Doris Dörrie divierte con Mozart
30/1/2006 |
El público de Salzburgo aplaude la alocada versión de 'La finta giardiniera' presentada por la directora.
Aunque no ha vuelto a alcanzar un éxito internacional tan grande como el que logró a mediados de los ochenta con Hombres, Doris Dörrie (Hannover, 1955) se mantiene como uno de los cineastas alemanes más populares de los últimos tiempos. Desde el 2001 ha encontrado otro campo de acción en la ópera. Ese año firmó en Berlín un Così fan tutte ambientado en los hippies sesenta, que se sigue reponiendo con éxito. Mucho más polémicos han sido sus siguientes trabajos, un Turandot y, sobre todo, un Rigoletto en el que disfrazó de gorilas y chimpancés a casi todos los personajes, inspirándose en la película El planeta de los simios -sus detractores decían que, por coherencia, la más célebre aria de la obra debía haberse retocado para convertirse en La monna è mobile-.
Así las cosas, había sorprendido que Dörrie fuera la elegida para montar la única ópera del inicio de las celebraciones en Salzburgo del 250.º aniversario del nacimiento de Mozart y se esperaba con expectación su debut en el feudo mozartiano por excelencia. Pero quien había cursado el encargo sabía bien lo que hacía: la obra en cuestión es una ópera bufa en plena sintonía con la especialidad de la cineasta, las comedias sobre líos de parejas, y un precedente del Così...:La finta giardiniera.
Escrita por Mozart a los 18 años, la obra transcurre en casa del alcalde de un pueblo italiano en el siglo XVIII (Don Anchise) cuya única hija (Arminda) se va a casar con un conde (Belfiore) para desespero del Caballero Ramiro, enamorado de ella. Don Anchise anda detrás de su jardinera, Roselinda, y a él quien le quiere conquistar es su criada, Serpetta, codiciada a su vez por el criado Nardo. Pero Roselinda es en realidad una marquesa a la que su amado Belfiore ha dejado por muerta tras darle una paliza, lo que no le impide hacerse pasar por jardinera para intentar reconquistarlo, con la ayuda de su primo Roberto (Nardo). Tras escenificar estos precedentes durante la obertura en una breve escena de época, Dörrie traslada la acción a la actualidad, en concreto a un gran almacén de productos y herramientas para el jardín -estupenda escenografía-, cuyo emblema no son una hoz y un martillo sino una pala y un rastrillo, cruzados como aquéllos. Don Anchise es el jefe del almacén y Arminda, Nardo, Ramiro y Serpetta, empleados. Se puede decir que Dörrie juega al anacronismo de juntar rock y rococó: la marquesa y el conde llevan vestimentas de este estilo toda la obra, mientras que Ramiro es un heavy vestido de cuero negro y Serpetta, una lanzada jovencita con medias verdes, botas estilo militar, piercings y tatuajes.
Dörrie añade desenfado, sátira y mucha locura a la farsa con una certera pintura de personajes y poblando el escenario con todo tipo de criaturas: bailarines vestidos como grandes flores, cactus enormes, estatuas de mármol vivientes, una gigantesca tarántula y hasta una planta carnívora como la de La tienda de los horrores que casi se come al conde. El resultado es muy divertido y el montaje ha sido recibido aquí sin polémica y con calurosos aplausos.
También se aplaudió con ganas la notable interpretación musical de Ivor Bolton y la Orquesta del Mozarteum y el trabajo de todo el reparto, que si bien no incluía ninguna voz de primerísimo nivel, resultó muy homogéneo, entregado a fondo, con plausibles resultados en lo vocal y con, en general, estupendas creaciones actorales.
Marino Rodríguez
La Vanguardia