LA PRUEBA MÁS DIFÍCIL
17/5/2003 |
A nadie con buena fe escapa el buen momento que vive la música española. La eclosión de una joven y dinámica generación de compositores, el auge del mundo editorial, las infraestructuras en crecimiento y la aparición de notables intérpretes corre paralela a la investigación de nuestro repertorio histórico. Los cimientos de nuestra historia están en restauración. En este sentido, Albéniz es un ejemplo paradigmático. Las viejas lagunas de su biografía y el conocimiento de su música sustentado en las grandes obras pianísticas se ha reformado gracias a trabajos como los de Walter Aaron Clark y de Jacinto Torres, el primero aportando un sensato punto de vista biográfico-musical, el segundo apoyándose en la sistematización de sus obras. Asociado a este proceso de restauración ha surgido el interés por sus obras escénicas. Se camina por la senda de la «novedad» y no hace ni un mes que el Teatro de la Zarzuela ofrecía con carácter de reestreno «San Antonio de la Florida» cuando ya empieza a distribuirse la grabación de la ópera «Henry Clifford» y el Teatro Real prepara la puesta en escena de «Merlín».
Primera parte de la trilogía «King Arthur», diseñada por el mecenas y amigo de Albéniz, Francis B. Money-Coutts, «Merlín» se estrenó en Bruselas, en 1905, en versión de canto y piano, traducida al francés. Desde entonces sólo es posible reseñar la fragmentaria puesta en escena que, con el texto traducido al castellano, patrocinó en 1950 el club de Fútbol Junior del Barcelona. Si «Merlín» renace ahora es gracias al duro trabajo de ensamblaje de José de Eusebio.
Coincidiendo con la interpretación que, en versión de concierto, se hacía el 27 de octubre de 2001 en el Teatro Real, el propio De Eusebio reflexionaba sobre la necesidad de integrar toda la producción lírica de Albéniz en un proceso que incluyera la interpretación, grabación y producción escénica. Es obvio que, con «Merlín», la cronología se ha cumplido estrictamente, aunque conseguirlo no haya sido fácil. Por el camino ha quedado una grabación discográfica y tres interpretaciones en versión de concierto: el estreno, en 1998, en el Auditorio Nacional; un concierto en Saarbrücken, transmitido a toda Europa a través de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), y la ofrecida en el Real. Y en el anecdotario alguna contrariedad que va desde las disputas para cerrar el reparto de la grabación, el aplazamiento por un año de la interpretación en el Teatro Real, por confusión en las fechas, la insinuación sobre una posible apropiación de la partitura hecha por De Eusebio con carácter de exclusividad de la partitura o la inicial sugerencia para que algún otro director con más experiencia llevara a cabo las ahora inminentes representaciones escénicas.
Y, sin embargo, la forma en la que una partitura de tanta complejidad se ha dado a conocer supone un hito en nuestra música y una buena manera de ir comprendiendo su valía. A lo largo de estos cinco años los más fieles se han reafirmado en la trascendencia de la obra, en su categoría como empeño artístico en una senda nunca transitada por un músico español y en su nula trascendencia en el irregular devenir musical de la España de finales del XIX. Pero a su lado, de forma más queda, también se han alzado voces que quieren hallar en ella un producto de alto interés pero de irregular acabado. Las reconocidas limitaciones dramáticas del libreto, la heterogeneidad de un desarrollo musical que concilia estilos disímiles a caballo entre las «españolas» danzas sarracenas del tercer acto y la germánica del primero, la distinta factura de los tres actos, la menor consistencia del tercero y la siempre discutida capacidad de Albéniz en su manejo de la orquesta son argumentaciones a considerar. Lo que no impide que todos estén de acuerdo en que sobre el escenario del Real va a estar una obra única, distinta a cualquier otra de nuestro repertorio, apasionante, ambiciosa, llena de peculiaridades y cuya fama ya ha trascendido nuestras fronteras. La numerosa prensa extranjera acreditada para el estreno o la posterior transmisión desde Radio Clásica a veintiséis emisoras pertenecientes a la UER confirman la validez de algo que tiene por principal benefactor a nuestro propio patrimonio. «Merlín» sobre el escenario se enfrenta a la prueba más difícil.
Alberto González Lapuente
Abc