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Personalidad impar

21/7/2004 |

 

Todo en Carlos Kleiber era un tanto especial, con algo de enigmático. Así ha sido también su fin, recién cumplidos los setenta y cuatro años de edad y sin que hubiera trascendido el penoso estado de salud en que se hallaba. En contra de lo que sucede con cualquier director de carrera notable, Carlos Kleiber con frecuencia «desaparecía» durante meses y sus seguidores estaban acostumbrados a esperar la reaparición en forma de disco, de concierto o de representación operística. Ha destilado su obra gota a gota, y nunca le faltó expectación y cierto apasionamiento a su alrededor. El maestro Kleiber era músico de raza. Su padre, Erich Kleiber, fue uno de los grandes nombres de la edad de oro de la dirección orquestal cuya muy viajera carrera tuvo importantísima etapa en América, especialmente en Argentina, donde protagonizó memorables presentaciones de ópera en el Teatro Colón de Buenos Aires al menos durante diez temporadas, período que coincidió con años decisivos para la formación de Carlos, de donde derivan su nombre hispano y su conocimiento de la lengua española.

La personalidad de Carlos Kleiber se reveló pronto muy definida y diferente, literalmente impar. El grado de perfeccionismo, rigor y exigencias que se autoimpuso, e imponía a quienes trabajaban con él, acaso solamente tenga parangón con Celibidache, otra pesonalidad singular y, a la vez, distinta. El maestro berlinés -y en esto también se asemeja al rumano- ha hecho una trascendente carrera de intérprete sobre un número bastante limitado de partituras y, aunque sus conciertos presentaran aura de acontecimiento, es innegable que los grandes hitos de su trayectoria artística lo constituyen montajes de muy escogidas óperas: «La Bohéme», «Otello», «Carmen», «Tristán e Isolda», «Der Freischüt», «Elektra», «El caballero de la rosa», «Woyzeck», la ópera de Alban Berg de la que su padre había dirigido el estreno absoluto... Testimonios discográficos y videográficos conservarán las hondas recreaciones llevadas a cabo por Carlos Kleiber a través de un devoto ejercicio de analizar y sacar a la luz con fidelidad lo reflejado por los compositores en sus partituras.

En alguna ocasión tuvimos entre nosotros al maestro Kleiber, siempre como director sinfónico. A Madrid lo trajo el Festival de Otoño -cuando tenía a gala ofrecer eventos musicales no rutinarios- y, personalmente, la última vez que lo aplaudí fue en el Festival de Canarias, donde dirigió una eléctrica y turbadora «Séptima» de Beethoven. Carlos Kleiber llevaba unos meses callado, como tantas veces, pero, lamentablemente, ya no reaparecerá.

José Luís García del Busto
Abc

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