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Mahler, el amante vienés

13/3/2010 |

 

 

Viena no fue la ciudad que más lo amó, y quizás por eso, Gustav Mahler (1860-1911) no estrenó ninguna de sus obras en esta ciudad, en la que vivió la mayor parte de su vida adulta. De hecho, fue en la capital austriaca donde aprendió Mahler a amar y, al fin y al cabo, el 'Adagieto' de su 'Tercera Sinfonía' será para siempre la declaración de amor más etérea y luminosa que jamás se haya escrito en un pentagrama.

Así que ahora le toca a Viena deshacer el agravio y demostrar gratitud por este hijo adoptivo cuya música es hoy parte del paisaje de la ciudad. La ciudad que lo acogió a los 15 años procedente de su pueblo checo de Kalischt como estudiante del conservatorio, aprovecha el 150 aniversario de su nacimiento para brindar a Gustav Mahler todos los honores.

La muestra más importante de este jubileo mahleriano se exibe en el Museo del Teatro y permite un recorrido por las fases de su ponderosa vida. Mientras, el Theater an der Wien ofrece un ballet '3 Adieux' con música de Mahler cuyo estreno será el próximo 28 de marzo. Y La Konzerthaus ha elegido 4 de las sinfonías del maestro para deleitar a su parroquia.

Más allá de los festejos por el aniversario, destaca la historia sentimental de Mahler con la capital austriaca. Cuando Mahler llega a Viena en 1875, la ciudad no sólo era la cabecera del imperio austro-húngaro (que entonces contaba con 51 millones de habitantes) sino una metrópoli con un 60% de población extranjera. Entre aquel ejército de obreros bohemios, eslovacos, polacos y húngaros, había un grupo selecto de intelectuales que se juntaban en los salones de las casas de los mecenas judíos.

Fue en uno de esos salones, en la casa de los Zuckerkandl, el 7 de noviembre de 1901, Gustav vió por primera vez a Alma, la bella intelectual y musa de la 'belle epoque' vienesa que inspiró el 'Adagieto. Unos días después de su crucial encuentro, Mahler anadió un cuarto movimiento a su 'Tercera Sinfonía', que ya había escrito entre 1893-1896.

Declaraciones y fracasos
Aquel movimiento (probablemente, las únicas notas que Mahler compuso en Viena) fue una declaración de amor definitiva. Mucho más sublime que el amor en sí, ya que que “Mahler fue un nino en la cama”, según las palabras de su esposa.

Tras su constante peregrinación profesional como maestro y director de teatro por Ljubljana, Praga, Hamburgo, Leipzig y Budapest, Mahler regresó a Viena por la puerta grande, como director de la Opera. Aunque para ello tuvo que convertirse al catolicismo y dar la esplada a su confesión judía. Los 10 anos que duró su actividad como director de la Opera de Viena se caracterizaron por su trabajo renovador tanto como por los latigazos antisemitas que tuvo que sufrir, pese a su conversión. Hasta que Mahler perdió a su hija primogénita, Maria, de 5 años, en 1907, y dejó Austria.

Mahler se marchó entonces a Nueva York donde trabajó en el Metropolitan hasta que una lesión cardiaca mortal y volvió a Austria para morir. Hoy descansa junto a la tumba de su hija Maria en Viena y a pocos metros de Alma.

Mónica Fokkelman
El Mundo

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