26/10/2021 |
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El pianista asturiano logra el tercer puesto en el prestigioso Concurso Chopin, que han conquistado figuras como Pollini, Zimerman y Martha Argerich
Desde que en la madrugada del pasado jueves se anunciaran los ganadores de la XVIII edición del Concurso Internacional de Piano Fryderyk Chopin el teléfono de Martín García García (Gijón, 1996) no ha parado de recibir llamadas y mensajes. «Estoy viviendo un sueño», reconoce el pianista asturiano desde un taxi que brujulea por las calles de Varsovia. «Siento una mezcla de emoción extrema e infinito cansancio... Voy a necesitar unos días para digerir todo esto». Y no es para menos: acaba de hacer historia como el primer español en la final del famoso certamen y, además, ha inaugurado el palmarés con una medalla de bronce y el Premio Especial de la Filarmónica de Varsovia al mejor intérprete de la última ronda.
Así lo ha decidido un jurado compuesto por 17 pianistas presidido por Katarzyna Popowa-Zydro, que ha concedido el primer puesto al canadiense Bruce Liu y el segundo, ex aequo, al italiano Alexander Gadjiev y al japonés Kyohei Sorita. «Si digo que lo más importante en estos concursos es llegar a la final cualquiera podría pensar que me estoy justificando, pero es cierto. Porque la diferencia entre una quinta posición y la primera pueden ser dos notas», asevera el intérprete asturiano.
«Si me siento ganador es porque lo he dado todo en cada ronda y también porque la historia de los grandes certámenes, como el Chopin, el Tchaikovski, el Rubinstein o el Queen Elizabeth, ha demostrado que todos sus finalistas han acabado teniendo una carrera a largo plazo», agrega Martín García.
Ocurrió con Maurizio Pollini, cuyo nombre y reputación quedaron ligados al compositor polaco desde que en 1960 se hiciera con el primer premio en una edición presidida por Arthur Rubinstein. Krystian Zimerman batió un récord de precocidad al alzarse con este simbólico reconocimiento pocos días antes de cumplir la mayoría de edad. Y la pianista argentina Martha Argerich, que también lo ganó, abandonó años más tarde el jurado como protesta al sistema de puntuación, no exento de injerencias políticas. «Todo eso ha cambiado», se sincera el intérprete español, que fue seleccionado para la primera ronda junto a otros 86 pianistas. «Ahora el clima de competición es mucho más sano. El piano no puede servir de arma arrojadiza, sino de punto de encuentro entre culturas y sensibilidades».
Desde que con cinco años empezara a estudiar con Natalia Mazoun e Ilya Golfarb Ioffe, Martín García ha fantaseado con sentarse frente a una orquesta. «Aunque mis padres no son músicos, mi hermano tocaba el piano y yo no me despegaba del instrumento, así que decidieron apuntarme a clases». Se formó al calor de la exigente escuela soviética que por aquellos años representaba Galina Eguiazarova, profesora de la Escuela Reina Sofía de Madrid y maestra de grandes pianistas, como su admirado Arcadi Volodos. «De ella aprendí esa elegancia aristocrática tan alejada del virtuosismo barato que te permite profundizar en los más minúsculos detalles de la partitura, que es lo que al final marca la diferencia».
De hecho, la última edición del Concurso Chopin podría haber alterado el orden de prioridades con que se evalúan las capacidades del solista. «Me da la sensación de que el jurado ha buscado algo más que agilidad y técnica, que por supuesto se dan por sentadas a cierto nivel». Según el pianista, en un mundo cada vez más globalizado y con acceso inmediato a cientos de grabaciones sobre un mismo repertorio, el culto a la perfección que a veces se impone desde el sistema pedagógico ha ido perdiendo vigencia. «La música es un arte abstracto que se mueve en otros parámetros que por lo general obedecen más a una asimilación lenta y sosegada de la partitura que a la automatización de fórmulas o estilos».
Durante la final, que fue retransmitida en directo por streaming, el pianista de 24 años interpretó el Segundo concierto de Chopin. «Hablamos de una obra de juventud que derrocha maestría y control absoluto de las proporciones, con un sentido de la belleza que desborda de principio a fin». Entre los cientos de comentarios que han aparecido estos días en redes sociales, algunos se han avenido a comparar su intervención con la de grandes pianistas, incluido su venerado Vladimir Horowitz. «Tengo los pies bien pegados al suelo. Sé que me queda mucho por mejorar y que, como me decía Eguiazarova, siempre hay moscas que se cuelan en los conciertos y en las grabaciones».
No es la única gesta musical que ha protagonizado este año Martín García, que en agosto se proclamó vencedor del prestigioso Concurso de Piano de Cleveland. «Se podría decir que los meses de encierro de la pandemia me han permitido afianzar ciertos aspectos técnicos sobre los que luego se puede desplegar la emoción y sentimiento, pero que conviene trabajar por separado». No en vano el cuerpo de Chopin fue enterrado en el cementerio Père-Lachaise de París mientras que su corazón se custodia en una iglesia de Varsovia. «Me gustaría que algún día se me diera la oportunidad de grabar su Tercera sonata, que en apenas cuatro movimientos resume todo por lo que merece luchar en esta vida».
BENJAMÍN G. ROSADO
El Mundo