La riqueza del diálogo
9/1/2003 |
Hace poco más de diez años que Daniel Barenboim se hizo cargo de la dirección de la Staatskapelle Berlin, considerada la más antigua de esa ciudad. Condicionada su vida artística por la definición de la Segunda Guerra, su etapa de trabajo con Barenboim coincidió con la caída del Muro, que aún marcaba la pauta de la ciudad ahora unificada. En la actualidad es un instrumento preciso y maleable, de excelente sonido. La concentración de los ocho solistas de la cuerda que en semicírculo rodean el podio del director da una idea de su sentido del trabajo.
Es formidable cómo se vuelcan en los pasajes intensos, cómo dialogan en los momentos camerísticos, cómo atienden las indicaciones del director. Barenboim, como director, es también un excelente músico, es decir, vive y escucha cada sonido, cada frase y su secuencia, trabaja en su modelado definitivo sobre la marcha, los planos, las intensidades, la dinámica, y se detiene a escuchar con una frase de la trompa –excelente en Brahms– como también lo hace el resto de la orquesta.
La orquesta deja ver su trabajo, se esfuerza en ello, y el director no duda en modificar en cada obra la disposición de sus secciones. La versión de la “Sinfonía Renana” de Schumann comenzó luciendo un carácter efectista, de marcadas tensiones, que culminó en la claridad y elegancia de los movimientos centrales. La “Tercera” de Brahms, por su parte, se interpretó resaltando el cuerpo pesante del sonido en el allegro inicial, siempre compatible con la necesaria musicalidad, aspecto en el que violoncelos y maderas lucieron en los dos últimos tiempos.
No fueron versiones arrebatadoras, marcadas por las dificultades que plantea una gira de esta naturaleza, sino muy académicas y con exquisitos detalles expresivos: un ejemplo de buena música.
Jorge de Persia
La Vanguardia