La Sinfónica de Irak debuta en Washington ante la administración Bush
11/12/2003 |
Pau Casals definió el arte musical como «una forma divina para contarle cosas hermosas, poéticas al corazón». Con increíbles credenciales de sacrificio, pasión y resistencia, la Orquesta Sinfónica de Irak ha podido contar este martes en el Centro Kennedy de Washington su historia de incondicional amor hacia la música con la ayuda de Beethoven, Bizet, Fauré y composiciones propias de una cultura eclipsada por décadas de represión y guerra.
Para variar, George W. Bush, Colin Powell, Donald Rumsfeld y Condoleezza Rice han tenido que escuchar en silencio durante una emotiva y brillante hora a los sesenta virtuosos iraquíes que con todo en su contra siguen defendiendo esa «región especial» de la música que Leonard Bernstein describía como «sólo iluminada por su propia luz y sin otro significado que el propio». Con sueldos literalmente simbólicos, estos músicos se «auto-subvencionan» dando clases, conduciendo taxis o vendiendo carbón.
Hisham Sharaf, el director de la que pasa por ser una de las orquestas clásicas más antiguas en el mundo árabe, ha insistido en que su debut en Washington bajo los auspicios del Departamento de Estado es una oportunidad para demostrar que Irak no es un sinónimo de cosas terribles. En ese terreno de profundo simbolismo, una de las actuaciones más legendarias de estos músicos en Bagdad ha consistido en interpretar «Mi Nación», el himno nacional iraquí prohibido desde 1979 con la llegada de Sadam Husein al poder.
Para el director esta agrupación, aunque no se cuente entre las mejores del mundo, es un evidente ejemplo de tolerancia, al estar integrada por músicos kurdos, shiitas, sunnitas, cristianos y armenios. Todos con una especial insistencia en no querer entrar a discutir sobre cuestiones políticas. Según ha explicado Sharaf, «sobre todo queremos que el mundo sepa que tenemos cultura y gente educada en Irak. Algunos vienen a Bagdad pensando que sólo tenemos camellos y desierto».
El hecho de que Hisham Sharaf haya podido dirigir a sus compañeros en la nevada capital de Estados Unidos también es un pequeño milagro. Al trascender la noticia del viaje de la orquesta iraquí a Washington, alguien disparó contra el coche del director en las calles de Bagdad pero sin alcanzarle. El músico considera que el ataque quizá fuera un accidente: «Algunos creen que estamos aquí interpretando música para el Pentágono y no comprenden que es un intercambio cultural».
Los profesores de la Sinfónica iraquí no se van a marchar a casa únicamente con el honor de haber compartido escenario con el virtuoso violonchelista Yo-Yo Ma. La Fundación Catherine B. Reynolds ha reunido los fondos suficientes para asegurar que cada uno de estos músicos trabaje a partir de ahora con un instrumento de «calidad profesional», incluido un piano donado por Steinway & Sons. Igualmente, un grupo de bibliotecarios les ha donado medio millar de partituras para compensar el repertorio destruido junto a su sede habitual en Bagdad, el teatro al-Rashid.
Ahora, la Orquesta Sinfónica de Irak ensaya y actúa en el centro de convenciones de Bagdad, dentro de la llamada «zona verde» de la capital protegida por tropas norteamericanas. Para trabajar, los músicos iraquíes continúan cada día realizando alardes de perseverancia al tener que atravesar múltiples controles, con la obligación de abrir una y otra vez los sospechosos estuches de sus instrumentos. La Orquesta Sinfónica de Irak ha sido aplaudida a rabiar antes de interpretar una sola nota junto a colegas de Estados Unidos.
Pedro Rodríguez
Abc