8/11/2009 |
«El ruido eterno»
Autor: Alex Ross
Editorial: Seix Barral
Traducción: Luis Gago
Colección: Los Tres Mundos
Genero: Ensayo
800 págs.
PVP: 24,00 euros
¿Quién es Alex Ross?
Nació en Washington D. C. Desde 1996 es crítico musical del New Yorker. Escribió para el New York Times desde 1992 hasta 1996. Ha sido galardonado con numerosos premios, como tres ASCAP-Deems Taylor Awards por su crítica musical, la Genius Fellowship de la MacArthur Foundation, la Holtzbrinck Fellowship de la American Academy en Berlín, la Fleck Fellowship del Banff Centre y una Letter of Distinction del American Music Center por su contribución al campo de la música contemporánea. Ha sido profesor de escritura en la Universidad de Princeton y ha recibido un doctorado honorífico de la Manhattan School of Music. Actualmente vive en Manhattan.
En la era digital los errores no son propiedad exclusiva de los humanos. Las máquinas también se equivocan y en ocasiones lo hacen con maravillosas consecuencias para el mundo del arte. Así ocurrió con la extraordinaria metedura de pata llevada a cabo por Amazon, a la que no hace demasiado tiempo se le cruzaron los cables y permitió descargar por 13,95 dólares (9,50 euros) las cuatro obras de «El anillo del Nibelungo» durante dos días. El resultado fue que Richard Wagner desbancó a Kayne West del trono de artistas más buscados.
La casualidad informática tuvo una efímera consecuencia para los anales de la historia musical, pero viene a reforzar la tesis que sostiene el libro «El ruido eterno. Escuchar el siglo XX a través de su música», escrito por Alex Ross y que Seix Barral publica ahora en España. Ross, afamado crítico musical de The New Yorker, saca a la música clásica de la pomposa intelectualidad que siempre la rodea y la acerca al gran público. ¿Cómo? Cuenta la historia del siglo XX mediante su hermosa (y clásica) banda sonora.
- Con un conocimiento tan profundo de la música y su historia, ¿de dónde le viene su afición, qué le llevó a interesarse por la música clásica?
- Escucho música clásica desde que tengo uso de razón. Mis padres eran grandes aficionados y tenían muchos discos en casa. Poco a poco me fui enamorando de este género. Beethoven, Schubert, Brahms... constituían mi banda sonora diaria y empecé a coleccionar discos. Incluso empecé a tocar el piano y hasta intenté componer música, pero tuve que dejarlo porque no tenía talento. Realmente estaba obsesionado, era la única música que escuchaba.
- ¿No se convirtió en el «rarito» de la clase, con todos sus amigos escuchando a Michael Jackson y usted sintiendo auténtica devoción por Schönberg?
- No era el único «rarito» de la clase, en mi colegio había más niños a los que les gustaba la música clásica. La gente joven utiliza la música para socializarse, pero todos terminan escuchando lo mismo. Yo era diferente, no hacía lo que todo el mundo, pero eso no me convertía en un bicho raro sino que me permitía hablar de cosas interesantes. Cuando llegué a la Universidad descubrí la música clásica del siglo XX, con genios como Schönberg o Stravinsky. Pero también me topé con el «avant-garde», que fue la corriente que hizo que me interesara por la música popular. Pasé de mi obsesión por la música clásica a darme cuenta de que en realidad todo bebe de las mismas fuentes. Es algo raro pero apasionante. Incluso hay cantantes de bandas de rock que al final han terminado convertidos en compositores de música clásica. Björk, Radiohead y otras bandas son más experimentales y menos convencionales porque están muy influidos por el «avant-garde». Es una manera muy interesante de evolucionar, pasar de un género a otro.
- Porque, en realidad, los distintos géneros musicales no son (ni deben ser) compartimentos estantes, sino que la teoría de los vasos comunicantes es una realidad que podemos aplicar al mundo de la música. Unos géneros influyen a los otros y ésa es una enorme fuente de enriquecimiento.
- Está claro que una ópera es muy distinta de un concierto de rock o de jazz. Pero creo que los compositores pueden moverse de un género a otro y eso les hace crecer como músicos.
