14/9/2022 |
https://www.larazon.es/cultura/musica/20220914/rrfgvprnnbbd7ey5z3kfxup7y4.html
El artículo que Justo Romero publicó en “Beckmesser” era muy duro pero, a mi parecer, absolutamente ajustado a la situación
Hace un par de semanas fue comentadísimo, con múltiples opiniones tanto a favor como en contra, el artículo que publicó Justo Romero en Beckmesser.com. Se titulaba “Plácido, Barenboim, Pollini. Momias vivientes” y era muy duro pero, a mi parecer, absolutamente ajustado a la situación. Además los hechos posteriores le han dado toda la razón.
Sin duda Plácido ha sido un gran artista, un tenor que no llegaba al “do”, pero que eso no le impidió entrar en el Guinness en muchas categorías. Lo suplió con una musicalidad fuera de serie, un fraseo inmaculado, una inteligencia canora sin par, temperamento y corazón, gran capacidad de comunicación… Será difícil encontrar un papel en el que haya sido el mejor, pero ha sido extraordinario en un basto repertorio. Como director nunca fue gran cosa. Este gran artista haría mejor en retirarse que ir pidiendo a la justicia argentina un certificado de no estar imputado en el proceso contra una secta. Cada paso que da es un error, desde aquella ya célebre declaración de 2020 hasta la carta recientemente enviada al alcalde de Verona y a la intendente de la Arena, intentando disculparse y, a la vez, pidiendo volver el año próximo. El desastre en las dos galas programadas en su honor ha dado la vuelta al mundo. En una no pudo terminar de cantar la escena de “Macbeth” y en la que dirigía los músicos se sintieron tan avergonzados como para no levantarse a saludar cuando él lo requirió.
Daniel Barenboim ha sido otro gran artista, un pianista formidable y un director con sus más y sus menos, pero con un par de grandes “Tristan e Isolda” en Bayreuth. Quienes le hemos escuchado guardaremos en el recuerdo muchas de sus actuaciones frente al teclado y conservamos como joyas únicas grabaciones como las primeras de sus sonatas beethovenianas o sus conciertos mozartianos. Los recientes problemas de salud deberían haberle hecho pensar que mejor no afrontar retos como la última cita salzburguesa, con escenas de los dos segundos actos de “Sansón y Dalila” y “Parsifal”, pensadas para gloria de la estupenda Elina Garança. Un desastre, incluso con un comportamiento quizá irrespetuoso de los atriles de la Filarmónica de Viena, un orquesta que le adora, pero que vivió con incredulidad los desaciertos del maestro.
Siempre guardaré en el recuerdo la impresionante “Hammerklavier” que ofreció Maurizio Pollini en Salzburgo en 1989. ¡Inolvidable! Demencial haberla vuelto a programar este verano, cuando ya sus facultades están muy mermadas. El mismo día del concierto tuvo que cancelar, supuestamente por un problema cardiaco que, posiblemente, estuvo causado por nervios ante un reto inviable. ¿Para qué enturbiar el recuerdo? Y, entre estos, aquel recital en los primeros años setenta, cuando tocó todos los estudios de
Plácido, nacido oficialmente en 1941; Barenboim y Pollini, nacidos ambos en 1942, deberían haber seguido el camino de Brendel, Fischer-Dieskau, Nilsson, Lorengar, etc. Una retirada siendo aún números unos, no arrastrándose por los escenarios, emborronando los recuerdos que de ellos tenemos y haciendo preguntarse al público más joven, cuando ahora les escucha, el por qué fueron tan admirados. ¡Menos mal que, posiblemente, dentro de décadas lo que quede sean sus grandes actuaciones del pasado y no los desastres del presente.
GONZALO ALONSO
la Razón