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Eiji Oue: “Dirigir en Bayreuth es una experiencia única, cada minuto es especial”

22/7/2005 |

 

El mayor acontecimiento de la próxima edición del Festival de Bayreuth, que comienza el 1 de agosto, es la nueva producción de Tristán e Isolda que llevará a cabo Christoph Marthaler. Contará con el japonés Eiji Oue en el foso, toda una sorpresa si se tiene en cuenta la poca experiencia de este director en el repertorio wagneriano. El Cultural presenta una entrevista en exclusiva con el maestro Oue y analiza la actual situación del célebre festival alemán.

No es precisamente esta edición del Festival muy dada a grandes novedades, pero más de uno se habrá sorprendido de la elección del maestro Eiji Oue para afrontar Tristán e Isolda de Wagner. Oue será el primer director japonés que bajará al foso en una función del festival wagneriano por excelencia. Por su trayectoria nada hacía presagiar un vínculo especial ni con la ópera ni con el compositor. Alumno de Hideo Saito y de Leonard Bernstein, en la actualidad, cuando se aproxima a la cincuentena, es titular de la Orquesta de la NDR de Hannover y goza de un notable prestigio en su país, donde es principal invitado de la Orquesta de Osaka. “Wolfgang Wagner vino a Hannover, a un concierto mío y, a la salida, me espetó ¿quiere dirigir Tristán?”, comenta Oue a El Cultural con un tono que desprende, a la par, optimismo y emoción. “En unos segundos, casi sin pensarlo, le dije que viniendo del nieto del compositor, me parecía una broma. Cenamos y... se hizo real. Nunca lo olvidaré porque me sentía como un niño”, señala sin perder ese toque de espontaneidad que le reconocen todos los comentaristas.

–Sin embargo, usted ya había vivido la experiencia de esta obra con su maestro, Leonard Bernstein.
–Yo estuve como asistente en el Tristán que Bernstein grabó en 1981 en Munich (Philips). Fueron tres tandas, en directo. Cada acto se interpretaba y registraba por separado, con varias semanas de distancia entre ellos. Pero, en realidad, siempre amé Tristán porque, ¡sabe!, fue la primera ópera que escuché y desde ese momento me dije: “ésta es la música a la que dedicaría mi vida”.

–Por cierto, aunque Bernstein no se considera un maestro wagneriano, su versión es muy interesante.
–He escuchado esa grabación, lo mismo que otras muchas y, después de aquello, creo que fue una increíble experiencia. Bernstein es siempre diferente, nada tradicional.

–Con tempi bastante lentos.
–Sí, dura casi veinte minutos más que el resto. Pero comunicaba toda su experiencia con la orquesta a través de la música. Sabía cada nota; para él cualquier detalle era importante. Quería que cada frase se escuchara con idéntica intensidad. La verdad es que nunca le pregunté por qué la hacía tan lenta y, seguramente, él nunca pensó en esto. No creo que fuera ni consciente del tempo, sino que iba desgranando los detalles con mimo. Todo era importante.

Responder a la confianza
–¿Ya vive el espíritu de Bayreuth?
–Estoy ahora enfrascado en los ensayos. Es una experiencia única porque cada momento en Bayreuth es especial. No tengo ninguna duda al decir que afrontar Tristán aquí es la mayor experiencia de mi vida. A veces sientes una especie de horror, por lo que significa Wagner en esta casa, pero espero responder a la confianza que su nieto a puesto en mí.

–¿Cómo se preparó?
–En cuanto me lo dijo, me puse a estudiar como un loco la partitura. Sentía que la conocía de un modo insuficiente. Ante el crédito que pueda dar una personalidad como Wolfgang Wagner debo responder adecuadamente. Soy consciente de mi responsabilidad, pero no tengo miedo. Quiero sentir esa atmósfera de una representación a la que todo el mundo asiste como si estuviera en un templo. Hace dos años tuve ocasión de sentirlo. Llegué a la estación de tren, en ese camino con árboles y, allí, en la colina, estaba el Festpielhaus. No cogí un taxi, sino que quise llegar como si fuera un peregrino. Cuando me iba acercando decía, ¡Dios mío!, ¡Dios mío!...Pasé una hora alimentando el espíritu. Además, estoy muy motivado con el reparto.

–¿Por cierto, qué piensa de los cantantes wagnerianos?
–Bueno, es un tema siempre controvertido. En mi opinión, hoy día los cantantes están más preparados, sobre todo en el campo teatral. Aunque mi experiencia en la ópera no sea tan grande como para valorarlo. En general, los cantantes actúan y cantan mejor. Pero cuando escuchas a los grandes el pasado... ¡es otra cosa! Incluso podríamos decir que es otro concepto. Pero en en el aspecto dramático se ha mejorado mucho...

–¿Que opina del reparto?
–El cast es uno de los más compactos que se puede encontrar hoy día. Nina Stemme es una cantante increíble y Robert Dean Smith es uno de los mejores. Desde luego, es una obra inmensa, terriblemente difícil. Además creo que el proyecto de Christoph Marthaler es muy interesante.

