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Neeme Järvi: "La música española necesita campeones que la defiendan"

23/10/2004 |

 

La Orquesta del UBS Verbier Festival actúa el próximo martes en el Auditorio Nacional junto a Mijail Pletnev al piano. Al frente de esta formación internacional, creada por el festival suizo, estará Neeme Järvi (Tallín, 1937). El actual director de la Sinfónica de Detroit es, con cuatrocientos registros, una de las figuras más reclamadas por las discográficas. En esta entrevista comenta las dificultades que implica grabar ahora, la necesidad de encontrar directores de prestigio que batallen por la música española y los problemas económicos que hoy viven las orquestas de todo el mundo.

Neeme Järvi es uno de los directores más conocidos del momento, digno de entrar en el Guinness de los records gracias a los varios centenares de discos grabados. Es una figura vital, abierta, que ha llevado al repertorio obras tan olvidadas como Saul y David de Nielsen o Francesca da Rimini de Rachmaninov. Actual responsable de la Orquesta de Detroit, después de haber pasado por Göteborg y la Nacional de Escocia, actúa el martes en Madrid al frente de la UBS Verbier Festival Orchestra una formación internacional, con dos miembros españoles, creada en torno a la cita suiza.

Estonio de nacimiento, cosmopolita de proyección, miembro de una amplia saga de músicos, Järvi manifiesta su estrecho vínculo con la tradición germana, pasada por Leningrado, ciudad donde estudió. “Estilísticamente puedo considerarme próximo a lo alemán ya que me formé en la Leningrado de Kruschev donde se había conservado una parte de la escuela alemana. Antes de la era Mravinski, algunos directores judíos emigrados como Bruno Walter, Otto Klemperer y Fritz Stiedry trabajaron con la Filarmónica de Petrogrado. Mi maestro, Nicolai Rabinovich me contó que asistía a los ensayos de Bruno Walter. Después se consolidó una escuela que venía en esa dirección. Estudié en el Conservatorio de Leningrado entre 1955 y 1960 cuando Mravinski estaba al frente de la Filarmónica. Muchas orquestas actuaban en su sala de conciertos porque era un lugar de gran prestigio. Estas visitas las vivía yo como algo maravilloso. En el Conservatorio, tuve la suerte de tratar a maestros muy interesantes como Rabinovich. Mravinski me admitió de meritorio, permitiéndome asistir a sus ensayos que era muy ilustrativos. También conocí a Kurt Sanderling y a Arvid Jansons, el padre de Mariss.

–Rusia era la inevitable meta.
–Yo venía de Estonia, un país báltico muy pequeño. Era el destino al formar parte de la Unión Soviética. Fue en 1960 cuando regresé.

Sentir el ritmo
–Usted es percusionista, cosa no muy habitual entre los directores.
–Sí, es cierto y la verdad es que resulta muy útil porque el ritmo es lo más importante de sentir y de hacer sentir a una orquesta. La música está llena de ritmos, conectada por ritmos. Si eres percusionista sabes lo que pasa y puedes enseñar a una orquesta a tocar correctamente. Yo he comprobado en ocasiones cómo los violinistas, los pianistas o los músicos de viento no siempre tienen ese sentido tan acentuado que poseen los percusionistas. Como director lo he agradecido mucho.

–Usted es famoso por haber grabado más discos que casi nadie.
–Más de cuatrocientos compactos a lo largo de mi vida. He registrado todo tipo de obras, desde la música española a la escandinava.

–Y tanto, ¿no lleva a lo superficial?
–Lo importante es no perder nunca la espontaneidad haciendo música. Cuando era joven leí mucho sobre música y escuché discos, grabaciones de la radio. Desde ese momento analicé la música desde todos los ángulos de vista. Me gusta mucho investigar en ámbitos desconocidos. Pero para poder materializarlo se debe tener una compañía discográfica que apueste por ello y trabajar con orquestas adecuadas. Si sólo lo haces con formaciones como la Filarmónica de Berlín o la de Viena es más difícil, porque los grandes conjuntos sólo quieren abarcar el repertorio conocido. Normalmente, además, las grandes orquestas tienen relaciones muy estrechas con las mayores compañías de discos que apuestan por obras más populares. Pero empecé con otras formaciones que resultaban menos conocidas, caso de la Nacional de Escocia o Göteborg y con compañías como Chandos, Bis, a las que siguieron Philips, Deutsche Grammophon o Emi, siempre a la búsqueda de un repertorio más amplio e interesatne. Siempre es más difícil hacer con la Filarmónica de Berlín una sinfonía de Stenhammer que en Glasgow.

