13/12/2010 |
El músico estadounidense, que acaba de cancelar su participación en «Manon», por enfermedad, enfila sus últimos meses como titular de la Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Lorin Maazel, en el escenario del Palau de les Arts de ValenciaSobre Lorin Maazel se ha escrito mucho. No es de extrañar con una carrera tan lóngeva como la suya. El próximo 6 de marzo cumplirá 81 años y sigue en activo. No parece que tenga ganas de retirarse. Violinista, director de orquesta y compositor, Maazel nació en Francia pero creció en Estados Unidos. A los ocho años debutó con la batuta y a los quince con el violín. Ha sido la primera actividad, la dirección, con la que se ha labrado su exitosa trayectoria. A los 30 años se convertía en el primer americano que dirigía en Bayreuth, y en el último medio siglo han pasado por sus manos algunas de las mejores orquestas, desde la Deutsche Oper de Berlín a la Filarmónica de Nueva York, pasando por la Orquesta de Cleveland o la Radio Bávara de Munich , además de haber sido director general y musical de la Ópera de Viena. Maazel, al que se le atribuye el honor de ser el director más caro del mundo, se despide esta temporada de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, considerada por muchos como la mejor formación de nuestro país en la actualidad. Tras dirigir «Aida» y cancelar «Manon» por enfermedad, el 6 de marzo pondrá el broche final a esta etapa con la última representación de su propia ópera «1984».
—Hace cinco años, cuando se ponía en marcha el gran proyecto del Palau de les Arts , usted aseguró que convertiría a su orquesta en la mejor del mundo. ¿Lo ha conseguido?
—En el mundo de las artes cada orquesta tiene su posición muy clara. Por ejemplo, la Filarmónica de Viena también es una orquesta muy buena... En cuanto a la de la Comunidad Valenciana, creo que ha encontrado su sitio y me atrevo a decir que puede ser una de las mejores orquestas que haya en estos momentos en el mundo.
—¿Cuáles son las virtudes y los defectos de esta formación?
—(Se ríe) No hay ningún músico en la orquesta que no esté a la altura de lo que tiene que hacer. Los problemas que hubo al principio, a pesar de que ellos técnicamente son muy buenos individualmente, eran algo natural. En ese momento no tenían experiencia en ópera. Hace cinco años, la preparación para cada uno de los títulos resultaba difícil, pero a fecha de hoy la orquesta se ha transformado completamente en ese aspecto. Eso lo he podido comprobar en el primer ensayo que tuve con «Aida». Lo hacían tan bien, que me pude permitir cancelar tres ensayos. Eso quiere decir que la orquesta ya sabe cómo prepararse.
—¿Los músicos de esta orquesta están preparados para que le sustituya a usted un director como Wellber, que apenas tiene 30 años? ¿No hubiese sido preferible un relevo intermedio, con otro director con más experiencia?
—No se trata de la edad, sino del talento, de la sabiduria, que en el fondo viene del instinto. Yo por ejemplo soy un buen director de orquesta pero porque llevo cuarenta años dirigiendo ópera, y me resultan las cosas mucho más fáciles ahora.
—¿La moda de fichar a jóvenes directores es consecuencia de que están muy preparados, o porque son más baratos?
—Sigue habiendo problemas porque no todos están a la altura desde el punto de vista del talento. Con todo, puedo decir, sin mencionar nombres, que en los últimos tiempos he descubierto cuatro o cinco jóvenes que pueden llegar a ser grandes directores porque tienen todas las herramientas necesarias. Quizá falta una cosa, el vínculo entre la vieja generación, o los directores más mayores, y la de los jóvenes. Tengo que decir que hay gente muy válida. Hay un concurso que se celebrará en 2012 en Escandinavia, que se llama Malko, en el que yo seré el presidente del jurado, y estoy animando a que participen a aquellos que creo tienen talento, y no por que hayan sido enviados por compañías discográficas o por sus agentes, sino porque creo que cumplen los criterios necesarios...
—En su tono se adivina cierta crítica al poder de las casas discográficas a la hora de crear estrellas no suficientemente preparadas...