- Rufus Wainwright (el hijo de Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle acaba de estrenar una ópera que no ha sido muy bien recibida por la crítica) y Antony Hegarty (la voz del líder de los Johnsons podría ser la de un «castrati») son sólo dos ejemplos de músicos modernos que intentan retornar a la herencia más clásica. ¿Cómo ve la actual relación entre la música popular y la clásica?
- Es una relación muy complicada porque hay muchos factores implicados. El tercer capítulo del libro -la novela se estructura en tres partes: la primera de 1900 a 1933: la segunda de 1933 a 1945; y la última de 1945 a 2000- habla bastante de esta relación. Sin duda alguna, el ejemplo más ilustrativo es una anécdota que cuento sobre Charlie Parker e Igor Stravinski. En 1946, Charlie Parker estaba tocando en un club en Nueva York y hubo un momento en el que se dio cuenta, al levantar la vista de su saxo, de que entre el público se encontraba Stravinski. Al percatarse de esta maravillosa casualidad, Parker terminó improvisando melodías de «El pájaro de fuego». Se trata de un momento maravilloso que simboliza cómo los grandes maestros de los distintos géneros musicales se admiran y aprenden unos de otros.
- ¿Cuál sería el momento álgido de esta relación?
- Creo que una de las etapas más fructíferas fue la década de los 60 y la de los 70 en Estados Unidos. En primer lugar nos encontramos con una generación muy joven de gente como Miles Davis o Charlie Parker. Los sonidos del «free jazz» influyeron en los «minimalistas», desde Steve Reich a Philip Glass. Los minimalistas, a su vez y una vez captada la esencia jazzística, influyeron en David Bowie o los Talking Heads. Esto es fantástico y no se trata de imitación, se trata de aprendizaje (Steve Reich no suena como Miles Davis, igual que David Bowie no suena como Steve Reich), de escuchar y sacar las ideas más interesantes.
- «Escuchar el siglo XX a través de su música»...¿Qué nos dice la música del siglo XX? ¿Es diferente la historia que nos cuentan los libros de texto y la que percibimos a través de las composiciones musicales?
- Está claro que un libro de Historia como tal aborda de una manera mucho más especializada los acontecimientos históricos relevantes, pero mi intención no era ésa. Mi objetivo era profundizar en la relación entre mandatarios y compositores. He intentado usar la música para experimentar la historia, lo que no deja de ser un método bastante diferente al usado por los libros de texto (en ningún caso he querido utilizar la música para explicar la historia).
- En su novela encontramos parejas «explosivas» como Mahler y el emperador Francisco José (es mítica la frase del emperador: «¿Acaso es la música un asunto tan serio?»), Wagner y Hitler (la música del primero se empleaba en las cámaras de gas), Shostakóvich y Stalin (la figura del primero oscila peligrosamente entre el rol de propagandista y el de opositor) o Copland y Roosevelt (el músico fue apoyado por el presidente hasta que McCarthy se cruzó en su camino). ¿Es siempre dramática la relación entre el poder y la música?«El propósito del libro era que la gente se diera cuenta de lo cerca que está de la música clásica y que la perciba como la pintura o la escultura»- Es mucho más difícil encontrar relaciones sanas. Creo sinceramente que los artistas se pueden ver sobrepasados y hasta sufrir opresión cuando se involucran en asuntos políticos y en ese sentido es muy peligroso y conlleva un riesgo a veces innecesario. Pero, como bien has mencionado, en el libro recibe una especial mención la época del presidente Roosevelt, quien a pesar de no estar muy interesado en la cultura sí reactivó el arte y sus derivados mediante la concesión de jugosas subvenciones a aquellos compositores que recalaban en Estados Unidos desde Europa. Gracias a él mucha gente a lo largo y ancho del país tuvo ocasión de acercarse a la música clásica y descubrir sus secretos hasta caer rendida ante su magia. Desafortunadamente los políticos intervinieron y toda la esperanza se vino abajo. No tenía que ver con la cultura, sino con otros aspectos políticos, pero el arte se vio afectado porque estaba en medio. En América no hemos vuelto a experimentar algo parecido, pero en algunos países europeos los mandatarios están haciendo auténticos esfuerzos por apoyar el arte.
- A lo largo de la novela menciona a genios innovadores y revolucionarios como Strauss o Wagner, además de compositores de la categoría de Sibelius o Britten. ¿Cree sinceramente que a día de hoy existe algún compositor digno de compartir Olimpo con todos ellos?
