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Oue: «Con «Tristán» estoy haciendo en Bayreuth un viaje de amor, de paz y de solidaridad»

25/8/2005 |

 

Eiji Oue, nacido en Hiroshima y primer director asiático que participa en Bayreuth, comparte con ABC sus sentimientos sobre la bomba atómica y la II Guerra Mundial

-¿Qué siente al conmemorar el 60 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica aquí, en Alemania, un país arrasado también durante la Segunda Guerra Mundial?
-Es una sensación humana muy profunda, pues el pasado fue muy difícil no sólo para Japón, sino para mi familia. Es importante que todos nosotros, como seres humanos, participemos de esa trágica experiencia. No creo que pueda eximirnos de ello el hecho de que Japón y Alemania, o Norteamérica y Francia estuvieran, entonces en bandos diferentes, pues la guerra como tal no debería haber ocurrido y, sobre todo, no deberá repetirse. Mi caso es especial y mi posición, muy clara, pues soy natural de Hiroshima.

-Usted no había nacido aún, pero vivía allí su familia.
-Así es. Mi padre y mi abuelo me relataron la historia incontables veces. Mi tío y tía, hermanos de mi padre, desaparecieron desintegrados completamente ese día. Nuestra casa se encontraba a 7 km. y la onda expansiva derribó una parte y arrancó el tejado. Pero no era un relato de odio y rabia, sino de esperanza, la esperanza de que nunca vuelva a repetirse en ninguna parte esa trágica historia. Los habitantes de Hiroshima confían en un futuro de paz y tranquilidad y no cejarán en sus esfuerzos hasta que todo el mundo viva en paz. Yo me crié en ese espíritu y eso mismo pienso aquí, en Alemania, o en cualquier parte donde me encuentre.

-¿Cómo ha conmemorado el aniversario?
-Pues un poco como todos los años. Los 6 de agosto me levanto muy temprano y a las 8,15, la hora en que estalló la bomba, me siento, cierro los ojos, me pongo a rezar y renuevo la promesa de proseguir mi misión en este viaje de mi vida. Mis armas son la música. Y aquí, hasta finales de agosto, estoy haciendo el «Tristán», que es un viaje de amor, de paz, de solidaridad. Así contribuyo a traer la paz a la gente. Cada 6 de agosto renuevo esa promesa a todos, a Dios, a Buda, a Jesús, a mi abuelo y especialmente a mí mismo, pues no es bueno engañarse a sí mismo.

-Un pensador alemán manifestó que después de Auschwitz no era posible escribir poesía. En relación con la bomba atómica ¿ha sido esto para usted un problema?
-Para mí la bomba atómica no es una vivencia personal, sino algo histórico, aunque íntimamente ligado a mi existencia. De niño percibí las consecuencias y oí en incontables ocasiones los sentimientos y experiencias de quienes vivieron aquella catástrofe, especialmente mi padre. Por tanto, pienso que el silencio sería la peor forma de reaccionar ante ello. Mi generación ha quedado absolutamente traumatizada por esa terrible experiencia, por lo cual debemos levantar la voz, tenemos que prestarles nuestra voz a los muertos para enviarle al mundo el mensaje de que eso no vuelva a repetirse nunca, nunca jamás. Yo lo hago con la música. A mí me dieron la voz y la música cuando tenía cuatro años y nunca cesaré de usarlas, pues ésa es la forma en que realizo y renuevo mi propuesta en pro de la paz.

-¿Por qué ya en la infancia se dedicó a la música clásica y no a la nipona tradicional?
-Soy de origen samurai. Fui educado en el respeto a la familia y a los demás seres humanos, tratando siempre de dar lo mejor de mí mismo. La gente no sabe que en la tradición samurai el pueblo es lo más importante y que el samurai es su servidor. Otro aspecto importante de la cultura samurai es la amplitud de miras y la predisposición a aprender nuevas cosas. Siendo niño mis padres me animaron a tocar el piano. El profesor de piano vivía al lado y tanto me aficioné que aprendí a tocar cositas de Mozart incluso antes de iniciarme en la música japonesa.

-Parece increíble.
-Pues lo es. Le digo que la primera música que yo conocí y comencé a practicar fue la de Mozart, Bach y Beethoven. Me agradaba tanto y me sentía tan feliz con ella que mis padres me dijeron: «Mira, ése es ahora tu camino, hazlo lo mejor que puedas». Es interesante, porque entonces dejé de practicar el béisbol y otros deportes, pero conservé en el ámbito musical el espíritu deportivo de superación propia. La música es la única actividad en la que siempre es posible avanzar más y más en el camino de la perfección.

-Y ahora toca Wagner en Bayreuth. ¿Qué significa Wagner para Vd.? -Siento una gran responsabilidad por ser el primer director musical asiático en la historia del Festival. Lo estoy disfrutando a tope y me siento feliz, pero la responsabilidad es tremenda. Puedo decirle que mi amor por Wagner es más fuerte que ningún otro. Y viene de antiguo, pues en la escuela me introdujeron en su música cuando tenía unos seis o siete años.

-¿Entonces es wagneriano?
-No, pero amo a Wagner. Ser wagneriano es algo diferente. De cualquier modo, me gustaba muchísimo su música y escuchaba cuanto disco caía en mis manos. Al principio no lo comprendía, escuchaba «Tannhäuser», «El holandés», «Lohengrin»...

-Al parecer, fue Leonard Bernstein quien le inició...
-Sí, sí, en 1981 ocurrió en Munich algo crucial en mi vida, que explica por qué estoy ahora aquí. Bernstein, a quien admiraba desde que tenía 12 años, dirigió «Tristán e Isolda» con la Bayerischer Rundfunk en versión de concierto, la interpretó por actos durante varios meses y realizó una grabación discográfica. Estuve presente en todo momento y fue una experiencia musical inmensa, pues Leni me explicó continuamente los secretos de la partitura. Quedé tan hechizado que me prometí dirigir algún día esa obra. Desde aquel momento viví durante más de 14 años sólo para «Tristán», en una especie de arrebato por la obra de Wagner, de amor por la música del «Tristán» y de su íntima belleza: su increíble historia y su fascinante sonido musical.

-Y ¿por qué sólo ha interpretado una vez su obra desde entonces?
-Bueno, lo importante es que ahora me siento muy feliz y realmente me enorgullece ser el primer japonés que empuña la batuta en Bayreuth. En adelante portaré la antorcha de Wagner y, hasta que me detenga en mi viaje, me acompañará por todo el mundo el nombre de Bayreuth.


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