—En el fondo siempre ha sido así, pero realmente no me importa porque igual de rápido que suben también caen. Lo que yo hago con los directores que estoy preparando es presentarles un plan de trabajo a largo plazo, en el que van trabajando lentamente: primero repertorio con orquesta de segunda categoría, y después pasan a las de primera categoría haciendo más repertorio. Esto es mejor que lanzar a alguien al estrellato sin mucha preparación.
—El Palau de les Arts abrió la temporada con un montaje de «Aida» protagonizado por samurais y que fue desigualmente recibido por la crítica. ¿Cree buenas o necesarias estas relecturas?
—Desde hace 150 años existen tensiones entre el director de orquesta y el director de escena, y las veces en las que se ha logrado una verdadera fusión entre los dos ha sido algo increíble. Yo pasé dos meses trabajando con Giorgio Strehler para preparar «Falstaff» para la Scala de Milán, un montaje que sigue funcionando después de veinte años. Por lo que respecta a «Aida», en estos momentos el Palau de les Arts atraviesa problemas financieros y hemos tenido que alquilar la producción. El éxito de la ópera como arte reside en la parte musical. Si tenemos un coro, unos cantantes y unos músicos de alto nivel, digamos que la música consigue que lo que pasa en escena nos atraiga cada vez menos, porque te dejas llevar por ella como si fuera un tsunami. Por supuesto, si hay una buena unión entre la escena y la música el resultado es mucho más espectacular.
—Cuando tiene que dirigir un montaje que no le gusta demasiado, ¿qué hace?
—Es algo que no me pasa muy a menudo, porque en general, tanto en Salzburgo como en Virginia o en Pekín, suelo trabajar con dos años de antelación con el director de escena y preparamos juntos el resultado. En este caso, por las cuestiones presupuestarias hemos tenido que actuar de otra manera. Nos hemos arreglado con este montaje, y si a veces hay algo que no funciona cierro los ojos y no miro. Es la solución.
—El día 6 de marzo de despedirá del Palau de les Arts. ¿Cuál es su balance de estos cinco años?
—Estoy bastante orgulloso de lo que hemos hecho y creo que este teatro tiene un futuro prometedor, siempre y cuando haya dinero, porque la orquesta ya está al nivel que le corresponde y el coro también tiene un nivel extraordinario.
—Cundo cumplió 80 años firmó con la Filarmónica de Múnich, a la que se incorporará en 2012. ¿Cuándo va a relajarse y a descansar?
—(Se ríe) Soy afortunado por tener una profesión que no solo te da alegrías, sino que también te da fuerzas y ánimo desde el punto de vista físico y espiritual. De hecho, cuando acabé en Nueva York no me había planteado volver a ser titular de una orquesta. Cuando me llamaron como director invitado en Múnich, el señor Thielemann, su director titular, había decidido no renovar su contrato. Entonces la orquesta me propuso ese cargo. Yo ya había trabajado con la otra formación de Munich, y mi familia y mis hijos habían vivido allí, y dije, ¿por qué no? También acepté porque físicamente me siento a la altura. Y, además seguiré fiel a las orquestas con las que he trabajado durante los últimos cincuenta años.
—Dicen que usted es el director de orquesta más caro del múndo. ¿Etá de acuerdo con este título? ¿Le gusta que se lo adjudiquen?
—(Se ríe) No tengo ni idea de lo que cobran mis colegas de profesión. Además, creo que nadie paga a alguien lo que no le quiere pagar. Así que el que paga es quien decide. El que propone el contrato es quien decide. Yo puedo pedir 10.000 millones por representación pero evidentemente me van a decir que no (bromea).
—Entonces no es el dinero el problema por el que se va del Palau de les Arts, como se ha comentado en alguna ocasión…
—Me tenía que haber ido hace dos años, pero aquí, en el Valencia, me pidieron tanto el coro, como la orquesta, como la casa…, que no estaban lo suficientemente hechos, que me quedara un poco más. Acepté porque me encontraba bien en el teatro, pero no más de dos años porque tenía otros proyectos, quería hacer otras cosas antes de parar, como el Festival de Castleton, que ha tenido un éxito que no esperaba.
SUSANA GAVIÑA
Abc