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Una vida para Bach

25/7/2003 |

 

El día 17 falleció en Nueva York, a los 88 años de edad, uno de los más cualificados intérpretes de Bach de los tiempos modernos: la pianista Rosalyn Tureck. Aun en tiempos tan dados a la especialización como los actuales, el limitarse durante muchos años a un mismo repertorio, acaba resultando agobiante para el intérprete especializado y hasta para buena parte del público que le sigue. Un amigo mío, guasón él, caricaturiza el asunto con la siguiente frase: director especialista en música barroca es un señor que dirige orquestas de instrumentos «originales» los años que sean necesarios hasta conseguir que una orquesta buena le deje dirigir la Primera de Mahler. Aunque no le faltan casos particulares para sustentar su broma, también los hay que la desmienten. He aquí uno de ellos, extremado: Rosalyn Tureck, sesenta años de carrera, cuarenta de ellos dedicados prácticamente en exclusiva a la interpretación de la música para teclado de Johann Sebastian Bach.

Bach estuvo ya en el comienzo de la carrera de la Tureck, incluso de forma un tanto estrambótica: su presentación en Nueva York fue no como pianista, sino como solista de theremin, un instrumento que no cuajó y que se sitúa en las experiencias «prehistóricas» de la música electrónica: ¡pero lo que interpretó al theremin fue Bach! Poco después haría historia en la vida musical neoyorquina interpretando una serie de seis recitales monográficos Bach, experiencia que repetiría cuarenta años después, en 1977, situada en lo más alto de su madurez y prestigio. Entre medias, una singular trayectoria hecha a base de ciencia y de pasión en similares dosis. El apostolado bachiano de Rosalyn Tureck no se limitó a la labor de intérprete: publicó «Una introducción a la interpretación de Bach», fundó foros de debate como la International Bach Society o el Tureck Bach Institute y difundió sus ideas en cursos y seminarios dados aquí y allá, sin excluir Madrid. Por descontado, su discografía también la exclusiviza Bach y, como los conciertos, abonan su idea de la óptima adecuación de la escritura bachiana al sonido y a los recursos del piano moderno. Pero, para sorpresa general, la señora Tureck dejó, en algún singular concierto y en un disco, su versión clavecinística de la que acaso fue su obra más amada: las «Variaciones Goldberg». Si Bach fue tan llanote como parece, me lo imagino recibiéndola en el más allá con alguna frase del tipo «Gracias, tía, pero te has pasao» que, por supuesto, en alemán ha de ser menos cheli.

José Luís García del Busto
Abc

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