Adiós a Cuenca con acento italiano
28/3/2005 |
El mundo musical italiano vive de la paradoja. Se sustenta en una limitada vida concertística, apenas promociona la realización de algún festival más allá del rossiniano de Pesaro o el de Martina Franca, mientras los teatros de ópera tantean la crisis económica y se retroalimentan del repertorio más trillado. Y, a pesar de todo, bulle el trabajo de quienes exportan la música antigua italiana al resto del mundo.La idea se ha repetido estos días en los «Encuentros» organizados por la Semana de Música Religiosa de Cuenca. Claudio Cavina, Antonio Florio, Fabio Bonizzoni y aún Gabriel Garrido, tan cercano por su éxito discográfico a Monteverdi, han hablado de todo ello. En muchos casos quejosos de tener trabajo sólo fuera de su país; siempre sorprendidos por la capacidad de convocatoria del festival conquense, muy hábil al tensar la programación final con algunos conciertos dedicados a observar la actualidad del barroco italiano.
Aquí han tenido sitio, además de Monteverdi, la vocalidad napolitana y la religiosidad de Vivaldi. Así, se dejó sentir la austeridad religiosa de la «Selva morale e spirituale» monteverdiana que, en tres sesiones de mañana, interpretó La Venexiana de Cavina. Fue una visión concentrada, atenta a convertir imágenes y dibujos musicales en una forma de reflexión. Y aún más: todo una sorpresa para quienes se acercaron al cercano espacio de la iglesia de San Miguel, pocas veces tan acostumbrado a llenarse de público dispuesto a despegarse del tronar de las procesiones. Sobreponiéndose a la enfermedad de algún cantante, buscando la soltura en el tenso ambiente creado por los micrófonos que grababan para una futura edición discográfica, se impuso la innata elegancia del grupo y la magnificencia de esta música.
De ella habló Garrido antes de centrarse en la teatralidad del «Vespro della Beata Vergine» a partir de una propuesta discutible en lo estructural y muy difícilmente defendible en lo interpretativo. Piénsese que Cuenca había llegado al concierto del Ensemble Elyma sobrecogida por la contemplativa visión que Florio y su Cappella della Pietà de´Turchini habían dado de los napolitanos Pergolesi y Provenzale. Es difícil imaginar el trajín cotidiano de su ciudad en tan serena y alargada propuesta. Más aún creer que puertas afuera del Auditorio conquenses ya se dejaba oír el tronar sobrecogedor y nocturno de las turbas. Pero quizá fuera en ese encuentro de contrarios donde hay que entender la aparición de los momentos únicos. La soprano Maria Grazia Schiavo y la contralto Sara Mingardo convirtieron el «Stabat Mater» de Pergolesi en el milagro del embeleso que proponen gentes como Florio.
Del mismo modo, Bonizzoni, en el concierto de clausura, añadió nueva luz a la Venecia de Vivaldi. Las «Vísperas solemnes para el Domingo de Pascua» se escucharon sin caer en la actual moda de lo extremo, ya sean los contrastes dinámicos ya la adopción de velocidades infernales. Bonizzoni y La Risonanza se asientan en una posición más humilde y, a la postre, más grandiosa. Aquí con el apoyo de un grupo como la Capilla Peñaflorida, redonda, sonora, bien apoyada, con presencia y empaste. Si, como se dice, los 22 conciertos de la Semana de Música Religiosa de este año han sido algo más, mucho deben a este último tramo protagonizado por lo italiano.
Alberto González Lapuente
Abc