14/6/2011 |
La penúltima ópera de Mozart (1791) puede escucharse desde tantas perspectivas como plumas tiene el personaje de Papageno.Es un cuento de hadas infantil, como también es un rito de iniciación masónica.
Recordemos el argumento: el príncipe Tamino quiere la mano de la hermosa Pamina, aunque la madre de ésta, la Reina de la Noche, pretende convencerla para urdir el homicidio del sumo sacerdote Sarastro. La venganza no llega a producirse porque interviene la sabiduría.De modo que la pareja, envuelta en un ritual catártico, conquista la cima del altar después de haberse demostrado perseverante, taciturna y paciente.
Perseverancia, taciturnidad, paciencia. He aquí el principio triangular de la iniciación masónica en tiempos de Mozart. Triangular porque el número tres, símbolo de la pirámide egipcia y de la perfección pitagórica, se manifiesta explícitamente en el desarrollo de la ópera.
Lo hace en los acordes iniciales y en los pasajes sublimes, aunque también aparece escénicamente a la vista de los espectadores: tres son las damas, tres son los niños, tres son las pruebas que debe superar Tamino y tres son las puertas que se le presentan al príncipe en el trasunto del primer acto: Razón, Naturaleza y Conocimiento.
Pocos espectadores de la época percibieron el hermetismo y la simbología del rito mozartiano. Tampoco debieron apreciar que el compositor austriaco recurre siempre a la misma tonalidad -mi bemol mayor- para aludir al trance del ceremonial masónico.
No importa. La grandeza democrática de Mozart estriba en la accesibilidad.No todas las llaves conducen a la profundidad de su misterio, pero cualquiera de ellas, cualquiera, relaciona al oyente con la plenitud del arte musical.
¿Ejemplos? Mozart es el compositor preferido de Benedicto XVI y de Umberto Eco. Al primero le atrae la metafísica de las misas. Al segundo le impresionan el esperma y la sangre de Don Giovanni, aunque ambos personajes anteponen el culto a La flauta mágica.
Será porque la ópera admite una interpretación maniquea: el bien contra el mal. O será porque la obra también es un himno al conocimiento (gnosis), al paganismo, a la alquimia y al esoterismo.
El propio Wolfgang Amadeus Mozart, políglota, culto, perfecto conocedor del latín, conjugaba la devoción cristiana con la militancia en la logia de la Nueva Esperanza Coronada, tal como les sucedía a los grandes ilustrados de finales del siglo XVIII en el itinerario de la Revolución Francesa.
Unos y otros encontraron en La flauta mágica la unio mystica entre naturaleza y razón, masculino y femenino, alto y bajo, pobre y rico, alma y cuerpo, antiguo y contemporáneo, tinieblas y luz, vida y muerte, muerte y vida.Mozart, claro, alude al principio de la ambivalencia. También lo hace en sentido químico, como Paracelso, cuyos restos mortales reposan en Salzburgo cerca de los del padre del compositor.
Rubén Amón
Blog de pecho