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Händel con marionetas

12/5/2006 |

 

El Liceu ofrece un montaje de ´Ariodante´ con los cantantes convertidos en títeres

Los amantes de la ópera barroca no deberían perderse la producción de Ariodante que el Liceu presenta a partir de este lunes, principalmente porque el Gran Teatre ofrece sólo una ópera barroca cada dos temporadas - de media-. Así, desde que reabrió tras el incendio sólo ha presentado Julio César de Händel - dos veces- y El Orfeo de Monteverdi - dos de las obras barrocas más célebres y de las pocas ya programadas en el viejo Liceu- y The Fairy Queen de Purcell.

Pero hay otras buenas razones para ver esta producción de Ariodante, más allá también de que se trata de una de las más hermosas entre la cuarentena de óperas de Händel que se conservan. La primera, su director musical, Harry Bicket, reconocido especialista en música antigua que en Julio César logró extraer un bello sonido de la orquesta del Liceu. Después, la originalidad del montaje, procedente de la Ópera de Frankfurt y cuyo principal artífice es Achim Freyer (Berlín, 1934), uno de los grandes directores de escena europeos, que debuta en el Liceu en la especialidad y del que ya se vio su vertiente de escenógrafo en el Moses und Aron (85-86). Luego, por su notable reparto, encabezado por las sopranos Vesselina Kassarova, Ofèlia Sala y Elena de la Merced, la mezzo Sara Mingardo y el tenor debutante en el Liceu Steve Davislim.

Si en su célebre, deslumbrante producción de La flauta mágica para el Festival de Salzburgo Freyer trasladó la pieza de Mozart al mundo del circo, a Ariodante lo ha llevado al teatro de marionetas. Los cantantes aparecen transformados en títeres gracias a unos pequeños vestidos que les cubren el torso y de los que cuelgan unas piernecitas que los propios intérpretes pueden mover con sus manos.

Ocultos de cintura para abajo por paneles, y colocados en tres pasillos a diferentes alturas y profundidades, los personajes se mueven sólo de izquierda a derecha o viceversa - no se adelantan o atrasan- y siempre de cara al público. Freyer, "gran maestro de la abstracción y la poesía en el escenario, inigualado en la creación de un lenguaje escénico propio", como lo definió ayer Claudia Doderer, codiseñadora con él de la escenografía, dice que su concepto para Ariodante se basa "en fijar la atención en los rostros como transmisores de la psicología de los personajes. Como no podíamos agrandar los rostros, recurrimos al truco de revalorizarlos reduciendo los cuerpos". Freyer habla también de su deseo de "volver a un teatro primigenio y de contar la historia con sencillez y precisión", trasladándola a un mundo más acorde con el barroco, con su valores y su ritmo "muy diferentes, ajenos a la vida actual". Reconoce que la suya es una producción "abstracta", pero añade que todos sus montajes "no son fruto de una invención mía, sino de una búsqueda dentro de la obra" y que siempre trata de "no ahogar la música ni el canto, sino de darles todo el espacio que necesitan". También pintor, no ve conexión alguna entre pintura y teatro. "Son dos cosas totalmente diferentes. Ni Picasso ni Chagall ni otros grandes pintores que trabajaron para él hicieron aportaciones destacadas al teatro".

MARINO RODRÍGUEZ
La Vanguardia

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