Jürgen Flimm moderniza el «Anillo» en su tercera relectura para Bayreuth
30/7/2003 |
El Festival wagneriano sigue su curso, como siempre, al socaire de rumores, vientos y tempestades. Tras el aclamado «Holandés errante» inaugural, se repuso «Tannhäuser». Reposición a secas, porque el montaje escénico del francés Philipe Arlaud, con su inexistente dirección de actores y una huera simbología supercolorista, no visitó el taller. En cambio, Christian Thielemann labró con coro y orquesta una versión de orfebrería musical. Con mejores solistas -endeble G.Winsdale (Tannhäuser), decepcionante B.Schneider-Hofstetter (Venus), discreta R.Merbeth (Elisabeth) y notables R.Krekel (Wolfram) y Kwangchul Youn (landgrave)- la versión musical habría pasado a los anales.
En la tarde del domingo, con la representación de «El oro del Rin», comenzaron a servirse los platos fuertes de la tetralogía de «El anillo del Nibelungo». Jürgen Flimm ha retocado su montaje por tercera vez, realizando cosmética de detalle en su empeño básico de desmitologizar la saga wagneriana con infusiones «modernizantes» de naturalidad cotidiana: de entrada, deja enseñar más pierna a las hijas del Rin, densifica más la acción y, especialmente, remodeló nuevamente la escena final. Substituyó la batería de agresivos focos ofuscantes por otra de cañones de humo que derramaron niebla, hasta anegar incluso la sala, mientras en la penumbra de trasfondo traslucía el descollante torreón de Walhall. La escena, fantasmagórica, queda mejor resuelta. Aceptadas sus coordenadas, el resultado es un teatro convincente, de calidad. En detrimento de la parte musical, con intérpretes presuntamente más actores que cantantes.
Hay algunos cambios en la parte vocal, principalmente la substitución en el papel de Loge del saltimbanqui tenor inglés Graham Clarke por el envarado holandés Arnold Bezuyen. Éste carece de veta cómica, pero su interpretación, inicialmente insegura, fue adquiriendo empaque y soltura, potenciada al contrastar su estilizado tenor, típicamente logeano, con la intensidad emocional de A.Titus (Wotan). El bajo-barítono estadounidense, que canta este papel por medio mundo, mostró mejor disposición que en los dos años pasados, cuando una fea nasalidad y debilidad de su voz ensombrecía su actuación. S. Schröder (Erda) y la nipona M.Fujimora (Fricka) brillaron con bello timbre y sentido musical en la articulación y fraseo. Ovaciones entusiastas, pero breves, para todos los intérpretes, especialmente vivas para los de Loge y Erda (S.Schröder), Fricka (M.Fujimura) y un extraordinario Alberich (Hartmut Welker).
La misma tónica se mantuvo el lunes en «La Walkyria», escénica y musicalmente superior en su primera mitad, con una V. Urmana (Sieglinde) pletórica y una soberbia actuación dramática de A.Titus en la segunda escena del segundo acto como dios-marido laminado por su inflexible esposa (M.Fujimura). E. Herlitzius (opaca Brünnhilde), en cambio, no cumplió las expectativas después de su fulminante debut del año pasado. ¿Estará prodigándose demasiado?
La orquesta estuvo menos brillante y etérea que anteriormente con Thielemann. Adam Fischer se mueve a otro nivel. Lo suyo no es derrochar sonoridad, sino cuidar el detalle, lo camerístico, pero tan supeditado a la escena que su dirección se vuelve discreta, mate e incluso algo tintada ya de rutina.
Ovidio García Prada
Abc