20/8/2009 |
«Para mí es un privilegio estar aquí. Siempre he querido venir», afirma Sharon Cohen, una violinista de 26 años que lleva siete vinculada al West-Eastern Divan. Nacida en Londres, vive y estudia en Boston, aunque cuando se le pregunta de dónde es contesta rápidamente: «Yo soy israelí». Ella es una de los más de 30 músicos judíos que, junto a palestinos, jordanos, egipcios, sirios, libaneses y españoles, forman parte del gran proyecto de Daniel Barenboim y el intelectual palestino Edward Said, y que ahora visitan por primera vez el templo de Wagner, Bayreuth, un recinto que históricamente ha estado marcado por el antisemitismo y sus simpatías hacia Adolf Hitler.
Esto mismo provocó que la música de Wagner fuera proscrita en Israel. «De forma oficial no está prohibida pero nadie la toca». Ni se enseña en las escuelas de música. «Wagner entró muy tarde en mis estudios musicales», confiesa Sharon, que tan sólo recibió «una clase» durante su formación en Israel. «Donde empecé a tener contacto fue en Estados Unidos. Empecé a conocerlo gracias a mis amigos». Reconoce la importancia de la obra del alemán, pero en toda su extensión: «La parte musical y filosófica. Hay que entender el todo», afirma.
Es consciente de que para mucha gente no es grata la figura de Wagner: «Entiendo que para ellos es difícil por distintos motivos, pero yo no siento ninguna vinculación personal». Ni ella ni su familia, que es muy abierta», han dado la espalda a Wagner. Sobre cuáles son sus planes para el futuro, explica que tal vez «tocar en una gran orquesta en Europa» y, con el tiempo, dar clases en Israel: ¿Enseñará a Wagner? «Por supuesto», contesta.
Junto al resto de sus compañeros de atril, acudió el martes por la tarde a conocer la joya del Festspielhaus, el foso, que Barenboim les mostró durante uno de los descansos de «Los maestros cantores». Durante más de media hora, el músico argentino-israelí les explicó la peculiar disposición de los instrumentos y las cualidades de una acústica única en el mundo. A la entrada del edificio les había recibido una de las nuevas directoras del festival, Eva Wagner-Pasquier, quien a petición del maestro accedió a invitar al Divan a conocer el Festspielhaus de Bayreuth. Preguntada por este diario sobre el significado de la presencia del Divan, se niega a politizarla. «No tiene sentido polemizar esta visita. Es una orquesta que viene con Barenboim, del que soy una gran admiradora. La he escuchado en la ONU, en Marsella… El proyecto me parece fantástico».
Uno de los motivos que ha traído a Barenboim a Bayreuth es la entrega del premio Markgrafin Wilhelmine, concedido por la Asociación de Amigos de Bayreuth, con el que se le quiere reconocer su compromiso con la tolerancia, el humanismo y la diversidad cultural (en 2008 fue otorgado al escritor nigeriano Wole Soyinka).«He pasado dieciocho años en este festival y estoy muy agradecido por todo lo que he podido aprender en él», afirma Daniel Barenboim
Limpieza en el Festival.
Pero el músico le resta importancia pues el mejor reconocimiento a su trabajo es la invitación para estar aquí con el Divan: «He pasado dieciocho años en este festival y estoy muy agradecido por todo lo que he podido aprender en él». Para el músico éste es un momento «histórico» por dos aspectos: «Uno, por el antisemitismo de Wagner, conocido por todos pero que no tenía nada de especial porque el antisemitismo formaba parte del perfil de cualquier nacionalista de la segunda parte del siglo XIX; pero luego —continúa— están las relaciones de la familia Wagner con Hitler y el uso y el abuso de la música de Wagner para la ideología nazi. Esto -subraya- es lo que ha creado tantas asociaciones espantosas para muchos judíos, que fueron llevados a los campos de concentración para matarlos con su música de fondo. Y ha dejado trazas horribles. Por eso, ahora que hay una nueva dirección en el festival me parece importante que se haga una limpieza». Cuando se le pregunta si este gesto, el concierto celebrado ayer en la Stadhalle, significa la reconciliación de Bayreuth con los judíos, Barenboim se muestra contundente: «Sí».
El músico argentino-israelí ha luchado durante años por derribar los muros que muchos han levantando sobre los pilares de la ignorancia, bien a través de la creación del Divan, junto al pensador Edward Said, bien haciendo sonar la música de Wagner en Israel. Ahora, ha recorrido el camino inverso llevando a músicos judíos hasta el corazón de Wagner.
En el programa de hoy, el Divan, que llegaba procedente de Salzburgo y que pasado mañana estará en los PROMS de Londres, interpretó los Preludios de Liszt y la Sinfonía Fantástica de Berlioz, obras que ya se pudieron escuchar en Madrid. A ellas le sumaron «Vorspiel und Liebestod», (preludio y muerte) de la ópera «Tristán e Isolda», una de las partituras más sublimes de Wagner, que el Divan se atrevió a afrontar con osadía en la Stadhalle, situada a escasos metros de la tumba del maestro. El público de la sala, abarrotada, se puso en pie al final del concierto y premió a la orquesta y a Barenboim con más de diez minutos de aplausos, bravos y pateo (una muestra más de efusividad). En la primera fila, sentadas, Eva Wagner-Pasquier, Mariam Said y las autoridades de Bayreuth fueron testigo del nuevo éxito musical, pero tambien humano, de la West-Easter Divan Orchestra, dentro de la gira con la que se celebran los diez años de su creación en Weimar, a pocos kilómetros de la Colina Verde. Todos los músicos recibieron como regalo una rosa que enarbolaron con entusiasmo.
SUSANA GAVIÑA
Abc