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Dos conceptos

1/10/2005 |

 

La semana nos traerá las inauguraciones de temporada del Real y el Liceo. Como todos los teatros ambiciosos, ambos andan a la búsqueda de una identidad propia, de un proyecto que los identifique. Justo es reconocer que el Liceo lleva ventaja al Real, muy vacilante entre tanto cambio político-gerencial, aunque también es cierto que en el primero se han producido errores gruesos al no defender el patrimonio propio con la fuerza precisa, recuérdense los casos de Babel 46 y Merlín. Ambos coliseos han apostado hasta la fecha por proyectos tan diferentes como lo son sus óperas inaugurales.

El Real se ha decantado por Don Giovanni de Mozart, una obra unánimemente alabada por la intelectualidad y siempre ansiada por todo director de escena y orquesta que se precie. Casi todas las grandes batutas de la historia nos han dejado sus versiones, desde Furtwängler a Barenboim, desde Krips a Giulini, pasando por Klemperer. Hasta se ha llevado al cine con mayor o menor fortuna, recordemos a Losey. Es una ópera que se presta a múltiples y hasta opuestos puntos de vista, que nacen desde la calificación inicial de su propio autor: dramma giocoso. Y es una ópera posiblemente imposible, hasta el punto que, quizá, no haya habido nadie capaz de reflejar adecuadamente tal dualidad.

El Liceo se decantó por La Gioconda, obra frecuentemente denostada por los intelectuales de la “intelectualidad” por considerarla ejemplo máximo de la “ópera polvorienta”. Es, desde luego, obra que permite muchos menos enfoques. Quizá sólo uno: el realista. No es ambicionada por batutas o registas. Es, sin embargo, ópera de cantantes, de seis grandes voces. Lleva la firma de Ponchielli, autor de los llamados “de obra única”, y se la considera como una especie de preludio del verismo. Muy frecuente en otros tiempos, apenas se representa en los nuestros, aunque Verona y el Liceo la desempolven este año por estar muy ligada a sus respectivas historias. Casi nadie, sólo los aficionados más recalcitrantes, se acuerda de ella y, de hecho, hasta se ha olvidado que su Danza de las horas aparece genialmente en la película Fantasía de Walt Disney. Dos conceptos diferentes, aunque ambas conlleven lo que puede ser un muestrario de arias, que no debieran ser excluyentes en los teatros.

Gonzalo Alonso
El Cultural

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