–Usted, que se muestra tan abierto en el repertorio, se sentirá incómodo viendo las programaciones tan conservadoras.
–A veces es cierto que la tendencia resulta excesivamente conservadora. Hay una realidad económica que genera un problema en aquellas orquestas que deben vivir y tocar para la gente. Las organizaciones alemanas están sostenidas por sus gobiernos pero, por ejemplo, en Estados Unidos viven de las entradas. En América deben estar seguras de que el auditorio va a estar lleno. En Estocolmo o Madrid puede haber problemas, pero si las salas de conciertos no están a rebosar no pasa nada, pero en los Estados Unidos o en aquellos países que no dependen de las subvenciones, la realidad es mucho más compleja.

Repertorio limitado
–Pero eso lleva a que el repertorio quede demasiado limitado.
– Es una serpiente que se muerde la cola. Obras como las Sinfonías de Franz Schmidt, desconocidas para mucha gente, son muy interesante y si no se graban, no se dan a conocer. Hay que aprenderlas y transmitirlas. Todavía es peor lo que pasa con la música de nuestro tiempo que no se hace apenas. Yo he dirigido mucha música de mi país, con autores como Tubin o Pärt, que son importantes. Pese a que Estonia es un país pequeño, he estrenado decenas de obras. Algunas de más calidad y otras de menos. Pero lo importante es darlas a conocer. El problema es general porque, en realidad, ¿cuánta gente conoce la música española? Tienen que conseguir que se haga su música en las grandes ciudades. Seguro que hay muchas obras en su país excelentes y, que conste, hablo sin conocerlas. En este tipo de situaciones, se necesita un pionero que las haga y que, con su prestigio, inspire a los demás, como pasó con Bernstein cuando popularizó a Mahler. Sibelius fue patrimonio de las orquestas inglesas antes que de las escandinavas. No creo que sea verdad eso que dicen en España de que su música no es buena. Se necesita un campeón. Mire, Christian Thielemann da a conocer a Pfitzner del mismo modo que Sir Adrian Boult divulgó a Elgar.

–La crisis discográfica dificulta esto en alguna medida.
–El mundo del disco está cayendo. No se planifica a medio plazo. El problema es sobre todo de dinero. No hay una coordinación inteligente. Además, a través de internet, se copia todo. Así no se puede vender. Es una situación extraña porque la gente está muy contenta con la tecnología pero no es consciente de las consecuencias. Es un proceso imparable pero nosotros debemos seguir insistiendo. El problema es de coste. Esto no es el rock o la música ligera que tienen otras características. Para grabar cualquier cosas hay que pagar a las orquestas. En Estados Unidos cada disco cuesta unos 100.000 dólares, sólo por grabarlo. Ha pasado el tiempo en que la Orquesta de Philadelphia en los años 30 o 40, en la época de Ormandy, se hizo famosa a través de los discos. Ahora habrá que buscar otras fórmulas de difusión internacional.

–A veces las exigencias laborales y económicas de las orquestas actúan en contra de ellas mismas.
–En Estados Unidos no se hacen vídeos por controversias con los sindicatos. Ahora se necesita más que nunca a las pequeñas compañías, caso de Chandos que es maravillosa, muy creativa. O Bis en Escandinavia o CPO en Alemania. Naxos también hace cosas muy interesantes. Las grandes orquestas y las grandes firmas tendrán que entender que el proceso ha cambiado.

–Usted, que ha dirigido muchos autores contemporáneos, ¿cómo valora la música actual?
–Tenemos que darla a conocer, porque la hay muy interesante. Sin embargo, particularmente, echo en falta a los Bartok, Orff, Messiaen o Stravinski de ahora. La creatividad del mundo contemporáneo es diferente. Quizá los compositores de ahora no sufren como los de antes. A lo mejor el mundo sinfónico es una traslación de la vida y esto acaba influyendo en la música. Ahora todo es muy fácil. Quizá falta esa inspiración que viene del sufrimiento, no sé. Conozco a muchos compositores, sobre todo a los de Estonia. Pero no encuentro en sus obras demasiadas cosas interesantes, no las encuentro.

Luis G. Iberni
El Cultural

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