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Tristán, siglo XXI

8/4/2005 |

 

París estrena el montaje más esperado de la obra wagneriana

Los ojos de la lírica mundial estarán pendientes el próximo martes del estreno de una nueva producción de Tristán e Isolda en la Ópera de París que reunirá a cinco grandes: el director de escena Peter Sellars, el artista de vídeo Bill Viola, el maestro Esa Pekka Salonen junto a los cantantes Ben Heppner y Waltraud Meier. Tan impactante reparto convierte el acto en el acontecimiento operístico del año.

En realidad, cualquier nuevo montaje de Tristán e Isolda tiene un gran valor, ya que constituye todo un manifiesto estético sobre las artes escénicas, que marca un punto culminante en la historia de la civilización occidental, referido a las relaciones entre hombres y mujeres. Sin embargo, en este caso, la suma de tantas personalidades para llevarlo a cabo, anuncia uno de esos encuentros en la cumbre que, si funciona, puede convertirse en un referente absoluto para la posteridad. Gérard Mortier, el inquieto director artístico de la Ópera de París, señalaba en su día a El Cultural, que su misión es “descubrir de qué manera una obra, escrita en un contexto político y social determinados, puede hacerse hoy de forma moderna”. Teniendo en cuenta la trascendencia de Tristán no ha regateado esfuerzos. Quizá el más llamativo viene de la colaboración con Bill Viola, el aplaudido artista del vídeo, que llevará a cabo su primera ópera. Junto a él, el director de escena norteamericano Peter Sellars, uno de los mayores renovadores del género que, con sus montajes, nos ha abierto los ojos a otras realidades. En el foso, Esa Pekka Salonen, una de las batutas de mayor prestigio internacional, anclado en ese formidable buque que es la actual Filarmónica de Los Ángeles y cuyas apariciones líricas se circunscriben a títulos como El gran Macabro de Ligeti, Saint François d’Assise de Messiaen y Pélleas et Melisande de Debussy. Como protagonistas, el tenor canadiense Ben Heppner y la mezzo alemana Waltraud Meier, rodeados de los más que sólidos Franz Josef Selig, Jukka Rasilainen e Ivonne Naef. Un elenco de ensueño, al menos teniendo en cuenta la realidad vocal actual, que obligará tanto a los wagnerianos como a los cazadores de tendencias, a dejarse caer por el coliseo galo a cualquier costa.

La apuesta de Mortier es muy clara: frente al modelo musical de sones ultrarrománticos y quizá más tradicionales que puede liderar un Thielemann –y ahí está su reciente grabación como testimonio– prefiere que un director como Salonen, que ha hecho su carrera básicamente sobre obras del siglo XX, ofrezca su lectura desde los oídos del XXI. Y si la elección de Sellars era inevitable, teniendo en cuenta los trabajos que ambos llevaron a cabo durante la etapa salzburguesa de Mortier, abrir una página a Bill Viola no deja de ser un riesgo que puede ofrecer algunas contrapartidas.

Todo ello tuvo un prólogo el pasado mes de diciembre en el Walt Disney Auditorium de Los Ángeles donde, en tres noches sucesivas y con un reparto de menor relumbrón, se presentaron en días sucesivos los actos de la obra magna de Wagner con aportaciones de Sellars y Viola. Las características del auditorio californiano limitaron los resultados –el director de escena norteamericano aspira a culminar su trayecto en diez años de recorrido internacional– aunque resultaran imprescindibles de cara a las dimensiones que tiene el proyecto de París.

Icono del repertorio
Todos ellos han aceptado el reto al tratarse de Tristán. El propio Salonen comentaba que “cuando intentamos convencer a Bill (Viola) para que colaborara, su primera reacción fue: ‘No, ¿Por qué yo?’. Después rumiamos la cuestión y definitivamente nos rendimos a la evidencia: Claro, tengo que ser yo. Porque Wagner produce inevitablemente este efecto sobre ti”. Colaboradores en Salzburgo en las obras escénicas de Messiaen o Ligeti, Sellars y Salonen acudieron a Viola, según el finlandés, porque un “icono del repertorio resulta más fascinante ponerlo en un nuevo contexto para que pueda ser iluminado desde otros ángulos”.