- Hay algunos compositores actuales que me encantan y que de hecho son muy importantes en la escena musical actual. Estoy hablando de gente como John Adams, Thomas Adès... Tienen un poder inmenso, pero sin duda alguna les toca a las nuevas generaciones decidir quién será el genio del siglo XXI.
- Hablando del futuro, ¿cuál cree que será el concepto que defina la música del siglo XXI?
- Es muy difícil de definir, porque vivimos en un tiempo de enorme diversidad. Hay gran cantidad de estilos y voces, así que realmente no sé lo que va a pasar. Como crítico quiero estar abierto, pero no hacer ningún tipo de predicción.
- Su novela aborda un tema tan poco popular como la música clásica en el siglo XX y, a pesar de ello, se ha convertido en un auténtico fenómeno de ventas en aquellos países en los que se ha publicado. ¿Qué propósito perseguía al escribirlo?
- La gente conoce la música clásica más de lo que cree. Todo el mundo ha escuchado a Mozart y no sólo eso, sino también la música clásica del siglo XX gracias a las películas, aunque la gente no sepa los nombres de los compositores. El verdadero propósito del libro era que la gente se diera cuenta de lo cerca que está de la música clásica y que la perciba como la pintura o la escultura. Todo el mundo sabe quién es Picasso o Matisse, pero desconoce a los grandes compositores que se esconden detrás de melodías que la gente escucha a diario.
- Pero es cierto que la música clásica sigue percibiéndose como algo muy intelectual y alejado de las masas, un arte minoritario y propio de eruditos. ¿Por qué sucede esto?
- No existe música seria y música ligera. Hay buena música y mala música. El problema es que a la gente le asusta la música clásica, se percibe como un estilo de vida alejado y erudito. Pero tiene que dejar de percibirse como un estatus social o un estilo de vida, porque no lo es. La música clásica es un arte capaz de expresar emociones mejor que ningún otro. Se trata de emociones, no de ideas, aunque haya ideas en las composiciones. Al final la gran música, la música realmente buena, tiene un enorme poder para provocar sentimientos, emociones y eso es lo realmente importante.
- Y entonces, ¿quién es el culpable?
- No sé quién tiene la culpa, pero durante mucho tiempo la gente que iba a los conciertos se vestía (y sigue haciéndolo) como si formara parte de una representación para demostrar que era exclusivo. Hoy en día hay muchas instituciones que ofrecen entradas baratas y que están intentando cambiar esta situación. Pero el problema es la imagen, cómo se percibe la música clásica a través de los medios, de la televisión, de los anuncios, de las películas... Todo de una manera muy exagerada y hasta ridícula. Sería de mucha ayuda si esa imagen empezara a cambiar.«La música clásica se percibe como un estilo de vida alejado y erudito, pero no lo es. Es un arte capaz de expresar emociones»- En el libro define «2001 : Una odisea en el espacio» como la película que contiene la banda sonora del siglo XX (el film de Stanley Kubrick empieza y acaba con «Así hablo Zaratustra», de Strauss). ¿Qué tipo de relación mantiene la música clásica con el cine?
- Es una enorme paradoja, porque mientras el gran público está alejado de los conciertos de música clásica, en las películas se escuchan composiciones como parte de las bandas sonoras constantemente y además se comprende perfectamente cómo esos sonidos están relacionados con las imágenes y las emociones. Es una manera muy poderosa de acercar la música clásica a la gente y ojalá sucediera más a menudo.
- Con este ingente conocimiento musical... Confiese: ¿qué música detesta?
- Déjame pensar... Me gusta Björk, Radiohead, Justin Timberlake, Antony and The Johnsons, estoy realmente obsesionado con Bob Dylan, me encanta Missy Elliott y hasta considero que Beyoncé es interesante... Pero no me gusta nada el heavy o el rock duro, eso lo tengo bastante claro. Ojalá tuviera tiempo para escuchar los diferentes estilos de música del mundo, pero no tengo tiempo material.
Y no falta a la verdad. Este crítico apasionado de la música clásica del siglo XX, obsesionado con Bob Dylan y devoto de Missy Elliott recibe cada semana 100 discos en la redacción de «The New Yorker». Para cuando vuelva a Manhattan y si las cuentas no fallan tendrá acumulados encima de su mesa casi 500. Buena suerte y mucho oído.
INÉS MARTÍN RODRIGO
Abc