17/2/2011 |
Zubin Mehta cumple 75 años. No los demuestra su aspecto. Sí los demuestra el grado de sabiduría y de hondura que ha ido adquiriendo en el podio, o en el foso. El talento y la versatilidad los tuvo siempre. También siempre tuvo la capacidad de comunicar y de entenderse con la música.
Y con los músicos. Le gustaba ionizar con su papel. Decía que la verdadera misión del director de orquesta no radica en conseguir que los profesores sigan al maestro, sino al revés: es el director quien debe secundarlos. En realidad, la exageración sobrentiende que Mehta no forma parte de los colegas tiranos ni autoritarios. Pertenece a la escuela de los buscadores de consenso. Igual que Abbado, compañero de clase en el Conservatorio de Viena.
Les gustaba a ambos apuntarse al coro de la venerable institución académica. No porque estuvieran dotados para el canto,sino porque la experiencia les permitía aprender de los viejos maestros.
Mehta se ha convertido en uno de ellos. Y ha sido también un ejemplo de compromiso, especialmente en cuanto concierne al poder simbólico, conciliador o disuasorio de la música. Suya fue la iniciativa de llevar la Filarmónica de Nueva York a los suburbios de Harlem, como suyo fue el mérito de reunir en un mismo concierto y en los mismos atriles a los músicos de las orquestas filarmónicas de Israel y de Berlín.
Sucedió en Tel Aviv (1992) como una prueba de reconciliación y como un ejemplo de la sensibilidad del maestro. Ya había dirigido la "Segunda" de Mahler en los aledaños del campo de concentración de Buchenwald (1999), diez años antes de haber impulsado un proyecto en Israel que tenía y tiene como objetivo el apoyo a los músicos árabes.
Fue Zubin Mehta quien protestó en Buenos Aires contra la guerra de las Malvinas y quien reunió a las huestes de la Orquesta Sinfónica de Sarajevo para interpretar un concierto en las ruinas de la biblioteca de la capital bosnia durante el brutal conflicto balcánico.
No se trata de hacer un balance de la «misión» de Mehta, sino de ubicarlo en una posición que trasciende la rutina de los conciertos y que también explica el convencimiento con que se avino a dirigir el espectáculo impredecible de los tres tenores en las termas de Caracalla.
Rubén Amón
El Mundo