30/7/2007 |
El Festival tenía una deuda con Joseph Haydn (1732-1809). Desde su puesta en marcha en 1920, sólo había programado, exceptuando la versión concertante del «Ánima del Filósofo» de 1990, una ópera del compositor que tanto influyó en la producción sinfónica de Mozart, su alumno aventajado, convertido más tarde en su referente operístico. Lo prueba la «Armida», penúltima de sus 13 óperas, y última de las que escribió para los Eszterházy en los 21 años como director de música de su corte. Con este título arrancaba el sábado el desfile de producciones, principal acicate de la cita veraniega en esta ciudad. Atractivo que empieza por la asamblea de curiosos que se congregan para ver y fotografiar a los ocupantes del carrousel de Audis, que paran y descargan su preciosa carga. Como la canciller alemana, Ángela Merkel, que el pasado miércoles abría también el Festival de Bayreuth, y ahora reclamaba la atención en la Felsenreitschule. Aunque la fotografía más captada fue la del alcalde de la ciudad, Heinz Schaden, que, aplicándose las normas de Kyoto, llegaba pedaleando en su bicicleta. La puesta en escena del mandatario local impactó más que la neutra de Christoph Loy para Armida, sin acabarse de explicar, y con elementos aparentemente prestados de recientes montajes del lugar. Desde el plano inclinado de la hipotética montaña, que obliga a sacrificar la emisión vocal, al simbólico bosque de maderas superpuestas. O el mirto, símbolo del amor que Rinaldo pretende destruir para conjurar los hechizos de Armida: la base del amoroso argumento con fondo guerrero cristiano-musulmán, que da pie a actualizaciones de la Jerusalén libertada de Torcuato Tasso, base del libreto: véase el sofá para la reconciliación entre los dos caudillos enemigos.
JUAN ANTONIO LLORENTE
Abc