29/7/2009 |
Los «Maestros cantores» de Katharina no harán historia en Bayreuth en cuanto a producciones míticas, pero sirvió para recordar su compromiso de investigar la relación de Bayreuth con el nazismo.
Por primera vez desde 1951 no fueron saludados por Wolfgang Wagner, nieto del compositor y fundador Richard Wagner. Se repuso la vetusta escenificación de la ópera «Tristán e Isolda», del realizador helvético Christoph Marthaler. La función del 9 de agosto la televisión la presentará en una pantalla gigante a decenas de miles de personas en Bayreuth y mediante internet al mundo entero. Así, sin grandes aspavientos, comenzó una nueva época en la historia del festival wagneriano con la entronización de la cuarta generación de la dinastía Wagner, personificada por las dos desiguales hermanastras bisnietas Eva (65) y Katharina (31). Horas antes se había realizado una versión infantil para miniwagnerianos de «El holandés errante», con asistencia de la ministra alemana de familia. Una simpática iniciativa popular coronada con éxito redondo.
Exteriormente se perciben ciertos cambios cosméticos de imagen y se barruntan nuevos aires innovadores, pero -algo insólito- no en el escenario. Con la repetición literal del programa, comenzando incluso con la citada versión raída y ajada del helvético Marthaler, se rompe un tabú. Eso también es una innovación. Felizmente, en la cuarta reposición de este «Tristán» triste con muchas lámparas y pocas luces, mejoró y sorprendió gratamente la parte musical.
Robert Dean Smith (Tristán) ha madurado con los años en el papel. Su presencia escénica y su timbre son encomiables, y pese a ciertas limitaciones vocales sabe regular mejor sus reservas para llegar con fuerzas al endiablado tercer acto. Lástima que un temperamental P. Schneider, pese a sus canas y rutina, desde el foso les levantase con brío y opulencia orquestal excesivos un macizo muro sonoro difícilmente superable. Fue doblemente irritante, pues también Iréne Theorin (Isolda) flaquea en los agudos con tendencia a desabrirse en estridencias y a perder empaque, pero en los registros medios y la mezza voce, gana claridad y fluidez envuelta en su moderada expresividad dramática general. Lástima que la dicción y articulación de la cantante sueca, así como las del vigoroso finlandés J. Rasilainen (Kurwenal) y la surafricana M. Breedt (Brangäne) no estuvieran siquiera al nivel del norteamericano Dean Smith, por no aludir al imponente bajo holandés R. Holl (rey Marke). Todos ellos, junto con R. Lukas (Melot) y C. Biber (timonel) merecidamente ovacionados, especialmente los tres primeros. Para el maestro fueron las únicas muestras de desagrado, claramente perceptibles en la ronda de aplausos.
Sobre el montaje del sobrevalorado regista helvético poco cabe añadir. Su obstinado fundamentalismo minimalista antierótico sofocó cualquier atisbo expresivo de intimidad sentimental. A contrapelo de la música y en un alarde de furor anti-wagner petrifica los personajes y al final los estrella literalmente contra la pared. Y contra los usos del tradicional «taller de Bayreuth» se desentendió también como un mal padre de su desvaída producción. Su ausencia le privó seguramente de recibir una bronca monumental.
OVIDIO GARCÍA PRADA
Abc