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Carlos Álvarez: «Vuelvo al trabajo»

3/5/2011 |

 

Tras quince meses de ausencia de los escenarios, el barítono malagueño regresa hoy con un recital en el Teatro Arriaga de Bilbao.

Carlos Álvarez, en una imagen de archivo Su nombre estaba presente en algunas de las citas musicales de esta temporada, parecía una buena señal pues significaba su regreso después de una larga convalecencia por un problema en las cuerdas vocales que le ha llevado tres veces al quirófano. Sin embargo, Carlos Álvarez cancelaba uno tras otro sus compromisos, dejando a su público a la espera del reencuentro. Hoy, este regreso es una realidad. Ofrecerá un recital en el Teatro Arriaga de Bilbao, acompañado de Rocío Ignacio y el pianista Rubén Fernández. Éste es un primer paso para su reincorporación, pero de momento el barítono malagueño prefiere tomarse las cosas con calma, «primero vamos a ver cómo va todo en este recital», confiesa a ABC telefónicamente desde Bilbao.

 

—Han sido quince meses sin subirse a un escenario...

—Desde que estaba ensayando «Attila» en el Met, en febrero de 2010, que tuve que cancelar. Quince meses de vicisitudes, en los que he aprendido mucho y me han pasado muchas cosas, pero ahora vuelvo al trabajo.

—¿Qué es lo que ha aprendido durante este tiempo de retirada forzosa?

—A tener un poco más de benevolencia conmigo mismo, y ver que el trabajo es una parte muy importante de mi vida, pero no lo es todo. También a hacer uso de lo que tenía a mano, y no utilizada. Me he dado cuenta de que el trabajo es complementario a la vida.

—¿Cuál fue exactamente su dolencia?

—Una displasia en la cuerda vocal derecha, una lesión de crecimiento celular. Pero se ha dicho de todo y más. Que si era cáncer, que si yo estaba en fase terminal en un hospital en Madrid... Eso forma parte de este trabajo también (bromea). Se trata de una lesión que hay que observar para que no se convierta en algo cancerígeno. A mí me operaron tres veces. La primera, en mayo de 2009; la segunda, en febrero de 2010; y, la última, en noviembre de 2010, cuando estaba a punto de volver al trabajo, pero como yo no anuncio la vuelta a bombo y platillo, pasó más desapercibida.

—¿Cómo va a ser esa reincorporación al trabajo? ¿Se lo va tomar con calma o tiene ya muchos compromisos cerrados?

—Lo voy a hacer con mucho cuidado porque no debo cometer errores. Y con calma. Este recital significa una plataforma desde la que comenzar de nuevo. Hemos estudiado muy bien el repertorio, y dependiendo del resultado veremos qué es lo que podemos asumir. Como los compromisos están ahí, vamos viendo. Lo cierto es que durante este tiempo los teatros han seguido haciéndome ofertas para que vuelva al trabajo lo antes posible. El comentario más extendido era que en cuanto me pusiera bien retomabamos la agenda. Y lo tengo que hacer con la responsabilidad que me corresponde, y no rechazarlo en caso de que no me encuentre bien.

—Su reaparición en el Arriaga, teatro que dirige Emilio Sagi, que fue quien impulsó sus carrera cuando dirigía el Teatro de la Zarzuela, parece un guiño a sus inicios, así como un territorio seguro, en el que se sentirá arropado...

—Es una casualidad, pero es una magnífica casualidad (se ríe). Se dan muchas circunstancias. El Arriaga fue el primer teatro al que yo fui a trabajar como primera salida desde Málaga. Poco después, en una producción de Sagi, «La Cenerentola», tuve la posibilidad de audicionar en Madrid, y debuté en la Zarzuela con «El manojo de rosas». Fue, además, el comienzo de una excelente relación con Emilio. Este recital es como una especie de espiral, que espero que sea hacia arriba y que me sirva para retomar el trabajo veintitantos años después...

—¿Qué programa va interpretar hoy?

—Es variado, ad hoc a la situación. Comparto el escenario con la soprano Rocío Ignacio y el pianista Rubén Fernandez Aguirre, que siempre me acompaña. Somos un terceto, no Carlos Álvarez & Friends (bromea). La mayor parte del programa es nuevo para mí, canciones de Williams, también otras canciones bíblicas de Dvorak, para la primera parte; y en la segunda, música napolitana y la única concesión que hago a la ópera, el dúo de Pamina y Papageno de «La flauta mágica», de Mozart. Terminaremos haciendo música norteamericana, algo que nos apetece mucho. El programa no tiene nada de ligero, como algunos dicen. Es música lírica, lírica...

—Antes hablaba de lo que ha aprendido durante estos quince meses, pero ¿cuál ha sido el peor momento?

—Es un momento que no tiene nada que ver con el trabajo, si no con situaciones personales. Mi padre murió en abril de 2010, acaba de hacer un año, y este concierto es casi un homenaje a él. Eso es lo que más me ha dolido. Después de cosas como esa, el resto se relativiza. Además, he tenido tiempo de hacer otras cosas, como teorizar sobre mi trabajo. He participado en cursos en la universidad y, por primera vez, he tenido la oportunidad de participar en alguna clase magistral, algo que antes no había podido hacer por falta de tiempo. Me ha apasionado la posibilidad de transmitir conocimiento, especialmente a aquellos colegas que necesitan un punto de reciclaje.

—No sé si está al tanto de la polémica suscitada a raíz de unas declaraciones realizadas por el director artístico del Teatro Real, Gerard Mortier, sobre la falta de estilo en los cantantes españoles...

—Sí, claro. El problema de los cantantes españoles es más profundo que todo eso. En principio, no se soluciona pidiendo la dimisión de nadie. Eso parece la cuita de alguien con el señor Mortier, que quiere solucionarla utilizando el manifiesto de los cantantes para enfrentarse al Teatro Real y a Mortier. Yo creo que el verdadero problema de los cantantes españoles pasa por dos aspectos: aquellos que tienen la oportunidad de salir al extranjero para poder hacer el trabajo, que no tendrían ningún problema en cantar en el Real; pero también por aquellos cantantes que no tienen oportunidad de salir y necesitan hacer su carrera en nuestro país. Es muy importante para ellos y para esta profesión el poder contar con la colaboración de los teatros. Ése si es un verdadero problema. Creo que el quid de la cuestión estaría en fomentar la contratación, en igualdad de condiciones, a aquellos artistas más cercanos: los que viven en nuestro país, y no me refiero solo a los españoles, si no a aquellos que pagan sus impuestos en nuestro país. Otro problema que yo veo, es que cada cantante se representa de manera individual, no hay ningún colectivo potente que pueda argumentar eso, por lo que estamos siempre en el alero.

—Después de Bilbao, ¿tiene más fechas cerradas?

—No. Vamos a ver lo que sucede en este recital y a partir de ahí tomaremos decisiones.

SUSANA GAVIÑA
Abc

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