Esta ópera ha supuesto toda una referencia para Sellars y Salonen, una vez superados, en ambos casos, los cuarenta años. El director de escena norteamericano recordaba su obsesión por ella “desde los 14 años. Cuando eres adolescente luchas por encontrar tu lugar en el mundo. Pero al mismo tiempo, tu cuerpo te señala que estás en la tierra por muchas razones y tu deseo ardiente es muy real. La música de Tristán muestra una sensualidad tan intensa, tan increíblemente sublimanda al mismo tiempo que, por fuerza, en esta edad, te sientes obsesionado por ella”. También Salonen se dejó llevar por el frenesí tristanesco en su adolescencia y “no solamente por razones hormonales. No conozco ninguna otra composición, ninguna otra obra de arte que opere sobre tantos niveles a la vez y que permite una aproximación según ángulos tan numerosos y tan diferentes. Más que el Anillo, Tristán está abierto a múltiples interpretaciones. Y contiene tantas capas que ejercerá su fascinación por el resto de tu vida. Es el milagro de Tristán”, afirmaba.

Sellars le asigna también un valor generacional: “Lo que liga tu adolescencia a tu crisis de los cuarenta es el deseo de muerte. Es la idea de que el suicidio es una opción viable... Esta toma de conciencia característica de la adolescencia, se redescubre cuando llegas a una cierta edad. El solo gesto honesto, el único gesto verdadero y puro, es la declaración de amor. Y el gesto siguiente, es desaparecer del mundo violentamente. Nos sentimos rodeados de gentes que mueren sin que nosotros sepamos qué hacer. Entonces, llegamos al tercer acto de Tristán y su meditación sobre la muerte, que no es solamente una noción romántica. Tristán ensaya realmente plantar cara a lo que representa vivir con la muerte. El tercer acto no ha sido superado nunca. Y nuestra generación, entendida en el sentido más amplio, merece compartir la experiencia a la que invita esta obra”, señala el director.

Por su parte, la primera impresión de Viola fue de claro temor, teniendo en cuenta que debía rodar más de cuatro horas de vídeo. Después, junto a sus habituales colaboradores, Kira Perov, su esposa y Harry Dawon, su director de fotografía, llevó a cabo un complejo trabajo en alta definición. Viola señalaba que “en términos de método de trabajo, escuché primero varias versiones de la música antes de trabajar sobre el libreto, con el fin de visualizar un mundo de imágenes que evolucionan a la vez hacia el interior y hacia el exterior del escenario dramático que los actores interpretan sobre la escena. Yo estaba seguro que no quería que las imágenes ilustraran o representaran directamente el desarrollo. Al contrario, quería crear un mundo de imágenes que existan paralelamente a la acción desarrollándose sobre la escena, del mismo modo que un recital poético sirve de soporte a la dimensión escondida de nuestras vidas interiores”.

Primeras figuras
Pero el montaje no se sostendría sin los cantantes y París ha acudido a las primeras figuras en su género. Ben Heppner, el tenor canadiense, se ha convertido desde su debut en 1998 en Seattle, en el Tristán más requerido del momento. Lo ha paseado, con éxito, por Nueva York, Florencia, Berlín y Chicago. Cercano a la cincuentena, afronta un repertorio de heldentenor que, si su salud no le hace alguna mala jugada, debería culminar en el Festival de Aix en Provence, con Sigfried, en 2008, dirigido por Sir Simon Rattle. Con visitas a papeles como Otello, Eneas o Peter Grimes, parece mirar este tipo de roles en la línea de nombres como Jon Vickers o Jess Thomas.

Heppner, que se sabe bien arropado por el resto del reparto –aunque cuenta con el cover del islandés Jon Ketilsson–, expresaba sus miedos ante un montaje donde los vídeos puedan llegar a abrumar a los cantantes. Sin embargo, consciente de la trascendencia del proyecto, ha optado por dejarse llevar por esta locura colectiva. Lo mismo sucede con la especialista Waltraud Meier, cuya reciente aparición en el Lohengrin del Real impresionaba tan positivamente. Debutaba el papel de Isolda en 1993, en la aplaudida producción de Heiner Müller para Bayreuth, dirigida por Daniel Barenboim y lo ha llevado a un alto nivel. En los últimos años se ha vinculado casi exclusivamente a la obra de Wagner.

Luis G. Iberni
El Cultural

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