8/9/2009 |
La maestra mexicana Alondra de la Parra (Nueva York, 1981) tenía que dedicarse a la música. No sólo porque su nombre coincide con el de un pájaro de canto extravagante. También porque el patronímico completo aloja una lírica aliteración. Impronunciable para los anglosajones y con más razón para los alemanes y los franceses (demasiadas 'erres'). Aunque Alondra en cuestión no es una soprano de coloratura ni una 'prima donna' provista de caniche, sino directora de orquesta. De hecho, ha fundado en Nueva York la Filarmónica de las Américas con la pretensión de profundizar el repertorio continental y de abrir un espacio alternativo a los músicos jóvenes necesitados de experiencia colectiva.
El proyecto ya ha atraído a los patrocinadores. El Deutsche Bank y la cadena mexicana Televisa financian las campañas de Alondra a caballo de la filantropía y de la propaganda benefactora. Tiene la directora la misma edad que Gustavo Dudamel, 28 años, aunque el prodigio venezolano la aventaja en responsabilidades profesionales -Los Ángeles Philarmonic-, en proyección mediática, en simpatía... y en testosterona.
¿Hace falta acaudalarse de la hormona para subirse al podio? ¿Acaso no se asemejan demasiado el sustantivo dictador y director? Toscanini tenía dudas al respecto, pero comienza a percibirse y a redondearse una interesante cantera de directoras de orquesta. No me refiero a la insufrible Inma Shara, sino a otras colegas, como Anne Manson y como Marin Alsop que han puesto en entredicho la falocracia de la tarima.
La primera fue pionera porque reunió a sus órdenes la Filarmónica de Viena en Salzburgo, mientras que Alsop tuvo la dicha de convertirse en la primera directora de orquesta que accedía al templo de la Scala.
"Por el hecho de ser mujer se nos observa con lupa y se nos mide con mucha más exigencia. Incluso nos hacen comentarios en la sala poco pertinentes", nos explicaba Alsop en una reciente entrevista telefónica.
Se refería a ciertos piropos machistas, aunque también aludía a la virulencia sexista de algunos críticos. Por ejemplo, el cronista del Denver Post, soliviantado e indignado cuando la orquesta de la ciudad eligió como directora a la maestra JoAnn Falletta: "¡Una mujer!", titulaba el rotativo. La destinataria de la perogrullada cree que el cambio de mentalidad requiere tiempo y sensibilidad. No sólo en el público. También entre los profesionales. "Puede que llegue el día en que nadie perciba que hay una mujer en el podio. Porque es irrelevante la cuestión del género. Importa la música. Y la consigna vale para los propios instrumentistas. Muchas veces me he encontrado en la tesitura de sentirme escrutada por los músicos de las orquestas donde nunca ha dirigido una mujer. Luego, la música hace que todos nos olvidemos de estas impresiones", razona Falletta.
Está de acuerdo Alondra de la Parra. También cree que una mujer llega al resultado musical por el consenso, mientras que muchos hombres provistos de batuta lo hacen a través de la autoridad, la disciplina y el miedo. Se me ocurren muchos ejemplos.
El Mundo