26/7/2008 |
Sabor italiano en dos de las grandes citas estivales. Riccardo Muti en el Festival de Salzburgo, que empieza el sábado, y Daniele Gatti en el de Bayreuth (que arrancará mañana animado por las ya tradicionales rencillas wagnerianas) con un esperado Parsifal protagonizarán dos programas imprescindibles. Don Giovanni y los Maestros cantores de Nuremberg, entre otros títulos, actualizarán el legado de Mozart y Wagner.
Arrancan esta semana los dos festivales de música más prestigiosos del mundo: Salzburgo y Bayreuth. Aunque ambos se desarrollan en el área germánica, este año han apostado fuertemente por artistas italianos como Riccardo Muti o Daniele Gatti, que se han convertido en las grandes estrellas de ambos certámenes.
El lema del Festival de Salzburgo de 2008 es: “Porque el amor es tan fuerte como la muerte”. Las óperas, conciertos y representaciones teatrales que integran el programa girarán en torno a esta frase bíblica, extraída del Cantar de los Cantares del rey Salomón. Se representarán una serie de títulos en los que la pasión amorosa va más allá de la vida misma, como Otello de Verdi, Rusalka de Dvorák o Roméo et Juliette de Gounod. La penúltima ópera del maestro de Busseto constituye, indiscutiblemente, uno de los platos fuertes del menú, al haber sido confiada la rectoría musical a una de las grandes batutas de hoy, Riccardo Muti, quien puede realizar auténticos prodigios al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena, con la que mantiene una excelente relación. El reparto es más problemático, y está encabezado por el tenor letón Alexander Antonenko, cuya adecuación al papel del moro veneciano parece en principio algo dudosa.
De Carlos Álvarez a Villazón. Otra joven promesa, la soprano rusa Maria Poplavskaya, dará vida a la desgraciada Desdémona, mientras que el sinuoso Yago tendrá toda la garantía del barítono malagueño Carlos Álvarez. La puesta en escena (suponemos que bastante respetuosa) es del británico Stephen Langridge. El bellísimo y triste cuento de Dvorák es una auténtica primicia. El conjunto oficial dejará aquí su lugar a la también estupenda Orquesta de Cleveland, dirigida por su titular, Franz Welser-Möst, a punto de marcharse a la Staatsoper de Viena tras el magnífico trabajo realizado en la Opernhaus de Zurich. El montaje ha sido confiado a la pareja Jossi Wieler-Sergio Morabito , y se contará con un adecuado cuadro vocal capitaneado por la soprano norteamericana Emily Magee como la trágica ondina y el tenor polaco Piotr Beczala en el príncipe sin nombre al que arrastrará en su destino.
La partitura de Gounod ha sido incluida básicamente para explotar el tirón ejercido por el tenor mexicano Rolando Villazón y la soprano rusa Anna Netrebko, quien finalmente ha cedido su puesto a la georgiana Nino Machaidze. La batuta la empuñará el canadiense Yannik Nézet-Séguin, y la escena estará regida por el estadounidense Bartlett Sher.
Los restantes títulos de Salzburgo incluyen dos óperas de Mozart, un nuevo Don Giovanni a cargo del casi siempre interesante Claus Guth, dirigido musicalmente por el francés Bertrand de Billy (anterior director musical del Liceo barcelonés) y protagonizado por el barítono inglés Christopher Maltman, el bajo uruguayo Erwin Schrott y las sopranos alemanas Annette Dasch y Dorotea Röschmann, y la reposición de La flauta mágica de 2006, en la colorista visión de Pierre Audi (con decorados del recientemente desaparecido pintor holandés Karel Appel), de nuevo bajo la batuta de Riccardo Muti, con Franz-Josef Selig, Genia Kühmeier y Michael Schade entre los cantantes. También habrá una nueva producción de El castillo de Barba Azul de Bartók con el compositor húngaro Peter Eötvös a la batuta, el holandés Johan Simons en la escena y los solistas Falk Struckmann y Michelle DeYoung. El programa de conciertos girará en torno a la obra del compositor siciliano, nacido en 1947, Salvatore Sciarrino, y a un ciclo denominado Escenas de Schubert, por el que desfilarán artistas de relieve como los hermanos Capuçon, Matthias Goerne, el Cuarteto Auryn, Oleg Maisenberg, Leif-Ove Andsnes o Juliane Banse. Sin olvidar, claro está, las actuaciones de la Filarmónica de Viena, dirigida en esta ocasión por Pierre Boulez, Riccardo Muti, Jonathan Nott, Mariss Jansons y Esa-Pekka Salonen, o de su homóloga, la Filarmónica de Berlín, que, con su titular, Simon Rattle, rendirá homenaje a Olivier Messiaen, y a las que este año se sumará la Orquesta Sinfónica Juvenil Simón Bolívar de Venezuela con Gustavo Dudamel a su frente.
