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Sebastian Weigle: “La orquesta es el soporte y no el asesino del cantante”

25/9/2004 |

 

El estreno de Boris Godunov de Mussorgski en el Liceo tiene como gran aliciente la presencia en el foso de Sebastian Weigle. Será el nuevo responsable musical del coliseo barcelonés durante los próximos tres años y en esta misma temporada asume también Parsifal con Domingo. El maestro alemán avanza para El Cultural algunas claves de su trabajo.

Nacido en Berlín, la carrera de Sebastian Weigle se ha desarrollado sobre todo en su ciudad natal. Inició su actividad musical como trompa solista en la Staatskapelle de la capital alemana, a las órdenes de Barenboim, que se convertirá en su principal mentor y apoyo. Ha dirigido más de cincuenta representaciones en la Staatsoper y ha bajado al foso de teatros de peso como el Metropolitan, la Chicago Lyric Opera o la Ópera de Sydney así como algunos de los más reconocidos de su país. También ha dirigido formaciones de primer orden desde la NHK de Tokio a la Filarmónica de Bergen, compatibilizando su labor como titular de la New Berlin Chamber Orchestra. Para Weigle, la experiencia de más de diez años como instrumentista fue de gran utilidad ya que “vi el trabajo de numerosos directores, de qué modo con sus gestos, con su cuerpo, la música llegaba o no a los intérpretes. Para mí era muy importante analizar qué y cómo funcionaba en cada uno para aplicarlo a mí mismo”.

–Es de suponer que ello le habrá proporcionado una concepción de lo que es una orquesta de foso.
–Sea de foso o no, la orquesta es como una especie de familia. Claro, tiene que haber uno que dirija, pero en realidad, lo que hay que conseguir es aceptar a cada uno como es y aprender de todos. Es fundamental construir una atmósfera positiva. Ya se ha acabado el tiempo de los directores-dictadores y ahora debemos trabajar todos juntos.

–¿Qué le ha aportado Daniel Barenboim como maestro?
–Lo que más admiro de él es su calidad como músico, su manera de expresar las ideas convertidas en sonidos, el modo como consigue que toda la orquesta construya una frase. Conoce todo de la música y, sobre todo, la relación entre el tiempo y el espacio que interactúan con ella.

Punto de partida
–Acaba de dirigir un concierto sinfónico con su nueva orquesta, ¿cuál es el punto de partida?
–La interpretación de La canción de la Tierra de Gustav Mahler fue un éxito. Todavía me siento asombrado al constatar los espléndidos resultados tras sólo cinco días de trabajo. El nivel de base es, para mí, entre bueno y muy bueno y, claro, quiero que sea siempre muy bueno. Pero hay un potencial muy considerable. De hecho no me lo esperaba tan alto. Y trabajando con el coro unas horas también creo que podemos ir en una línea muy coherente y con excelentes resultados.

–Las orquestas de ópera siempre se sienten un tanto menospreciadas por su lugar en el foso.
–Sin embargo, la orquesta tiene una importancia esencial que, si se desmanda, puede arruinar una representación con increíble facilidad. En cada actuación, el director tiene que mirar a cada músico a los ojos, más que estar únicamente pendiente del escenario, para que todos sientan su importancia y su responsabilidad en el resultado general. Hay que luchar en todo momento para que la orquesta, como colectivo, no sienta que su papel es secundario. Aquí el papel del director es más psicológico que otra cosa. En realidad tiene algo de mágico el peso de la batuta, ya que debe proporcionar una electricidad al colectivo y que, de no estar ahí, se cae. Es un rol muy agotador porque en cada representación debes conseguir el cien por cien. Y los cantantes han de sentirse cómodos con él, porque saben que va a estar a su lado en todo momento.

–Sin embargo, cuando hay tantas representaciones, reconocerá que es posible caer en una cierta rutina.
–Hay que mentalizarse para que cada representación sea, como mínimo, igual a la primera que, por ser un estreno, parece que genera más expectación. Luego hay un desarrollo en la interpretación que puede ser muy positivo, porque se consigue que la cuarta representación, o la octava, resulten mejor incluso que el estreno. Y no se debe caer en la vagancia que lleva a la rutina. Tampoco es malo que se busque una cierta relajación en el trabajo colectivo, ya que ello te puede permitir obtener otros colores, nuevas ideas.

–¿Nunca ha caído en esa rutina?
–Hasta ahora no. Me gusta mucho hacer música, es parte de mi vida, la amo con locura y me hace sentirme feliz. Pero cuando era músico, a la hora de enfrentarte con un director vago o pasota, ¡uff....! Es terrible cuando te encuentras con alguien a quien no le gusta la obra que dirige. Y ahí en el atril el músico debe acudir a su responsabilidad e intentar ser serio aún cuando la situación pueda no serla. Yo creo que los directores, lo mismo que cualquier intérprete, deben saber decir que no si la obra no le va o no le gusta.

–Vivimos en un mundo muy ruidoso y, en general, todos los cantantes se quejan de que las orquestas tocan demasiado fuerte.
–En la ópera, la orquesta siempre es el soporte y no el asesino del cantante. Claro que Wagner o Strauss escribieron tres y cuatro f, pero ahí se busca el equilibrio que permite que las voces se escuchen. Hay que encontrar las posibilidades dinámicas que ofrecen los instrumentos o jugar con los múltiples timbres de la orquesta.

Puesto no adecuado
–También las acústicas tienen un peso considerable.
–Mucha gente no es consciente de que el puesto que tiene el director musical en el foso no siempre es el más adecuado para percibir los resultados conjuntos. Ahí el oficio ayuda a resolver las limitaciones. Porque tú crees que todo está yendo bien, y sin embargo, a lo mejor la orquesta está sonando muy fuerte o no se oye. En mi opinión, para esto lo más eficaz es contar con buenos asistentes, gente en la que confíes que te transmita lo que funciona o no.

–Por cierto, ¿cómo valora la acústica del Teatro del Liceo?
–La verdad es que he estado unas cuantas veces como espectador pero todavía es un poco pronto para opinar. Asistí a un Peter Grimes excelente y yo, en su día, hice una Flauta Mágica en la que intenté sobrevivir (se ríe) en unas representaciones sin ensayos. Hasta ahora mi experiencia en Barcelona es pequeña y me parece prematuro hablar, sin pleno conocimiento de causa, de lo que funciona o no.

–Llama la atención que su debut sea con una ópera rusa.
–Es que me gusta mucho la música rusa. Siempre me he sentido muy próximo a Shostakovich, Chaikovski, Borodin. Me siento muy cómodo en este repertorio en el que es esencial el trabajo de los colores orquestales. En el caso concreto de Boris Godunov, me siento muy próximo porque ya la dirigí, en esta misma producción, en la Ópera de Amsterdam. Me gusta además la versión original de Mussorgski que demanda un trabajo muy preciso en las dinámicas y en los colores. Además en nuestro caso, disponemos de un reparto excepcional.

–¿Cómo es su relación con Joan Matabosch, el director artístico? Porque a veces no es fácil saber hasta dónde llega el director artístico y hasta dónde el musical.
–Hay quien prefier tener todo el control en una única mano. Pero no es mi caso y, sinceramente, mi sensibilidad va en la línea del Liceo. Yo necesito un colaborador artístico y con él me siento muy contento y respaldado. Tenemos una responsabilidad cincuenta a cincuenta. Hablamos de todo, comentamos los problemas y entre nosotros hay una excelente relación. En mi opinión, la dirección artística da el impulso y el director musical lo sigue.

Luis G. Iberni
El Cultural

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