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Henze propagandista

9/12/2004 |

 

Hay otro Henze distinto al de «La abubilla o el triunfo del amor filial» que estos días se representa en Madrid. En realidad son varios los que cabe encontrar a lo largo de más de cincuenta años de oficio, pero el Teatro Real ha querido completar las representaciones de esta ópera con la interpretación, durante tres días, de una obra fundamental en el catálogo de un creador convencido de que «la música puede producir algún efecto en la vida real de la gente». El compositor con conciencia, el hombre político que sigue siendo Henze es, además, a finales de los sesenta, un militante que quiere ver en el arte un elemento de propaganda. Son varios los que entonces se implican en la causa marxista y se acercan a Cuba con convicción y esperanza. Luigi Nono, por ejemplo, lo hará buscando el límite de la especulación musical; Henze imbricando vanguardia y cultura. «El cimarrón», que ahora se ha escuchado, es la culminación de ese pensamiento.

El acierto de la experiencia de Henze se comprueba ahora. «El cimarrón» mantiene fresco su interés por encima de su propia condición; al margen de que se pueda reconocer en la obra el valor circunstancial de su planteamiento político, que siga perturbando la dureza de un relato basado en la autobiografía del esclavo Esteban Montejo o, incluso, que algunas proclamas parezcan dignas de este tiempo. Quizá sea por la hábil mezcla de procedimientos y elementos quintaesenciados de la música cubana, y hasta religiosa (es digno de escucharse el retrato distorsionado titulado «Los curas»).

La música se integra en la narración de tal manera que «El cimarrón» es toda una glosa al texto en la que importa la variedad de los recursos, muchos de ellos responsabilidad de los propios intérpretes. A la cabeza de todos el barítono, aquí Marcelo Lombardero, quien durante la casi hora y media de duración de la obra no deja de colocar la voz en los lugares más insólitos. La interpretación que hace es apabullante. También es muy meritoria la del resto, Pilar Constancio, Nicolás Daza y Juan José Rubio, flauta, guitarra y percusión, quienes guiados por el blando gesto de André de Ridder hicieron alarde de imaginación desde sus puestos o utilizando la amplia maquinaria de percusión que se despliega en el escenario. Henze, presente en la sala, aplaudió con el mismo entusiasmo que el resto de los espectadores.

A.G.L.
Abc

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