Maria João Pires: “Odio tocar sola, para mí es un castigo”
17/7/2004 |
La pianista portuguesa Maria João Pires (Lisboa, 1944) es uno de los ejemplos más excepcionales del panorama clásico. Esta artista de aspecto frágil, dotada de una sorprendente fuerza interior, es una de las figuras más comprometidas con la sociedad actual. Ahí está su Centro para el Estudio de las Artes Belgais –donde lleva años luchando por formar a nuevas generaciones– y sus contundentes opiniones sobre política, ética y enseñanza. Junto a su colega y colaborador Ricardo Castro, visita el 17 de julio el Festival de Cap Roig de Gerona y el 22 el que se celebra estos días en Nerja. De todo ello, y de los pormenores de la gira, la pianista ha hablado con El Cultural.
Resulta difícil negar que la pianista Maria João Pires es una de las intérpretes más carismáticas del panorama actual. Su pequeña figura se yergue mundialmente como un modelo de artista comprometida, batalladora, capaz de entrar en polémica en defensa de sus proyectos. Su prestigio es tal que llena, sistemáticamente, las salas allí donde toca. Gracias a ese esfuerzo, ha diseñado un modelo de escuela musical en Castelo Branco, en Portugal, próxima a la provincia de Cáceres. Totalmente diferente a lo habitual, ante el escaso apoyo de su gobierno, vive una situación difícil que se ha complicado recientemente, a raíz de un incendio que ha asolado una parte importante de la estancia y que amplía las dificultades económicas que vive. Ante la presión que su proyecto está llevando a cabo, la primera bocanada tiene un evidente matiz político: “Creo que hay que dar la enhorabuena a los españoles por haber votado como lo hicieron en marzo, por instar un cambio de gobierno. Yo creo que aquellas elecciones han tenido una gran trascendencia internacional y han dado esperanza a mucha gente para cambiar las cosas. No pretendo dar una entrevista política. Pero no puedo negar que me siento especialmente dolida por los gobiernos de Portugal, donde un hermoso proyecto cultural y educativo no encuentra el apoyo político que debiera. Por eso, que en España se haya producido un cambio, da esperanza de futuro”.
–¿Se considera una artista comprometida políticamente?
–No soy política. Defiendo una ideología pacifista y ecológica, apuesto por una comunidad mundial que supere los nacionalismos estúpidos. Aspiro a una comunicación entre todos los hombres dentro de un estado evolucionado. Y lucho contra el lado idiota del hombre bélico que nos ancla en la etapa más salvaje. Es una utopía, pero hay que desterrar las guerras, debemos luchar contra aquellos que utilizan el poder, el dinero y la maquinaria tecnológica para matar.
–Como artista, ¿dónde se coloca?
–Soy pianista y me dedico a dar conciertos. Siento que la música es un medio que utilizo para comunicar. Y, por el lado práctico, trabajo para ganarme la vida. Pero en realidad, me interesa más la ideología que la música. Me gusta tocar, y también escuchar a otros que tocan. Creo que estoy para comunicar y amo mi trabajo. En mi caso, el arte es reflejo de una filosofía de la vida. El arte es el único medio de alimentar a las nuevas generaciones para superar la etapa del hombre salvaje, abolir las guerras –esa locura que acongoja el mundo– y crear una nueva sociedad. Es a través del arte, plástico o musical, con lo que se alimenta lo mejor del ser humano. Para mí es, incluso, mucho más importante que encontrar alimentos para el tercer mundo. Con una educación por el arte, los seres humanos serán menos manipulables y más capaces de saber dar y recibir.
En medio de la entrevista irrumpe Claudio, un niño que adoptó y en el que, de alguna manera, se refleja su enorme interés por la educación, hasta el punto de construir con sus propios medios el Centro para o Estudo das Artes de Belgais que, en palabras de Pires, tiene un aire entre naif y utópico: “Todas las actividades de la escuela buscan la afirmación de la comunidad en el mundo, con una noción clara de la misión del artista en la sociedad y como agente de una visión de progreso en armonía con la naturaleza, los derechos del hombre y de los animales, proporcionando felicidad a los que nos rodean”.
Generación poco preparada
–¿Por qué la obsesión por la enseñanza?
