¡Qué bonito es vivir!
2/1/2006 |
El Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena ha sido una vez más el primer acontecimiento musical del año. El letón Mariss Jansons fue la principal novedad de esta edición, en la que se rindió homenaje a Mozart por su CCL aniversario.
«Todo tuvo un halo muy sinfónico gracias al gesto de Mariss Jansons y la finura de la orquesta, que en algo delató al final el cansancio»
Hay dos formas de ver el concierto que la Orquesta Filarmónica de Viena regala al mundo cada primero de enero. Una, en la sala del Musikverein, en Viena, vestido de media gala y dispuesto a formar parte del espectáculo llegado el gran momento de dar palmitas. Otra, desde la comodidad del sofá acomodando el escenario al propio gusto: ya en compañía del tubo catódico o de la más moderna pantalla de plasma con sonido estereofónico, escuchando los comentarios de José Luis Pérez de Arteaga, con quien no se deja nunca de aprender y que tan riguroso ha sido este año al describir las evoluciones de la canciller alemana Angela Merkel; ya con Fernando Argenta en Radio 1, todo simpatía, o, incluso con Carlos Herraiz en Radio Clásica, serio como su emisora y fiel a un guión que cualquiera de los millones de espectadores que por el mundo habitan serían capaces de rescribir sin falta alguna.
Pero no hay que amodorrarse, por mucho que sean más de dos las horas de concierto y numerosas las músicas conocidas. Siempre hay algo que descubrir, que para eso la Filarmónica de Viena ha invitado al director letón Mariss Jansons, y la ORF ha contado, una vez más, con el realizador Brian Large, que es una enciclopedia del buen gusto y lo útil. Será por ello que este año se ha recreado con especial delicadeza en las flores que inundan la sala, en algunas féminas de la orquesta y la actuación entusiasta de un contrabajista de pelo muy corto. Y entre tanto ha habido movimientos de cámara espectaculares y alguna que otra fija como aquella que, desde el mismo principio, tomaba a Jansons por su izquierda para dejar ver en la lejanía a un japonés de riguroso kimono y que, incapaz de movilizar la comisura de los labios, mostró en todo momento una perturbadora seriedad. Un ligero desplazamiento de la cámara (siempre hay un esteta dispuesto a cuidar estos detalles) limitó mucho su presencia en la segunda parte.
También se habrá podido observar alguna singular peculiaridad. Por ejemplo, lo muchísimo que se suda ante músicas tan leves. De seguro que Jansons se ha dejado sobre la vieja tarima de la sala dorada del Musikverein algún que otro kilo, como ya hiciera en su día Harnoncourt después del desperdicio hídrico que hizo sobre su chaqueta austriaca. O que a los músicos de la Filarmónica vienesa se les pone cara de gran satisfacción cuando llega el galop, parte esencial de un programa en el que no han de faltar gracias y novedades: le sonó a Jansons el móvil al final de la polca del «Teléfono», se disparó el trabuco en el galop de los bandidos y los percusionistas hicieron alarde de pajarería al interpretar la polca del «Bosque de Krapfen». Lo más nuevo tuvo que ver con la audición de «Auf´s Korn» de Johann Strauss, el replicar de castañuelas de la «Marcha española» o la música de Mozart, en el año de su aniversario. Por eso se oyó la obertura de «Las bodas de Fígaro», que, para qué negarlo, pareció entrar en la sala como burro en cacharrería por mucho que levantara el bravo de algún foráneo y luego se tratara de compensar con «Los mozartianos» de Lanner, popurrí sobre el genio de Salzburgo, o la «Cuadrilla de artistas», mezcla de temas de Mozart con Mendelssohn, Paganini, Meyerbeer y hasta Beethoven.
El caso es que todo tuvo un halo muy sinfónico gracias al gesto de Jansons y la finura de la orquesta, que en algo delató al final el cansancio, pero que se creció en el momento de sumergirse por entre las melodías de clásicos como «Voces de primavera» o «Vida de artista». Atrás queda la ligereza que tuvo antaño la interpretación de estas obras, por mucho que aún sigan volándolas los miembros de los ballets de Hamburgo y de la Ópera de Viena o que, al final, suenen tan etéreas y encantadoras como ese «Danubio azul» cuya inevitable audición confirma, una y otra vez, lo bonito que es vivir otro Año Nuevo.
Alberto González Lapuente
Abc