité du Livre de Aix la exhibición 'I am not me the horse is not mine': una serie de ocho proyecciones basadas en el relato de Gogol que inspiró la partitura de Chostakovitch, que contienen una dura crítica a cómo el régimen soviético aplastó las vanguardias rusas durante los años 30. Además, también expone en el Atélier de Cézanne una escultura animada con vídeo dedicada a Chostakovitch, a medio camino entre el cubismo y el op art.
En esta 63 temporada del certamen lírico, ha destacado también la première mundial de 'Thanks to my eyes', nueva creación del joven compositor italiano Oscar Bianchi. Una ópera de cámara con armonías extrañas y penetrantes, que parte de un texto de Joël Pommerat y fue muy alabada en el Théâtre du Jeu de Paume.
Tampoco hay que olvidar ese hallazgo de habilitar un cuarto escenario para el festival en el Domaine del Grand Saint-Jean, una histórica finca al norte de Aix-en-Provence en cuyo castillo los aficionados al bel canto tenían la posibilidad de cenar al aire libre un menú elaborado por la mejor chef de Provenza, Reine Samut, del restaurante estrellado 'La Fenière', en Lourmarin (Vaucluse), antes de disfrutar del trabajo de los jóvenes alumnos de la Académie Européenne de Musique. Cantera de nuevos talentos nacida a la sombra de la cita operística, la Académie se enfrentó este año a un Acis y Galatea, bajo la dirección musical de especialista barroco argentino Leonardo García Alarcón, y demostró con creces por qué muchos de sus alumnos regresan años después a Aix convertidos en estrellas internacionales.
En el impagable marco bucólico del château, la ópera pastoral de Haendel se benefició además de una sorprendente escenografía del coreógrafo japonés Saburo Teshigawara. Ha habido quien ha censurado mucho la falta de recursos de la guapa Joelle Harvey para dar voz a Galatea o los excesos del tenor candiense Pascal Charbonneau en el papel de Acis. Lo cierto es que, siguiendo la vocación didáctica de la Académie, se trata de una representación sui generis en la que los nueve integrantes del elenco se turnan cada noche para hacer los cinco papeles principales y los cuatro del coro. A nosotros, sus bailes y sus trinos en la pradera provenzal nos hicieron incluso gracia. En octubre, la obra se representa en la Fenice veneciana y allí, seguro, estará más rodada.
Juan Manuel Bellver
El Mundo