–He fundado una escuela porque entiendo que la generación actual dista mucho de estar preparada para luchar contra el hombre bélico y fomentar el desarrollo del espíritu. Son los bebés, los niños, y no los universitarios, a quienes hay que apoyar. La educación hay que comenzarla desde los más pequeños. Que conste que no me considero la única. Sigo y participo de ideologías que ayuden a transformar a las futuras generaciones. Pero hay mucha gente capaz de trabajar con la infancia.
–¿Cuáles son sus resultados?
–Mi experiencia es más intensa desde hace unos años y, en general, creo que los resultados son buenos, pero todavía estoy lejos de conseguir lo que considero esencial de mi proyecto. En mi país, Portugal, las cosas están mal. No tengo grupos socioeconómicos y políticos que me ayuden. El único apoyo real es el pueblo donde está la escuela y los padres. El resto es catastrófico. Ahora tenemos buenas experiencias en el trabajo emocional, no intelectual. Mi idea es que, en lugar de obligar al niño a absorber lo que le viene impuesto, sea él quien lo aprenda de su cerebro a través de los contactos con el mundo exterior. Para mí, el problema de la educación es que, en todo el mundo, tiene mucho de comercio, con todas esas escuelas privadas y los estados que participan de ese talante. Nosotros queremos dar al niño un espacio natural que le rodee. Él debe articular una estructura personal, que comprenda lo que pasa en su corazón. En la educación tradicional, los niños reciben una información-imposición que viene del exterior, que les dice: “Esto es así”. Pero si el niño está preparado puede decir “no estoy de acuerdo”, y asistir a un programa de televisión con una actitud crítica y con ello ser menos manipulable. Eso pasa por un aprendizaje paulatino, inteligente y crítico de sus propias experiencias.
–¿Y la disciplina tan importante para afrontar cualquier instrumento?
–Es que al mismo tiempo lo hacemos disciplinado. El niño debe aprender a través de la disciplina. Hay muchos aspectos fundamentales. Deben entender el valor del silencio o su capacidad de quedarse inmóvil a la vez que pueda trabajar en equipo, respetando al grupo. Eso le ayuda a conocer la auténtica libertad. Partimos de un principio en la formación de los niños: deben aprender por sí mismos sus límites, hasta dónde pueden llegar. La idea de que eso que llamamos libertad en el arte puede ser falsa si no se conocen los límites. Deben imaginarlos y, con ellos, afrontar la duración de la vida, del tiempo. Cuando todo ello lo conocemos bien, surge nuestra auténtica libertad de expresión. Por ejemplo, una persona debe saber si está capacitada para afrontar una determinada obra al piano o no. Es el secreto de que pueda llegar a estar bien o mal traducida. En mi opinión es un error plantear la dicotomía entre la libertad o los límites. Para llegar a la primera, hay que conocer estos últimos.
Técnica e imaginación
–¿Y no se puede caer en el caos?
–Si un niño conoce su corazón y sus límites, activa de una forma coherente su imaginación y no de una manera caótica. La imaginación hace que la técnica, en el piano como en cualquier otro ámbito, adquiera una dimensión nueva. Y si no se saben los límites es incapaz de incorporarlo en su imaginación, para que asimile su contexto.
–¿Y la experiencia histórica? ¿Qué lugar ocupa en su proyecto?
–La Historia es siempre tendenciosa. Hay que dejar la posibilidad de que cada uno se informe. La ética es, para mí, mucho más importante que la Historia. En mi opinión, la ética es más importante que la información. Claro, no se puede generalizar. Quizá la Historia pudiera tener importancia para conseguir un mundo en paz. A lo mejor si conociéramos bien la Historia, no repetiríamos errores. Véase lo que pasa en Israel. Las víctimas del Holocausto son ahora los maltratadores. Es un círculo infernal. Hay que insistir en los valores éticos y, también, en la generosidad. Porque hasta ahora, el hombre se comporta, en muchos aspectos, como un monstruo.
–La música es, para usted, una fuente ética.
–Claro. Predico una ética que respete mi espacio a la vez que el tuyo. Como en una orquesta, cada instrumento tiene su lugar. Por eso son tan importantes las lecciones de ética en la escuela. Y los músicos siempre nos expresamos en público. Cuando damos conciertos a cuatro manos, con Ricardo Castro, tenemos que aprender a trabajar conjuntamente.
–...Cosa bien difícil en un ámbito como la música que tiende a ser muy exhibicionista.
–Hay que dejar al margen tu egoísmo personal. Interesa que tanto mi espacio como el tuyo sean compatibles. Pero eso no se aprende a mi edad, sino cuando eres niño.
