23/11/2003 |
Se han hecho tan habituales las toses que adornan los conciertos madrileños, que escuchar el silencio se hace extraño. Y, sin embargo, existe. Quién lo diría teniendo por delante una cima musical de tan dilatadas proporciones como la tercera sinfonía de Mahler. Pues ante ella nuestra filarmonía ha demostrado un recogimiento asombroso. Posiblemente porque el comportamiento también es una forma de respuesta ante el estímulo, lo cual dice mucho de lo logrado por Semyon Bychkov. Es verdad que se maneja con seriedad, apoyándose en la rectitud del gesto, sin adornos innecesarios. Y con esta apostura consigue que una orquesta como la de la Radio de Colonia responda sin demora. Cierto que gran parte del trabajo nace del pálpito interior de los propios instrumentistas, y eso ante un primer movimiento tan lleno de motivos entrelazados acaba por formar un asombroso diálogo interno. En ese movimiento se lograron momentos de enorme refinamiento. En la difícil imbricación entre lo palpable y lo idealizado es donde Bychkov se distinguió por su «tempo» pausado, medido y elegante, para luego compensar con cierta laxitud en los períodos de más sosiego.
Alberto González Lapuente
Abc