21/4/2006 |
A veces se cierran los ojos para escuchar. El gesto puede ser instintivo, demuestra concentración, necesidad de bloquear un sentido para potenciar otro. Pero no siempre se alcanza el mismo significado: los ojos cerrados ante el canto gregoriano denotan meditación, al lado de la música más radical del siglo XX manifiestan instinto analítico, frente a las dulzuras de Renacimiento dan cuenta de lo poético. Atendiendo al romanticismo es distinto, porque la música del siglo XIX no trata de reflejar un determinado sentimiento, se recrea en el contraste, cuanto más rotundo más conseguido. De un lado lo íntimo, del otro lo grandioso, cerca, friccionando.Es por eso que un compositor como Brahms divaga por las procelosas aguas de la vehemencia en un continuo trasvase de géneros. Schumann lo apuntó tras escuchar al piano algunas de sus sonatas y verificar que parecían «sinfonías veladas». Tenía razón el sabio oyente. Si los quintetos y sextetos de Brahms suenan grandes, paradójicamente, los instantes más depurados de las sinfonías tantean un pensamiento camerístico.
Abc