–¿Qué puede aportar a una obra que se ha hecho tantas veces y, en ocasiones, con lecturas magistrales?
–Mi experiencia directorial no viene de la lírica. Pero el Festpielhaus de Bayreuth no es exactamente un teatro de ópera normal. La posición de la orquesta es muy diferente a la de cualquier otro. Y Tristán no es exactamente una ópera, es un drama musical, en el que la presencia de la orquesta es continua, como una sinfonía. Posiblemente, con mi experiencia, puedo dar una lectura diferente porque, de hecho, Tristán es distinta a todas las óperas, una de las razones por las que me gusta. Esa longitud emocional que invade el drama parece como un océano. Espero hacer una aproximación inteligente a una historia que conozco y quiero transmitir.

–¿No ve llegar la hora?
–Estoy ansioso, totalmente absorbido por Wagner. Cada minuto de mi vida está puesto en esa música. Sólo espero que se levante el telón.

–Cambiando de tercio, usted nació en Hiroshima.
–Es un hecho importante. Algunos de mis parientes murieron en el desastre nuclear. Crecí en el recuerdo porque mi abuelo me hablaba de ello. El Memorial Day es una demostración anual en recuerdo de los muertos. Cuando yo tenía 3 ó 4 años no entendía qué pasaba allí pero lo vivía como un día especial. Desde niños aprendemos a sentir el horror y que nunca vuelva a pasar.

–Y ello es trasladable a la música.
–La comprensión de esto conlleva una serie de aspectos emocionales que afectan a mi concepción de la música. Intento expresar a través de la música. En parte, una de las razones de comenzar con ella con sólo cuatro años vino por esto. A través de Bach o Mozart me sentía seguro de sentir mi propia voz. Creo que en mi fondo perdura una parte de aquel horror. La música es parte de la naturaleza que afecta directamente en la vida humana.

–Usted fue casi un niño prodigio, ¿qué le empujó a la música?
–Una vecina que era profesora y me dio algunas lecciones. Su mayor mérito vino de su capacidad para transmitirme cómo disfrutar de la música, evitando esos ejercicios tan aburridos. Hacía que me lo pasara muy bien con Bach, Mozart, Beethoven... En realidad, tengo que decir que mi verdadero lenguaje musical es la música occidental.

–Es curioso, porque, aunque menos, todavía hay bastante prejuicio ante los artistas orientales.
–Aunque pueda resultar sorprendente, me siento más próximo al lenguaje occidental que a la música tradicional japonesa. En alguna ocasión que he tenido que dirigir algún arreglo de estas obras, me han criticado que desconociera hasta el tempo.

Último alumno
–Luego estudió con Hideo Saito.
–El era profesor en la escuela Toho de Tokio, que por entonces era ya una de las mejores del mundo y, desde luego, la más completa de Japón. Saito había sido profesor de Ozawa, pero también de otros directores de orquesta que han salido de mi país. Era un hombre fascinante. Yo fui uno de sus últimos alumnos, si no el último, porque murió al poco tiempo.

–¿Qué recuerdo guarda de él?
–Era un maestro de la vieja escuela, me refiero al terreno técnico y a su concepción del podium. Aunque era mayor, yo me sentí, con sólo 15 años, muy feliz a su lado. Tenía la sensación de estar ante alguien que me podía ayudar. Gracias a él, dirigir me resulta algo natural.

–¿Cómo se sentía tan joven?
–Con 15 años no tienes ese miedo que te infunde la responsabilidad. A esa edad, eres un adolescente que, sobre todo aspiras a divertirte con la gente con la que haces música. Es genial. Para mí enfrentarme al público es algo casi natural, porque lo he vivido desde muy pequeño. Desde la infancia me he acostumbrado a tocar delante de la gente.

–Después vino su contacto con Bernstein.
–En 1978, en el Festival de Tanglewood. Yo tocaba el piano en la clase de dirección, invitado por Ozawa, que también era profesor allí. Tenía una impresión previa muy particular de Bernstein, la de un hombre muy serio y, en cambio, me encontré con alguien divertido, mediático, con una capacidad de comunicación sorprendente. Toqué las sinfonías de Beethoven y Brahms con 20 años y me dijo que por qué no me lanzaba a dirigirlas.

–¿Le dio clases?
–En una primera instancia me dijo que no tenía tiempo para enseñar dirección pero que podía ir a sus ensayos en el Lincoln Center con la Filarmónica de Nueva York. Después de hablábamos sobre problemas concretos y desde entonces me tomó como una especie de asistente hasta 1982. Una gran mente. No te imaginas que estás con alguien con ese vínculo tan estrecho entre música y vida. Después de sus conciertos siempre tenía que hablar durante mucho tiempo. Me enseñó cómo analizar la música y, sobre todo, a amarla. Le pregunté en una ocasión si yo podría llegar a ser director profesional. Me contestó: no te preocupes, sólo ama la música y sigue tus instintos.

–¿Qué vínculo tiene con España?
–He viajado a España con mis dos orquestas, Minnesota y, después, con Hannover. Y me encanta. Estuve en Sevilla y me fascinó. Voy a dirigir la orquesta de Barcelona la próxima temporada. La audiencia es fantástica. Tengo previsto, en cuanto tenga unos días de vacaciones en diciembre, irme a España.

Luis G. Iberni
El Cultural

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