Semana de Música Religiosa de Cuenca
25/3/2005 |
En Cuenca, siempre nos quedará Bach... y Vivaldi. Al menos su «Stabat Mater», obra sobresaliente del primer concierto de la Jonde. Programa confeccionado por acumulación, en el que lo anacrónico se dejó sentir de la mano de una orquesta entregada, la flojera del Coro del Palau barcelonés, la asimetría de los solistas o la justa eficacia del maestro Fabio Biondi. Es más, decir Vivaldi es recordar a Carlos Mena, su serenidad, buen gusto, largura y belleza vocal. Él y la Jonde formaron un conjunto dispar en el timbre y en la diferente cercanía al estilo. Porque lo que para Mena es consustancial, para la Jonde fue novedad. También aquí Biondi respiraba aires más afines.
Lo de Bach es otra dimensión, como lo son las hechuras del clavecinista Pierre Hantaï anunciado con las «Variaciones Goldberg» pero dispuesto a atiborrar de música fuera de programa el antes y el después del concierto. A algunos músicos solfeadores les molestó que Hantaï no diera el cien por cien de las notas en su sitio. Y es verdad que si fue así, por ejemplo en el canon a la quinta o en la variación 22 «alla breve», también lo es que le sobran dedos y que lo circunstancial no logró romper la naturaleza de una interpretación que tuvo vitalidad y aportó una expresión distinta a la severidad y distancia con la que otros grandes del clave han visto a este mastodóntico ejercicio musical. Hantaï, en horario de tarde, con la luz justa, colocado en el vértice de la sala de techo bajo que la Fundación Antonio Pérez a las «arpilleras» de Manuel Miralles imprimió orden, rigor en el acento, precisión métrica, contraste y sensatez analítica. En ese lugar que es música para la vista, también se gratificó al oído.
Alberto González Lapuente
Abc