Veneración divista
10/8/2004 |
Las galas líricas son un fenomenal vehículo de lucimiento para las estrellas del canto que encuentran, de este modo, perfecta plataforma para el lucimiento de sus cualidades y calidades vocales. Divos y divas siempre están dispuestos a una fórmula de la que extraen un máximo rendimiento -a todos los niveles- con esfuerzo dosificado. Y es que, entre oberturas, aplausos y demás, la velada se pasa en un suspiro y la devoción de los fans alcanza cotas estratosféricas según avanza el concierto.
Angela Gheorghiu tiene muy, muy clara la receta para llegar y mantenerse como la perfecta diva. Pero una diva moderna. Nada que ver con el modelo «castafiore». La cantante rumana transita por una trabajada actualización del arquetipo más en una línea «diva matrix», de fuerte impronta cinematográfica, contemporánea.
Ahora bien, sus armas son clásicas del divismo: escándalos de vez en cuando, con predilección en los choques con otros divos italianos -Muti, Pizzi-, cachet elevado, selección cuidada de sus actuaciones y, desde luego, lo más importante, una vocalidad de excepción, bien controlada, técnicamente trabajada y encauzada en la seducción del público que se rinde a su trabajo.
Su regreso al Festival de Santander, el pasado domingo, volvió a ser un enorme y escalonado éxito. La soprano, acompañada con eficiencia por la Orquesta del Helikon dirigida por Vladimir Ponkin, transitó del verismo al belcanto pasando por el Verdi más dramático. Desde un «O mio babbino caro» por el que pasó de puntillas hasta el rotundo y monumental «Pace, pace mio Dio», la Gheorghiu se sumergió de lleno en arias típicas de estas galas -en la línea «las 40 mejores arias del repertorio lírico»- que provocaron el delirio del público.
Aportó la soprano un fresco tono lírico al verismo, al «sogno di Doretta» de «La Rondine», de Puccini, o a la densa y emotiva «Ebben, ne andrò lontana» de «La Wally», de Catalani. Y, tras el descanso, el hermoso «Ah, non credea mirarti» de «La Sonnambula» de Bellini dejó paso a sus tres intervenciones más compactas desde el punto de vista vocal, el «Stridono lassù» de «I Pagliacci», de Leoncavallo, así como dos pasajes verdianos cantados de forma excepcional, el «Morrò, ma prima in grazia» de «Baile de máscaras» y el «Pace, pace mio Dio» de «La forza».
Y en las propinas, tres, canción napolitana y rumana, y un desastroso «Granada» -¿por qué esta canción ha de soportar versiones torturantes?- con la soprano por un lado, la orquesta por otro y exhibiendo ella una dicción inefable. No importó. El guiño funcionó a la perfección y el público en pie despidió a su diva aclamándola sin descanso.
Cosme Marina
Abc