29/9/2023 |
La pianista y la soprano barcelonesas protagonizan en el Palau Robert la atractiva ‘Aquella eterna admiració’.
Dos barcelonesas irrepetibles, nacidas el mismo año hace justo un siglo y destinadas a alcanzar la excelencia musical y a entablar amistad, fuera y dentro del escenario. Alicia de Larrocha y Victoria de los Ángeles protagonizan en el Palau Robert –hasta el 7 de enero– una de las exposiciones más reveladoras y atractivas del patrimonio cultural. Su centenario invita a la aproximación humana y artística de dos mujeres que coincidieron en muchos recitales, el primero, en el Hunter College de Nueva York, en 1971, si bien tres décadas antes ya grababan juntas.
“¡Cuánto me hubiera gustado estar hoy en el concierto! Con estas flores va mi gran cariño y esa eterna admiración por tu arte y fuerza de voluntad. No desfallezcas nunca”, le escribe en Nueva York la soprano a la pianista. Esta misiva del año 1989 en un bloc de notas Le Méridien da pie al título de Aquella eterna admiració comisariada por el periodista y musicólogo Pep Gorgori con montaje del director de escena Rafael R. Villalobos, quien incluye hasta una sala conceptual en la que recrear las giras con parte de un avión de los años sesenta (de un desguace de Toulouse). Todo ello con la complicidad de las curadoras de los respectivos legados: Alicia Torra, hija de De Larrocha y garante de su fondo documental, y Helena Mora, nuera de la soprano y presidenta de su Fundación.
Audios, documentales (Brava, Victoria! y Las manos de Alicia ), fotografías, películas domésticas, objetos cotidianos, vestidos o instrumentos, como uno de los pianos de Alicia, cubierto con una manta para no molestar a los vecinos. La muestra arranca con el sonido envolvente de la voz de Victoria y el piano de Alicia en casa de esta, ensayando Canciones negras de Montsalvatge. Se habían conocido en 1941, cuando la soprano ganó el premio de Radio Barcelona y supo de una pianista de su edad, aunque se parte del inicio de sus trayectorias, con imágenes de la pequeña Alicia en su debut en recital, sin llegar a los pedales, el vestidito que llevaba con cinco o seis años, o las partituras de su primer concierto, en la Expo del 29.
De Victoria se exhiben las notas del Conservatori del Liceu, donde estudió tres años guitarra y tres canto: las de 1937-38, en plena guerra, en catalán; las siguientes ya en castellano. Josep Alemanya le haría luego tocar la flauta en el conjunto de antigua Ars Musicae que fundó en los años treinta...
La proyección internacional de ambas podría llenar paredes enteras. Destaca un cartel de un concierto de Alicia en Niza, que reproduce una pintura de Marc Chagall ¡que el propio pintor le dedica! En Estados Unidos ambas eran diosas... Villalobos recrea un camerino de Victoria, con bisutería, pintalabios, una carta de la soprano Elisabeth Schwarzkopf recordando los viejos tiempos, la calceta y los diarios personales: “Nueva York, 1954... ha venido Salvador Dalí y me ha parecido simpático aún a pesar de su bigote y su mujer”. También el estudio de Alicia aparece empapelado de fotos dedicadas por colegas... como Casals o Rubinstein, quien ya en 1932 le escribe: “Como recuerdo de la profunda emoción que su gran talento me ha causado”.
La vida personal y familiar merece su propio espacio, con filmaciones en Súper 8 que hacían ambas. Victoria se lleva a su madre de gira (de señora de la limpieza de la UB a espectadora del Festival de Bayreuth), o le compra muñecas a Ali, la hija de la pianista.
En un simulado estudio de grabación, los cuatro Grammy de Alicia se miran de frente con el Disco de Oro que mereció Victoria por los 5 millones de copias de La bohème la grabación de una ópera entera más vendida de la historia. Y se exponen 50 cassettes que Joan Torra, marido y fan de Alicia, y a su vez excelente pianista, reunió de los conciertos de su esposa. “Le pedía a amigos de todo el mundo que la grabaran discretamente, y acumuló 500”, indica Gorgori. “Eso me dio la idea de combinar tres discos suyos de estudio con los mismos tracks extraídos de los cassettes”. Por ejemplo, La danza del terror (de El amor brujo de Falla), tocada como propina con el público ya desatado, lo que subraya la brillantez en directo de esta pianista clave en la historia musical del siglo XX.
MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia