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Muti: "Después de salir de la Scala me siento felizmente libre"

8/7/2006 |

 

Ha pasado más de un año de su convulsa salida de la Scala de Milán, donde reinó casi dos décadas. En este tiempo, Riccardo Muti (Nápoles, 1941) ha seleccionado mucho sus apariciones mientras que orquestas como la de Nueva York o Chicago se disputaban su titularidad. Hoy disfruta de una nueva libertad al lado de formaciones como la Luigi Cherubini, integrada exclusivamente por jóvenes, con la que inaugura la próxima semana el Festival de Peralada. Volverá en septiembre para el “Concierto de la Concordia” en Barcelona junto a la Philharmonia de Londres. El director ha hablado en exclusiva con El Cultural de su futuro y de su visión del momento que vive la música en Europa.

No han sido nada fáciles los últimos tiempos para este napolitano, hijo del sur de Italia en aspecto y carácter. Sin embargo, no parece que hayan hecho mella en su singular atractivo. Dueño de una mirada que intimida, Muti habla con implacable firmeza, no exenta de encanto, gracias a una voz oscura, rica en armónicos, acostumbrada tanto a dar órdenes como a seducir. Con una experiencia artística forjada en las mejores orquestas del mundo, en apenas unos días cruzará la barrera de los sesenta y cinco años, edad en la que se considera que las grandes batutas alcanzan la plenitud, ese momento en el que parecen capacitadas para construir un sonido tan personal como trascendente.

Después de algo más de un año de su salida como responsable artístico del Teatro alla Scala, sus apariciones musicales son muy selectivas, distribuidas entre Nueva York, Viena, Salzburgo, Londres e Italia. De hecho, la inauguración estos días del nuevo Auditorio de El Escorial ha sido su primera actuación en España desde 2003. Esa ausencia la compensará, en apenas unos días, con la apertura del Festival de Peralada al frente de la orquesta de jóvenes Luigi Cherubini. En primavera realizará una gira con la Philharmonia londinense por Madrid, Zaragoza y Oviedo.

El Muti actual es un hombre esquivo con la prensa y sus entrevistas son escasas. Quizá porque, de cara al público, prefiere apoyarse en su poderoso magnetismo en el podio. Resulta inevitable hablar de su salida, bastante traumática, del Teatro alla Scala. “Por mi experiencia, en el mundo de los teatros y de las orquestas sinfónicas siempre se llega a un punto en el que las relaciones entre la institución y el director se tornan muy complicadas”, afirma tajante. “Por citar sólo dos nombres que me vienen a la memoria, Toscanini pasó unos años delicados en la Scala y el mismo Karajan también los sufrió en Berlín”.

Media vida en Milán
–¿Es capaz de hacer un balance de su etapa en la Scala?
–Los diecinueve años que estuve en Milán han sido muy importantes, no solo para mí, también para el teatro. He dirigido cincuenta títulos diferentes, ampliando el repertorio, tanto operístico como sinfónico. La Orquesta Filarmónica alcanzó una considerable entidad. Por ejemplo, hicimos por primera vez todas las sinfonías de Beethoven, algo que no sucedía desde Victor de Sabata. Muchos críticos reconocieron en el Año Verdi, en 2001, que habíamos servido como merecía al compositor operístico más importante del XIX y valoraron la labor musicológica.

–Algunos medios calificaron de injustas las presiones recibidas para que se fuera.
–La crisis se produjo ante mis exigencias de trabajo continuo, de calidad y de sacrificio. Aquí sí que se puede ver una cierta incomprensión. Fue una sensación triste pero, en este momento, me siento ya muy feliz de estar libre… La verdad es que no me gusta la palabra injusticia (señala después de pensarlo un poco) porque implica un juicio moral. Además, la historia está ya escrita. Tanto lo bueno como lo malo.

–¿Se siente frustrado ante esas continuas batallas con las administraciones políticas?
–No quiero transmitir esa idea. He luchado mucho en este terreno tanto en Europa como en Estados Unidos y no voy a dejar de hacerlo. Siempre he reivindicado el papel de la cultura, en general, y de la música en particular. Además, nosotros los europeos tenemos una responsabilidad añadida en el cuidado de nuestro patrimonio sonoro común. Los gobiernos tienen un papel en este campo porque fueron los músicos los que preludiaron el espíritu de la Unión Europa.

