17/10/2009 |
A Luis de Pablo (Bilbao, 1930) el Premio Tomás Luis de Victoria le pilló en “el más dulce de los guindos”, ajeno a la expectación que levanta este Cervantes musical, que recibirá el jueves en la sede madrileña de la SGAE. Acostumbrado a los envites lingöísticos, De Pablo habla con la misma precisión con la que compone, “de oído”, en su libreta walseriana.
Pregunta: ¿Cómo se hizo eco del fallo?
Respuesta: Me pilló en Barajas. Iba a un monográfico en Bremen. Teddy Bautista me lo comunicó personalmente.
P: Siempre con la maleta a cuestas. ¿Se entiende mejor España desde la distancia?
R: La vedad, no creo que una nación deba ser entendida. Desde la distancia, España siempre me falta.
P: ¿Qué vista le robaría a Bilbao?
R: Probablemente, la esquina de la calle Nueva con la Ribera. El sitio donde vine al mundo.
P: El Círculo de Bellas Artes tituló el documental sobre su vida A contratiempo. ¿Ha sido usted de los de dar la nota o siempre se mantuvo a tono?
R: Nunca quise molestar. Aunque haya gente a la que le incomoda lo que hago. Con el tiempo, entiendes que es algo inevitable.
P: En el documental confiesa alguna expe- riencia lisérgica...
R: Bajo los efectos del LSD, el tiempo y la expresión se dilatan hasta lo inverosímil. Nunca volveré a las andadas.
P: La caza, de Carlos Saura, a la que puso música, ¿sigue siendo hoy metáfora de una España dividida? R: Por desgracia, esa historia aún colea...
P: ¿A cuánto se cotiza el silencio en la Bolsa?
R: Es que ni siquiera se cotiza. No hay demanda.
P: Se licenció en Dere-cho, trabajó en un gabi- nete jurídico, fue em- pleado de Iberia y dio clases a domicilio. Cualquiera diría que andaba usted perdido...
R: Yo me encontré a los cuatro años. Estudié música desde los siete. Lo demás son impurezas de la realidad, siempre impuestas.
P: Sus primeros pasos en música experimental se saldaron con el gramófono familiar, al que atiborraba a pan.
R: Sí. Pero conseguí la versión más bonita del Pasodoble de los Nardos.
P: Conquistado el horizonte musical, ¿estamos condenados a repetirnos?
R: Nada de eso. Me encuentro en el umbral de los 80 años, y aún me siento empezar.
P: Entonces, ¿dónde acaba la tradición y empieza el plagio?
R: Pregúnteselo a don Eugenio dOrs, padre de la frasecita. Yo nunca llegué a entenderla.
P: ¿Hay más públicos que estilos?
R: El público tiene más colores que el arco iris.
P: Del otro lado, ¿van de farol los directores que dicen disfrutar del heavy metal después de una dura jornada?
R: Habrá que verlo. Yo para descansar me pongo los pasodobles del Maestro Lope.
P: ¿Y a qué tipo de composición se le parece su vida?
R: Quisiera que fuese a una música de cámara. Pero se le parece más una ópera.
P: ¿Prefiere que no le entiendan a ser malentendido?
R: ¿Qué hay que entender en la música? Lo que hay que hacer es sentir...
P: ¿Quiere decir que la música fue concebida sólo para el goce pro- fundo, o hay que sufrirla de vez en cuando?
R: La música es una necesidad del ser humano. Es su manera más íntima y expresiva de vivir el tiempo.
P: Y, a estas alturas, ¿para qué le sirven a uno los premios?
R: Para seguir viviendo sin sobresaltos.
P: Usted tuvo uno.
R: En efecto. El infarto me enseñó a diferencia lo urgente de lo importante.
P: Inmune al abatimiento, ¿cuál es la Gripe A del gremio musical?
R: La Gripa A es como la B o la C. La música es más sana que todo eso.
P: ¿De qué sabe que no sabe nada?
R: Soy analfabeto funcional en informática y ordenadores. Quiero morir en paz.
P: ¿Prefiere un fracaso a tiempo a un éxito precoz?
R: Lo cierto es que nunca pude elegir.
P: Su Señorita Cristina rejuvenecía en deter-minados ambientes. ¿Le ocurre a usted lo mismo?
R: Rejuvenezco todas las noches con mi mujer Marta, nuestra gata y un vaso de Whisky. De Malta, claro.
P: Usted mismo ha comparado sus composiciones con algunos platos típicos. ¿A qué se parece su menú?
R: Tengo más de 150 obras. No se pide la carta en un bufé.
Benjamín G-ROSADO
El Cultural