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Patricia Kopatchinskaja: "El público vuelve a pedir tinta fresca en los atriles"

17/8/2024 |

 

https://www.elmundo.es/cultura/musica/2024/08/16/66b3970621efa0bc468b4585.html

La intérprete moldava visita el Festival de Santander y la Quincena de San Sebastián con el 'Concierto para violín nº 2' de Bartók y su revolucionaria receta para renovar el canon.

 

Hace una década, cuando Patricia Kopatchinskaja (Chisináu, 1977) aún no era muy conocida en España, el público ponía más atención en sus extravagancias con el instrumento que empeño por recordar su nombre. Hoy ya nadie se sorprende de que PatKop (como se la conoce en el gremio) toque descalza al frente de una gran orquesta o tome la palabra durante la tanda de propinas para poner al público al corriente de su último descubrimiento musical. Así es ella, y no se esconde. «Al principio tenía que soportar muchas críticas por ser diferente», confiesa la violinista moldava. «Ahora ocurre todo lo contrario. Las salas de concierto han abierto por fin sus puertas a experiencias rompedoras y a menudo muy alejadas de la tradición».

Kopatchinskaja, vaya por delante, no comulga con el canon («siempre que se entienda como una mera repetición de fórmulas del pasado») y defiende el escenario como un territorio pensado para la discusión, la curiosidad y la fantasía. «En la época de la Commedia dell' Arte los artistas estaban obligados a reinventarse en cada actuación», asevera la intérprete. «Durante el Barroco, cualquier teatro de ópera que no ofreciera tres estrenos por temporada estaba condenado a la quiebra». Y ofrece un tercer ejemplo: «En la Venecia del settecento no se utilizaban partituras impresas en los conciertos, pues lo que la gente quería escuchar debía estar escrito a mano y en tinta aún fresca. Y eso es lo que vuelve a pedir el público».

Nada aparentemente incompatible con el Concierto para violín nº 2 de Bartók que abordará en sus visitas a San Sebastián (el 17 de agosto) y Santander (día 19) acompañada por el maestro Ivan Fischer y las huestes de la Orquesta del Festival de Budapest. «Es una combinación perfecta de ocasión, oportunidad, lugar y tiempo», celebra PatKop. «De un lado, el talento insuperable de Fischer y los músicos de una de las mejores formaciones del mundo. Del otro, el público, siempre entusiasta, de la Quincena Musical y el FIS. Y, en el centro, una de las grandes obras maestras del repertorio».

SONIDOS DE UN TIEMPO CONVULSO
Bartók, de origen judío, trabajó en esta partitura entre 1937 y 1938, en pleno auge del fascismo en Europa y poco antes de exilio voluntario a Estados Unidos. El concierto se estrenó en Ámsterdam apenas unos meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. «La partitura es una carta de amor a las raíces de su verdadera patria, pero también una llamada a la resistencia en la lucha por la libertad y los derechos humanos». Para la violinista, esas «humillaciones pretéritas», dice parafraseando al compositor alemán Karl Amadeus Hartmann, han dado muestras de una inusitada vigencia. «No hay más que asomarse a las portadas de los periódicos para percatarse de que el germen del fascismo ha vuelto a contaminar nuestra sociedad, lo que nos obliga a mantenernos alerta para detectar su presencia y amonestar el más mínimo gesto de violencia o intolerancia».

Bartók tenía la intención de escribir una serie de variaciones en un solo movimiento, al estilo del famoso Concierto de Saint-Saëns, pero su amigo y violinista Zoltán Székely (a quien acabaría dedicándole la partitura para que la interpretara por primera vez) lo convenció por carta para que se adhiriera a la estructura del concierto clásico. Consiguió convencerlo, al menos en parte. «Aquí quien manda es la amistad que se profesaron el compositor y el intérprete durante todo el proceso de gestación, y cuyo resultado fue una sorprendente fusión de imaginación y técnica para disfrute del oyente», celebra PatKop. «Hay pasajes absolutamente embriagadores en los que Bartók extrae de las notas colores nunca antes vistos».

A través del cromatismo de indudable influencia dodecafónica del segundo tema (que recuerda no sutilmente al Concierto para violín de Berg), Bartók demostró que se podían utilizar los 12 tonos sin abandonar la senda de la tonalidad. «No quería congraciar a nadie, ni ganarse ningún respeto», sostiene la intérprete moldava. «No creía en la revolución, sino en la evolución estilística a través de una singular asimilación de la música folclórica». Y eso que algunos pasajes resultan verdaderamente endiablados. «Te obliga a volar muy alto sin perder de vista nunca a la orquesta», confiesa la solista. «Y puesto que cada giro resulta de lo más arriesgado, la mejor forma de pilotar esta obra consiste en... disfrutar del viaje». 

Benjamín G. Rosado
El Mundo

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