–¿De qué forma?
–No hay que olvidar que los músicos, antes que nadie, forjaron lo que podía ser una Europa unida. Es enorme la cantidad de españoles que hicieron una gran labor en Italia o italianos en España. Como es conocido, Farinelli, el célebre castrado, fue un hombre muy influyente en la corte de Felipe V. Y quien habla de España o Italia, habla de cualquier otro país. En el siglo XVIII los músicos se lanzaron al camino, viajaron continuamente, algo que les proporcionó, más que a nadie, una dimensión europea. Pues bien, yo creo que ahora que hemos llegado a una Europa unida en lo económico, social y político, habrá que hablar de la cultura y la música. ¿Cuál puede ser el futuro de Europa sin éstas?

Muti está considerado como un gran director en múltiples repertorios, si bien se aprecia especialmente su vínculo con la ópera italiana, en especial con Verdi –programado en la inauguración de El Escorial– hasta el punto de convertirse en su mayor paladín. No en vano muestra su devoción al calificarlo como el compositor lírico “más grande del XIX”. Todavía se recuerda su aplaudido Macbeth, en versión de concierto, en Barcelona –cuya Universidad le acogía con el primer doctorado Honoris Causa otorgado a un músico extranjero– y sus múltiples lecturas de referencia, en teatros y grabaciones. Preguntado sobre si todas las obras verdianas merecen ser programadas –como hará Bilbao en los próximos años– Muti cree que “todas sus óperas forman parte de un mosaico compacto. Si falta una, el mosaico resultará incompleto. Me gusta comparar el camino que llevó a la realización de su obra con la obertura de Guillermo Tell de Rossini, que se inicia con un solo de cello, en pianísimo, y culmina con un impresionante despliegue sonoro. En Oberto, su primera ópera, ya aparecen esas características que forman parte del ADN verdiano”.

–Usted tiene una visión, un tanto polémica, al valorar a Falstaff como la ópera más importante del siglo XIX.
–De Oberto a Otello, Verdi trabaja para el público durante decenas de años. Falstaff, una comedia, la escribió a modo de testamento. Esa fuga con la que culmina –“Tutto nel mundo é burla”– es una declaración de un hombre que ve lo que le rodea con una fuerte carga de ironía y melancolía a la par. Creo que Verdi con su última genialidad, ironiza, hizo una auténtica faena porque dio la puntilla a todo el siglo XIX.

–El sonido que obtiene en este repertorio es único.
–Yo trabajé cuando era joven con Antonino Votto, que había colaborado con Toscanini. Es un sonido especial, nada decadente. Pero todo evolucionó a través de mi contacto con otros directores, como Karajan, y con orquestas como la Filarmónica de Viena, que en muchos aspectos valoro como ideal. El sonido no es italiano, como alguna vez se ha comentado, sino mío.

Director acompañante
–¿Se molesta cuando se habla de los directores como acompañantes?
–¡Ah, mucho! cuando leo en los periódicos que “el director acompañó bien”..., me parece un error de concepto. El director no acompaña, construye junto a las voces.

–Ha conseguido que se tomen en cuenta muchas óperas italianas, quizás más difíciles porque se puede caer en la superficialidad.
–Siempre digo a las orquestas con las que trabajo que hacer una cosa de una manera u otra, puede cruzar la sutil línea entre lo acertado dramáticamente y lo vulgar. La responsabilidad es ahora nuestra como nunca lo ha sido . Verdi miraba a Mozart, gran referencia, y su clasicismo es un foco auténtico.

Buscando voces
–¿Qué opina del panorama vocal actual?
–Es muy peculiar. Hoy se encuentran cantantes mozartianos y rossinianos de calidad. En el terreno de las voces para Wagner y Verdi, la crisis que se inició hace unos años se ha agravado. Se echan de menos, por ejemplo, esos artistas dotados del llamado accento verdiano. Es lo que le permitía, sin ir más lejos, a Aureliano Pertile cantar Otello sin tener la voz más adecuada. O al mismo Plácido Domingo, que sin tener la voz de Del Monaco o Tamagno, ideales para el papel, con su dominio del accento le permitía afrontar con solidez uno de los roles más terribles. Voces oscuras hay pocas. Comparadas con un Cesare Siepi, con el que trabajé, apenas se vislumbran. En el caso de los barítonos, tras Renato Bruson no se puede decir que abunden. En España tienen a Carlos Álvarez, a quien estimo mucho. No estoy diciendo exactamente que no haya voces sino más bien que no se cubren las necesidades del mercado. La mayoría de las veces es un problema de falta de tiempo para madurar. Quizá es porque muchos se precipitan, se lanzan sin estar todavía preparados y, por ello, las carreras se hunden demasiado pronto.

