Último telón para Luciano Pavarotti
7/9/2007 |
Contemplando, con el corazón en lágrimas, el mayor aplauso mundial a un compatriota, Italia inició ayer la despedida del gran Pavarotti, fallecido serenamente en su villa de las afueras de Módena a las cinco de la mañana del jueves. A lo largo de una jornada agridulce -triste y satisfecha a la vez-, la voz de «Big Luciano» llenaba las casas y se desbordaba por las ventanas sobre todas las calles de Italia. Los funerales se celebrarán mañana sábado en la catedral de Módena.
Pavarotti recibió ayer el mayor aplauso de toda su vida artística, pues se le rendía homenaje por su talento y por su modo de vivir, pero también por el modo de hacer frente a su enfermedad. Desde mediados de agosto estaba claro que el telón estaba a punto de bajar por última vez, y «Lucianone» supo llegar a ese momento con gran dignidad.
Cuando los italianos se preparaban ayer para salir al trabajo, la agente Terri Robinson confirmó la noticia que nadie quería oír: «El Maestro ha librado una dura batalla contra un cáncer de páncreas que al final le ha quitado la vida». Según la agente, «fiel a la postura que ha caracterizado toda su vida y su trabajo, Pavarotti mantuvo una actitud positiva hasta el último instante», acompañado de su segunda esposa, Nicoletta, y de sus hijas Lorenza, Cristina, Giuliana y Alice.
El recuerdo saltaba a la última intervención pública de Luciano Pavarotti, en febrero de 2006, durante la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Invierno en Turín. Era un «Nessun dorma» más emocionante que nunca, con unos versos que pasaron a formar parte del paisaje futbolístico en los Mundiales de 1990 en Italia y que ayer sonaban como un epitafio sobre la última batalla con la enfermedad: «Tramontate, stelle! All´alba vinceró! Vinceró! Vinceró!».
Bandera de Italia
Al margen de la polémica sobre sus «escapadas» al mundo del pop y del rock, el aplauso era unánime, mientras las canciones, las imágenes y los recuerdos volvían arrolladoramente al primer plano. El hijo de un panadero del Ejército aficionado al «bel canto» se había convertido -gracias a su tenacidad y a un corazón enorme- en la mejor bandera de Italia en el mundo entero, y el primero en reconocerlo fue el presidente de la República, Giorgio Napolitano.
Pero la novedad es que a su voz de homenaje se unían las de muchos otros jefes de Estado, empezando por el presidente Bush y continuando por el presidente de Israel, Simón Peres, que ayer fue recibido por Benedicto XVI en Castelgandolfo. Según Peres, «cuando Pavarotti comenzaba a cantar, todo el mundo se estremecía. Y yo comparto la tristeza del pueblo italiano por su desaparición».
Los comentarios afectuosos de José Carreras -compañero de escenario y también de batallas contra el cáncer- volvían una y otra vez a las pantallas, así como las imágenes de ambos con Plácido Domingo en los conciertos de «los tres tenores». Por un momento, el sentimiento de nostalgia recordaba al que suele rodear los recuerdos de la época de «la dolce vita», un momento irrepetible en la historia de Italia.
El alcalde de Módena, Giorgio Pighi, anunció que el espléndido teatro municipal llevará el nombre de Luciano Pavarotti pero, en la práctica, «el Maestro» pertenece al mundo entero, y se le considera «de casa» no sólo en cualquier ciudad de Italia sino también en Nueva York, donde solía pasar buena parte del año cerca de su amada Metropolitan Opera House.
La Scala recordaba ayer, sin celos ni comparaciones, los 140 recitales en su escenario a lo largo de una dilatada vida artística. Han sido «veintiocho años de presencia regular, con un total de 140 representaciones entre veladas de ópera y conciertos». El antiguo director, Riccardo Muti, que le conoce desde hace cuarenta años, elogiaba su generosidad: «Cuando mi mujer y yo le invitamos a un concierto de beneficencia para muchachos de una comunidad de recuperación de toxicómanos en Forlí, Pavarotti se catapultó desde Nueva York en el Concorde sin pedir una lira a cambio. Así era también Luciano Pavarotti».
Abc