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La Fura incendia Londres con una ópera

19/9/2009 |

 

Anoche se percibía una excitación especial en la platea del Coliseum. Y no sólo porque se inaugurara el año operístico sino por la compañía y la obra en cartel. Estando La Fura de por medio, la platea sabía que se enfrentaba a una noche diferente. Y La Fura, por supuesto, no defraudó, poniendo en escena una fábula de corte apocalíptico, salpicada de pasajes escatológicos, coitos y sadomasoquismo. Excesos que provocaron carcajadas y murmullos de asombro y alimentaron sin duda la ovación final.

La obra en escena era 'Le grand macabre'. La única ópera que dejó escrita el compositor húngaro György Ligeti (1923-2006). Un libreto basado en una obra del teatro del absurdo que oscila como un péndulo entre la comedia bufa y la tragedia y que la Fura ha representado primero en Bruselas y después en Roma. En Londres la ha estrenado la English National Opera (ENO). Una compañía adicta a los autores contemporáneos y a los montajes transgresores que sin embargo presenta a estas alturas todavía a La Fura como el grupo de la inauguración de los Juegos de Barcelona 92.

Y sin embargo nada más lejos de lo que vieron anoche los espectadores de la ENO que el espectáculo circense y colorista de Montjuic. 'Le grand macabre' es una obra que se representa entre tinieblas, tejida de personajes histriónicos y deshilachados y dominada por el tono sombrío de la trama, que gira en torno al fin de los tiempos.

La obra está construida en torno a Nekrotzar, que es a la vez ejecutor y heraldo de la muerte y por eso el montaje de La Fura lo representa con una trompeta, un reloj de arena y una guadaña. Preparado para desencadenar el Apocalipsis, que según él acontecerá antes de la medianoche.

No es difícil adivinar en Nekrotzar una especie de reverso macabro de Don Quijote. No sólo por su pose de loco visionario sino porque también a él le guardan las espaldas. No un escudero sino dos: un astrónomo acobardado por los requerimientos de una dominátrix y un catador que ha degenerado en borrachín por los requerimientos del oficio.

Ni el libreto ni el montaje de La Fura terminan de aclarar si la amenaza apocalíptica de Nekrotzar iba en serio o era fruto tan sólo de los fantasmas de su mente. Pero sea como fuere, su desfile propicia un paseo por el vicio y la virtud y pinta la sombría ciudad de Breughelland como un trasunto de Sodoma y Gomorra.

Y si Nekrotzar es el hilo conductor de la ópera, el visual es la efigie desnuda y gigantesca de una mujer, construida a imagen y semejanza de la cantante de ópera Claudia Schneider y transportada hasta Londres en 62 pedazos y dentro de cuatro camiones. Es una escultura de proporciones colosales inspirada en las obras Ron Mueck y en los trípticos de Breughel y del Bosco.

'Claudia' no es un elemento de atrezzo sino el protagonista mudo de la trama. Y no sólo porque sobre ella se proyectan imágenes que la hacen hablar o la convierten en un esqueleto colosal sino porque según las necesidades de la trama sus partes se desgajan y se convierten en guarida o escondrijo de los personajes.

Así, en la primera escena Amanda y Amando se refugian en uno de sus pezones para hacer el amor y en la tercera los ministros del príncipe Go-Go surgen como por arte de magia por entre sus nalgas. Según avanza el libreto, el cuerpo se convierte en observatorio astronómico, palacio regio o campo de batalla. Y hasta en un bar de copas con zombis bailando 'Thriller'.

En lo musical, 'La grand macabre' está al cargo de la batuta de Baldur Bronimann. Un director joven que aporta frescura y precisión al montaje pero al que le ha faltado quizá ensayar más con los cantantes. De entre ellos destaca Susan Bickley (que borda un papel de dificultad técnica considerable) y Frode Olsen, inmenso en su papel del astrónomo sometido. En el debe, la voz del bajo-barítono protagonista, Pavlo Hunka, que por momentos se quedó corta en los graves y en los finales de las frases.

La partitura es una amalgama de sonidos que incorpora sirenas de policía y ruidos de payasos pero tambien referencias al 'Orfeo' de Monteverdi o al cancán célebre de Offenbach que ahondan en el tono de farsa que acompaña a la obra.

'Le grand macabre' pone a prueba desde el principio las tragaderas de los espectadores puritanos. Al fin y al cabo, se abre con dos cantantes simulando con sus voces y sus cuerpos los vaivenes de un coito sincopado y prosigue con una escena sadomasoquista en la que Mescalina clava una jeringa en el culo de su esposo, vestido con unas botas de mosquetero y un corpiño rosado.

Pero la sátira de La Fura no es meramente sexual o escatológica. En el palacio del Príncipe Go-Go aparecen elementos de rabiosa actualidad. Al Soberano se le retrata como un ser afeminado y pusilánime, ataviado on pantalones pesqueros, zapatos con alzas y fajín rojo. Dice sus frases en falsete y es una marioneta en manos de sus dos ministros.

Éstos son a su vez una crítica despiadada del bipartidismo. Uno es negro y otro blanco. Uno viste de rojo y el otro de azul chillón. Los dos llevan puesta una nariz de payaso y abren la escena con un abecedario de insultos que suena tremendamente familiar.

Al final, en 'Le grand macabre' el mundo no se acaba. Los lugareños emborrachan a Nekrotzar y todos se despiertan a la mañana siguiente como de un mal sueño. La obra se cierra con una moraleja hedonista. Un trasunto operístico del 'Carpe diem'.

Eduardo Suárez
El Mundo

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