Bayreuth y el Parsifal. Mientras continúan las rencillas familiares por la sucesión del patriarca Wolfgang Wagner, el Festival de Bayreuth ha optado por una nueva producción de Parsifal, que sustituye al aberrante montaje de Christoph Schlingenschlief. No sabemos lo que hará el noruego Stefan Herheim, pero la cuestión musical está puesta en las sólidas manos del italiano Daniele Gatti, quien ha realizado una carrera seria y sin sobresaltos desde su puesto al frente del Teatro Comunale de Bolonia. Actualmente está muy vinculado a escenarios como la Staatsoper de Viena o La Scala de Milán, donde esta temporada dirigirá el Don Carlo inaugural. El reparto, sobre el papel, tiene buena pinta. El vigoroso tenor Christopher Ventris dará vida al “loco puro”, flanqueado por los seguros Kwangchul Youn y Detlef Roth. La mezzosoprano japonesa Mihoko Fujimura verá premiada su fidelidad a la casa, donde se presentó en 2002 con una impetuosa Fricka, como la ambivalente Kundry.
Vuelven los iconoclastas Maestros cantores de Nuremberg de Katharina Wagner, la biznieta rebelde del compositor, con idéntico reparto vocal, que no fue para tirar cohetes (Franz Hawlata en un bastante plano Hans Sachs, Klaus Florian Vogt en un Stolzing excesivamente lírico, aunque Michaela Kaune sube enteros como Eva frente a su antecesora, la anodina Amanda Mace), como tampoco la dirección musical de Sebastian Weigle, el saliente director musical del Liceo de Barcelona, que hizo su presentación el pasado año con esta compleja obra. También se repone el “doméstico” Tristán e Isolda de Christoph Marthaler, con el eficaz pero escasamente poético Peter Schneider en el foso, y la ausencia de la espléndida Isolda de la soprano sueca Nina Stemme, reemplazada por su compatriota Irène Theorin. Junto a ella estará el tenor estadounidense Robert Dean Smith, cada vez más afianzado en el papel de Tristán, como pudimos comprobar en el Teatro Real de Madrid. Regresa también, por tercer año consecutivo, El anillo del nibelungo del octogenario Tankred Dorst, toda una institución en el teatro alemán (que sustituye, como es sabido, a la irrealizable propuesta del cineasta Lars von Trier), una visión que, al menos, enlaza con el mito y ha sido recibida, si no con entusiasmo, al menos con relativo consenso, y ha permitido erigirse en el verdadero triunfador a Christian Thielemann. Lástima que el reparto no esté totalmente a su altura.
Un reparto mitológico. El imperial Falk Struckmann ha dado paso como Wotan a un aseado Albert Dohmen, y Stephen Gould defiende con dignidad pero escasa sutileza a Siegfried. En cuanto a Brünnhilde, la voluntariosa Linda Watson iba a dejar el sitio este año a la también norteamericana Adrienne Dügger (convincente Senta en El holandés errante, si bien la doncella guerrera es otro cantar), pero finalmente acometerá de nuevo el papel en las tres jornadas, lo cual da una cierta tranquilidad. Otro de los mayores atractivos de esta producción, la canadiense Adrienne Pieczonka, se ha descolgado como Sieglinde, y ha sido sustituida por la holandesa Eva-Maria Westbroeck, de ascendente trayectoria en el mundo wagneriano. Se mantiene, en cambio, como Siegmund el tenor Endrik Wottrich, para muchos demasiado liviano aunque musical. El bajo alemán Hans-Peter König puede dar mucho juego como el malvado Hagen y el gigante (y después dragón) Fafner, al igual que la mezzosoprano sudafricana Michelle Breedt como Fricka (también será la fiel Brangäne en Tristán e Isolda) o el barítono inglés Andrew Shore como el rijoso enano Alberich.
Rafael BANÚS
El Cultural