–Junto a Ricardo Castro, ¿Cómo trabajan la partitura cuando tocan a cuatro manos?
–La leemos, cada uno su parte y en el momento en que nos ponemos juntos apenas hay discusión. No tenemos problemas.
–¿El hecho de asumir la parte derecha o izquierda del piano es irrelevante?
–En realidad no nos costaría cambiar, desde un punto de vista musical. Si no lo hacemos es más bien para ganar tiempo. Para nosotros lo importante es que las cuatro manos formen una entidad. Aunque toquemos en el agudo o en el grave, buscamos el mismo resultado.
–El repertorio para cuatro manos no es muy amplio...
–Hay cosas. Sobre todo la aportación de Schubert es importante. En cualquier caso hay que buscar. La segunda mitad del XIX demandaba sobre todo solistas. Y el siglo XX olvidó por completo el repertorio a cuatro manos. Pero composiciones no faltan.
Con su propio piano
–¿Por qué llevan consigo en las giras su propio piano?
–Es más seguro. Es una batalla menos. A veces tenemos algunos problemas para mezclar el repertorio clásico con el romántico. Pero con un buen piano puedes establecer las diferencias estilísticas. Lo mejor sería hacer como Benedetti Michelangeli que tenía siempre en el escenario dos instrumentos. Es lo ideal pero no deja de ser un lujo. Y tampoco tiene mucho sentido llevar consigo un pianoforte de la época de Mozart para tocar en una sala de más de 2.000 personas porque no se va a oír. Ahí está el valor musicológico del instrumento. Pero no podemos olvidar que la sensibilidad humana ha cambiado mucho. Lo importante es que la emoción pase. Y que el instrumento respete el mensaje y aporte la idea principal del compositor. Un concierto implica hablar de música y también del hombre. Y claro necesitas seguridad. Un piano mal acondicionado no sirve para nada.
En los últimos años, su fobia a tocar sola en los escenarios –curiosa tendencia que comparte con otra mujer pianista, Martha Argerich– la ha hecho transitar por medio mundo al lado de una galaxia de colaboradores. En sus recitales junto a Ricardo Castro no tiene ningún problema en sentarse en una mesa camilla mientras asiste con arrobo a las evoluciones de éste como solista, entre la sorpresa de una parte del auditorio y la relativa indignación de otra.
Compartir escenario
–¿Por qué compartir la escena?
–Odio tocar sola, porque es un acto de soledad forzada. El hombre es social. Vivimos en una sociedad. Y, sin embargo, en un recital uno se enfrenta a una especie de acto forzado. Y no es bueno. Para mí puede llegar a ser enfermizo. La música, como la vida, se transforma en esas condiciones, en un castigo. La escena no me gusta. Por ello procuro colaborar con artistas como Michel Portal, Gerard Caussé, Augustin Dumay, Jiang Wang, Rufus Müller.
–¿Cómo se da la adaptación?
–En la medida en que encontramos cosas comunes en la música. No me gusta hablar de cosas inexplicables. Cuando tienes un amigo de verdad nunca discutes porque no hay una razón. Nunca se sabe, hay una química, algo que te gusta. Yo escuché a Ricardo tocar hace 14 años y me di cuenta de que tiene una forma de expresión próxima y creo que él siente lo mismo.
Los inminentes conciertos que va a ofrecer en la Costa Brava y en Andalucía suponen el preámbulo de una temporada en la que visitará varias ciudades españolas. Así, en enero, y junto a la Chamber Orchestra of Europe, dirigida por Emanuel Krivine, interpretará el Segundo de Chopin en Barcelona, Zaragoza, Madrid, Pamplona y Valencia. Posteriormente, y en esta ocasión compartiendo también el escenario con Ricardo Castro, actuará en Sevilla, León, Oviedo y Alicante. Por último actuará, con un concierto de Mozart junto a la Real Filharmonia de Galicia de Antoni Ros Marbà.
–Su vínculo con España ha sido muy estrecho.
–Llevo muchos años tocando en España que es un país al que admiro porque ha sido un modelo por el cambio experimentado en la música con ese despliegue sorprendente de orquestas y auditorios.
–Ante la experiencia de Portugal, si le ofrecieran traer su escuela a España, ¿lo haría?
–Claro, ¿por qué no? Estoy cerca de los 60 años y quiero seguir con esta experiencia. ¿Por qué no cambiar de país si el mío no me apoya?
Luis G. Iberni
El Cultural