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Vestales operísticas

3/1/2003 |

 

Una vez más la erudición y la habilidad investigadora de Jaume Tribó organizaron en torno a uno de los títulos operísticos de la temporada del Gran Teatre del Liceu una serie de audiciones relacionadas con él.

La obvia relación entre la “Norma” de Vicenzo Bellini (1801- 1835) –que el Liceu ofrece estos días en la producción de Francisco Negrín que estrenó en 1998 en el teatro Victòria– y sus precursoras escénicas la “Iphigénie en Tauride” de Christoph Willibald Gluck (1714-1787), “La vestale” de Gaspare Spontini (antecedente clarísimo de la obra de Bellini) y los mismos títulos de Saverio Mercadante. (1795-1870) y Giovanni Pacini (1796-1867) ha dado pie a reexhumar fragmentos de sus “Vestales” y a recordar los primeros, que el Liceu ha programado en contadas ocasiones.

El propio Jaume Tribó, con su poco de ironía habitual, puso en antecedentes al público sobre el significado y el interés de las distintas piezas programadas. El propósito es excelente: los resultados, un poco inferiores a lo esperado, porque en su versión pianística y sin la experiencia teatral por parte de los intérpretes, las piezas de Gluck y Spontini perdieron bastante de su garra, y la “Vestale” de Mercadante mostró la endeblez melódica que justifica su temprana desaparición del repertorio. La de Pacini, aunque no mucho mejor, dio algo más de juego, sobre todo la magnífica plegaria “Io son la rea”, que en boca de Olga Makarina fue sin duda la pieza mejor interpretada del concierto.

Se hicieron notar, por su bella voz, todavía por encauzar del todo, el tenor Nicola Rossi Giordano y el especialista en el repertorio más agudo, David Alegret, quien en su aria de Cinna, de la ópera de Paci-ni, nos alcanzó un re4 muy bien colocado.

Claudia Schneider mostró progresos en el aria de la Gran Vestal, de Spontini; Paolo Pecchioli defendió bien su aria de Mercadante y la cavatina de Pacini e intervino con eficacia en los concertantes. Tatiana Mazurenko tiene una bella voz, pero es poco expresiva; su colega Olga Makarina, en este sentido, fue la que con mejor sentido teatral y una bella voz acabó siendo la estrella de la fiesta.

No es ocioso, sin embargo, subrayar la importancia de estas iniciativas, que rodean a las distintas óperas de la temporada del Liceu de una cantidad impresionante de experiencias operísticas que el público sigue con gran atención y acepta complacido en grandes cantidades, pues el foyer del Gran Teatre se llena en cada ocasión prácticamente del todo.

Roger Alier
La Vanguardia

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