–¿Cómo ve la evolución de la dirección de escena en la ópera?
–Que conste que no soy un conservador. El pasado verano no tuve ningún reparo en colaborar con Graham Vick en un montaje de La flauta mágica considerado como controvertido. He trabajado con grandes directores, desde Ronconi hasta Strehler sin problemas… (se toma un poco de tiempo). Mire, creo que las puestas en escena no pueden dividirse en modernas o antiguas, sino en estúpidas o inteligentes. Porque ¿qué significa moderno? Por llevar Rigoletto a no sé dónde, matar a Violetta en La Traviata no se sabe cómo, convertir a Nabucco en general de no sé qué ejercito me parece una falta de sensibilidad. En parte es un contagio de la visión del género que tienen los teatros alemanes. La ópera cuenta con unos libretos antiguos que, eso sí, merecen una evaluación, pero también un respeto para que no caigan en el absurdo. Por eso creo que las óperas en versión de concierto, y no hablo de semi-stage, tienen cada vez más éxito porque así el público construye con la música su propia visión dramática de la obra.

–Italia fue, en muchos aspectos musicales, una referencia, sin embargo ahora la situación cultural no suena bien.
–Italia está en medio de una gran crisis. Falta dinero e imaginación y sobran problemas. De hecho, vemos a España con una envidia increíble. El esfuerzo que se ha hecho en los últimos años asombra. Yo no tengo la receta para solucionar el problema pero los políticos tienen una enorme responsabilidad. De cara al futuro es, además, muy importante la educación que está muy descuidada.

–Pese a todo, la ópera es hoy uno de los fenómenos de moda.
–Vivimos un momento extraño. Por un lado vuelve una forma de divismo que parecía desterrada, bastante superficial: un director de escena se saca de la manga una producción exasperante, un cantante que no quiere ensayar. Se abusa de ciertas actitudes provocadoras y frívolas. El público y los músicos se resienten de esa desorientación. Tampoco se puede dirigir, con sólo veinte años, la Novena de Beethoven. Pero de toda esta confusión es probable que salga algo positivo.

“No entra en mis planes ser titular”
La situación a la que se ha llegado en el mundo sinfónico en los últimos años ha lanzado a las grandes orquestas a una subasta desenfrenada por la obtención de la titularidad de esa media docena de batutas estrella. De ahí que el actual starus de Muti se considere como un lujo. “He sido director, musical y artístico, durante casi cuarenta años de varias instituciones. En 1968 me nombraron del Maggio Musicale Florentino, en el 72 de la Philharmonia de Londres y en el 80 de la de Philadelphia, con lo que ese año tuve que dividirme por tres. Después he estado en el Teatro alla Scala, 19 años. Ha sido una vida llena de responsabilidades. Por eso, cuando dejé la Scala he preferido mantener mi relación, muy estrecha desde 1971, con la Filarmónica de Viena –que no tiene director titular– y con la que también colaboro en el Festival de Salzburgo. Luego están otras formaciones con las que me siento muy bien”. Respecto a la posibilidad de volver a ser titular en alguna formación (se menciona mucho a Chicago), ante la necesidad de contar con un “instrumento propio”, Muti afirma que “de momento, no entra en mis planes. Ya dije no a la Filarmónica de Nueva York, que me ofreció la titularidad antes que a Maazel. Ha habido ofertas y algunas negociaciones que entenderá que, por discreción, prefiero no comentar. En este momento me siento muy feliz de poder hacer música sin otro tipo de responsabilidad”.

De momento quiere mantener un estrecho vínculo con la Orquesta Luigi Cherubini, compuesta sólo por artistas jóvenes junto a los que abrirá el Festival de Peralada. “Es un proyecto que me interesa mucho, ya que quiero trasladarles mi experiencia, enseñar cómo se construye un músico. El año próximo actuaremos en el Festival de Pentecostés de Salzburgo, con obras del XVIII italiano”.

Luis G. IBERNI
El Cultural

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