4/4/2003 |
Este comentario se refiere al repertorio sinfónico que nuestras orquestas suelen llevar al extranjero. El 7 de mayo de 1950, en el Teatro de los Campos Elíseos de París, la Orquesta Nacional, dirigida por Argenta, dio, con clamoroso éxito, el segundo de los conciertos con los que el conjunto y su director presentaban sus credenciales en la capital francesa. El programa estaba bien diseñado para cumplir unos fines determinados. En la primera parte, «Don Juan» de Strauss y la «Quinta Sinfonía» de Beethoven y, en la segunda, una exhibición de nuestra mejor música: «El sombrero de tres picos», como música española asentada y el reciente «Concierto de Aranjuez», muestra de la renovada pujanza de la España musical. Más dos risueñas propinas: el preludio de «La Revoltosa» y el intermedio de «La boda de Luis Alonso». Con este fin de fiesta, los cultos y refinados franceses debieron quedar convencidos de que aquellos españolitos tan raciales y salerosos, además de temperamento, tenían fibra artística homologable.
José Luís García del Busto
Abc