11/12/2009 |
La mezzosoprano triunfa en el Palau con arias compuestas para ´castrati´
Puede con todo". Son las once y veinte de la noche y una señora se exclama del poderío que ha mostrado Cecilia Bartoli en el Palau de la Música. La mezzosoprano romana está en ese momento en el escenario despidiéndose por enésima vez casi tres horas más tarde de haber comenzado el recital.
Sólo ha cantado dos bises, las arias Lascia la Spina, de Händel, y Son qual nave, de Riccardo Broschi, -dos bises que han sido bastante más que la guinda- pero es que su repaso a la abundante y excepcional música compuesta para castrati en la Italia de la primera mitad del siglo XVIII ha sido exhaustivo. Y su triunfo, veloz. Los bravos llegaron con la primera aria, Come nave, compuesta por Nicolò Porpora, maestro de grandes castrati como Farinelli. Y continuaron hasta el final, con momentos de verdadero éxtasis como el final de la primera parte con la energía de un aria de la Berenice de Francesco Araia.
Gorgoritos y agudos no faltaron anoche en la presentación de las arias del nuevo disco de la Bartoli, Sacrificium, que homenajea al arte y el éxito de los castrati, verdaderos divos, y rememora también su sufrimiento. Y el público agradeció entusiasmado toda la pirotecnia vocal y se lo pasó en grande con las muecas, los gestos y la pasmosa habilidad de la diva italiana a la hora de manejar su voz en las tesituras más complicadas.
Pero los presentes que abarrotaban el Palau disfrutaron y aplaudieron mucho también los momentos más serios, que los hubo, como el Misero pargoletto de Carl Heinrich Graun, y además tuvieron un aliciente inesperado: ver la transformación en escena de Cecilia Bartoli, que aparecióen escena ataviada casi como un mosquetero y que fue desprendiéndose aria a aria de capa, chaqueta, chaleco... para acabar al final como una sofisticada cantante barroca de busto dorado y falda roja, una falda, eso sí, levantada para que no se dejaran de ver las altas botas negras.
La apoteosis llegó cuando en el último bis la diva se calzó unas imponentes plumas rojizas tras la cabeza. Los 175 euros que costaba ayer un asiento de platea en el Palau, un precio que supera de largo al de cualquier ciudad europea que vea a Bartoli, excepto a la rica Copenhague, dolieron menos.
JUSTO BARRANCO
La Vanguardia